Por Ángel E. Lejarriaga
Hace un calor atroz en la calle, sin embargo ella tiene el
frío metido en el tuétano de los huesos. Camina con la mirada perdida, absorta
en pensamientos que la inquietan. Su andar es discreto, casi invisible. Se mira
en el reflejo del vagón del tren y agacha la cabeza, lo que ha visto no le
gusta. Luego, mira hacia un grupo de
chicas risueñas y de apariencia feliz y su mirada vuelve a desmayarse
hacia el suelo.
Dicen que el tiempo todo lo cura,
pero sus heridas permanecen abiertas, su cuerpo le duele, magullado por tanto
sufrimiento. Continúa su camino, dura, fuerte, con coraje, pero cuando se queda
sola y se enfrenta a sí misma, el dolor la vence. Entonces busca una salida por
la que escapar y lo que encuentra es aún peor.
Ella es Venus. Venus es esa mujer
a la que una gran mayoría de los que la conocen ve excesivamente soñadora, enormemente
utópica, colosalmente romántica, monstruosamente inquieta, garrafalmente
reivindicativa, fenomenalmente confiada, patéticamente sensible,
extraordinariamente dura consigo misma y maravillosamente distinta, diferente.
Venus se encuentra atrapada en un
cuerpo que ve monstruoso, maldice esa visión en el espejo, su forma de andar y
hasta el último de sus gestos. Detesta cada pedazo de su ser que la representa;
imagina que podría ser mejor de lo que es. Es evidente que le gustaría convertirse
en otra persona, quizá más fría, tal vez más distante, posiblemente menos
implicada con los demás. Venus es contradictoria e insegura; se culpabiliza de
todo lo que ocurre a su alrededor y se frustra cuando no logra solucionarlo.
Ella es Venus, una persona más a
la que la vida no ha tratado bien. Se ha sentido humillada hasta la
desesperación. Ha vivido contra corriente, al margen de unas reglas que no
acaba de comprender. Dice que nunca se ha percibido amada y esa ha sido una de
sus mayores derrotas. A veces hasta el aire se le hace caro y le cuesta
respirar.
Llegará un momento en que Venus
despierte de la pesadilla que la envuelve y se sienta liberada. En ese tiempo único
buscará la felicidad en su interior y todo lo demás serán elementos
complementarios en su nueva construcción del mundo. Llegada a ese punto se
mostrará satisfecha, sin tabúes, sin miedo a expresar lo que siente, a ser ella
misma, a convertirse en una Venus renacida, con sus virtudes e imperfecciones.
Se aceptará, se cuidará y jamás volverá a castigarse ni a permitir que nadie la
someta. Entonces se mirará en un espejo y se verá hermosa, como realmente
siempre ha sido.
Mirad con atención y sensibilidad
a los seres humanos que os rodean, quizá cerca haya una Venus que sufre en
silencio; es posible incluso, que tú, mujer, puedas ser también una Venus.
Gema Gálvez Gómez