24 ago 2018

La mirada del otro


Por Ángel E. Lejarriaga



Esta novela de Fernando González Delgado (Santa Cruz de Tenerife, 1947) ha caído en mis manos con retraso. Como lector caótico que soy es lo que se espera de mí. No me van demasiado las novedades de las librerías, aunque de vez en cuando haga excepciones y me deje tentar por alguna de ellas. Con esta obra recibió el Premio Planeta en 1995. Eso no quiere decir absolutamente nada sobre el valor de su contenido, por supuesto, salvo que su creador se llevó un buen pellizco de dinero. Muchas obras han recibido este u otros premios y no por ello van a pasar a la historia universal de la literatura.

Su autor es un hombre prolífico que, al menos yo, le he conocido más como periodista que en cualquiera de sus otras facetas: escritor y político. Sí que sabía de él que había recibido el premio que ya he citado. Pero nunca me han atraído demasiado los galardones de las grandes empresas editoriales, cuando pienso en ellos me viene la idea absurda a la cabeza de que están amañados. Seguro que me equivoco, desde luego, más la paranoia está ahí y eso me retrae a la hora de leer sus obras bendecidas, a no ser que haya pasado el tiempo y olvidado que una vez fueron ascendidas a los altares para mayor gloria del bolsillo de las editoriales de turno.

Los inicios en la radio de Fernando G. Delgado se retrotraen al año 1967, en RNE. Eso se llama empezar con el pie derecho. Poco después se trasladó a Madrid a trabajar en Radio Exterior de España. Durante su periodo como coordinador de la sección de Cultura de la misma, se rodeó de un grupo de colaboradores que formarían el esqueleto de lo que sería más adelante Radio 3. Fue nombrado director de la misma en 1981, puesto que desempeñó hasta la llegada, ese mismo año, de Eduardo García Mantilla. Ese tropezón profesional fue subsanado con la dirección de RNE en los periodos 1982-1986 y 1990-1991. A propuesta del PSOE ocupó el puesto de consejero en RTVE entre 1986-1990. En 1991 dirigió la cadena de televisión encargada de difundir la Exposición Universal de Sevilla 1992. Su imagen adquirió una gran popularidad cuando ese mismo año, tras finalizar el fastuoso evento, asumió la presentación los fines de semana de los telediarios de TVE, en esa tarea le acompañó María Escario.

En 1996 abandonó la cadena del Estado y pasó a formar parte de la plantilla de la Cadena Ser con un programa cultural de bastante reconocimiento: A vivir que son dos días. En el año 2005 se dedicó a tiempo completo a la escritura, algo que por otra parte siempre había estado en su ánimo pero que siempre postergó por una razón o por otra. Ahí están sus continuas reseñas culturales en diversos medios escritos como el diario Pueblo, Informaciones y El País.

Entre los años 1976 y 2014 ha publicado veintiséis libros de diversos géneros: novela, poesía y ensayo.
  
La mirada del otro cuenta una historia entre tinieblas porque en muchos momentos de la obra lo que es real y lo que es pura fantasía de la narradora se confunden, formando un todo indivisible. Esta cuenta a través de las páginas de su diario sus devaneos en la vida, incluso los más íntimos, sus soledades, sus traumas infantiles, sus fantasías y, no podían faltar, sus frustraciones. Así es Begoña, quiere estar sola pero a la vez añora el amor con alguien ―que le recuerda a su padre― que no quiere estar con ella. En ese holocausto de emociones encontradas vaga por escenarios, tal vez imaginarios, a la busca de una plenitud que nunca encuentra. En principio parece poseerlo todo: es inteligente, atractiva, de familia rica, con un buen puesto de trabajo, independiente, con un magnífico paladar hecho para el placer; sin embargo, se muere lentamente, sumergida en una soledad que no sabe cómo superar, jugando con las cartas con la muerte. Perennemente tiene en sus manos cumplir ese proyecto que está dispuesto para la mujer en la sociedad: casarse y tener hijos. Puede hacerlo y lo hacer, pero sin amor. ¿Eso a dónde la lleva? A una nueva oscuridad en la que a ciegas ambos consortes pretenden sobrevivir para que el asco de su tedio no les ahogue.


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