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12 dic 2023

El vuelo del cuervo


ASÍ COMO EN EL CIELO (2023)
Juan Cruz López




Por Ángel E. Lejarriaga



Del escritor Juan Cruz López (1979) empezamos a saber muchas cosas porque, por suerte, su trabajo literario, militante y como activista cultural, está teniendo merecida resonancia. Entre 2008 y 2023 ha publicado siete libros, más bien ha sembrado; sin embargo, su actividad intelectual no se ha quedado ahí, ha sido coordinador de la antología “Negro flama: poesía antagonista en el estado español” (CNT-Jaén), ha sido autor de fanzines como “Asaltados o asaltantes: municipalismos y movimientos sociales en la coyuntura electoral” y “Cotarro”. Le han incluido en Antologías como: “Poetas de Jaén” (Universidad de Jaén, 2008), “Homenaje a Marcos Ana. El árbol talado que retoña” (Páramo, 2009) y “Palabras de Barricada” (Queimada, 2015). Algunos de sus poemas y relatos se han publicado en revistas como “La Tormenta”, “Narrativas”, “La hamaca de Lona”, “Abril” y en el magazine digital “Murray Magazine”. Está presente en los equipos de redacción de las revistas “Humanitat Nova” y “La Tormenta”. Ha formado parte del consejo de redacción de la revista “Estudios”. Participa también en el foro poético “Voces del Extremo” y en “La Caja de Lot”. Todavía le queda tiempo para editar libros en Piedra Papel Libros y no descuida el blog “La Banda de los 4”.

Si hablamos de premios no anda corto: Premio “Andalucía Joven” de narrativa (2008), Premio de narradores jóvenes del Instituto de la Juventud de España (2009), Premio Facultad de Humanidades de poesía (Universidad de Jaén, 2014) y el Premi Descontrol en su modalidad de ensayo (2021).

Hablar de “Así como en el cielo” no es fácil pues se trata de una construcción poética filosófico existencial que exige una lectura y luego una relectura detenida, hasta penetrar en la piel de su autor, logrando tal vez así una aproximación a su sentir y comunión con la historia presente y pasada de esa triste humanidad de la que formamos parte. En el prólogo Sergio R. Franco ha diseccionado el libro con precisión de cirujano. Cita en él a Camus y concluye que a pesar de los pesares la vida “merece ser vivida de forma apasionada”. No teme desentrañar el secreto del verso ni se asusta ante la visión sombría de Juan ante la “condición humana” y sus conductas, que “nos han conducido a la indignidad y la alienación”. Los poemas de Juan Cruz sangran como sangra el planeta con guerras interminables, injusticias perennes y crueldades indescriptibles; todas estas maldades “justificadas por absurdos principios”.

Mas no todo son sombras en el poemario, Sergio R. Franco ve luz entre las tinieblas expresadas y afirma que Juan “revela cierto grado de esperanza […] de resistir ante el infierno en el que el propio ser humano ha convertido su existencia”.

Tras leer el magnífico prólogo y los poemas, iluminados por un ser imaginario que se eleva sobre el ruido banal de la existencia, no he podido evitar que ese “cuervo” omnipresente tomara forma antropomórfica e igualitaria ante mí —al menos en el aspecto intelectual—, estableciendo una relación que nada sabe de diferencias entre especies. 

Llegados a este punto espacio temporal fantástico, lo mismo que Juan Cruz yo también percibo y vivo con ese cuervo. Lo imagino negro —no puede ser de otro modo—, le gusta el negro; con unos ojos grandes y expresivos, escrutadores, con un pico poderoso de momento cerrado, prudente; lo vislumbro prisionero en el bíblico Arca de Noé, más que harto de arca y del mismo Noé, tan beato y verborreico él, siempre discurseando sobre lo bueno y lo malo de la vida, exponiendo lecciones que le dicta ese ser supremo al que llama Dios, que todo lo ve, que ha decidido acabar con su creación: los humanos; no está conforme con el resultado de su obra. Da que pensar que el “hombre” esté hecho a su imagen y semejanza, y no le guste. Ante tan deprimente panorama, el cuervo espera paciente una oportunidad para escapar, para volar libre tanto de la autoridad humana como de la divina. 

Con el paso de los días su paciencia disminuye, evoluciona hacia una inquietud hosca. Su mirada de acero analiza lo que le rodea en silencio, dominado por una furia creciente. Inesperadamente, deja de llover, han transcurrido cuarenta días y cuarenta noches, ¡qué alivio! Entonces, al buen Noé se le ocurre la espléndida idea de mandar una ave al exterior para que explore el entorno en busca de tierra. ¿A quién escoge? ¡A él! Ante la noticia, el cuervo primero se asombra pero luego no duda, esa es su oportunidad de liberación. En cuanto se abre un ventanuco en el arca salta excitado al exterior y vuela con energía, sin mirar atrás, renuncia al confort del cobijo seguro en pos de una libertad que entiende va a ser incierta. Mas no tiene miedo, sólo se limita a volar, sobre el arca al principio, luego sobre un mar que parece infinito; más tarde sobre esa dimensión excepcional que denominamos Historia. 

La primera visión que le golpea es de “dolor”, ve seres pequeños, ensombrecidos, que miran sin ver, que escuchan sin oír, encadenados a una insaciable ambición por poseer cosas y a otras personas, aunque para conseguirlo tengan que navegar por lagos de sangre y vísceras. No todos esos seres están ciegos y sordos, algunos lloran y se lamentan ante el hecho de que “no hay patria que valga un hombre”. “Terrible escenario”, dice el cuervo, en tanto mantiene su vuelo; se niega a tomar tierra y participar en la masacre, esa es su potestad, y así la elige. Descubre el paso de las estaciones y se consuela con su armonía cadenciosa de creación y muerte inalterable. Sigue adelante, no se detiene ante unos ojos yertos, ni se pregunta si hay justicia en la muerte. En ocasiones se le ocurre pensar que Dios le observa desde algún punto recóndito de un cielo infinito, pero mira y vuelve a mirar y no descubre a nadie; además, si pretende ser libre Dios no puede existir; esa figura todopoderosa la ha inventado el miedo y la ignorancia.

El cuervo se sabe libre y piensa que los hombres y las mujeres que sufren a sus pies desmanes y brutalidades podrían mirar el mundo de otra manera. No obstante, él no se mimetiza con esos acontecimientos, los considera ajenos a su esencia libertaria; su sentir es negro, como su enseña, porque no tiene ni amo, ni dios, ni patria. Está orgulloso de ello, de ser abismo y tormenta y noche y amanecer, todo junto bajo un techo estrellado. “Soy libre y soy vida”, se anima, a pesar de su viaje por una tierra de sufrimiento y laceración. 

Después de todo lo visto, no acaba de entender a los habitantes de la tierra, hambrientos a pesar de poseer inmensos y fértiles campos, sedientos a pesar de tener a su alcance muchos ríos y lagos. “¿Dónde se encuentra la verdad que justifica la matanza?”, se pregunta. “¿Algún día seré uno de ellos y tendré hijos e hijas que arrojaré a esa vorágine?” Deja las preguntas flotar en el aire mientras se mantiene firme en su vuelo, sin atreverse a hoyar el reino de los humanos. “Son tan distintos a mi pensar libre, a mi deseo de no alimentar a más amos de los que ya he conocido”, se argumenta, en tanto busca un lugar en el que detenerse, donde si fuera posible encontrar alguien al que considerar igual, la idea de soledad le angustia. “No es bueno que el hombre esté solo”, recuerda que dijo el Dios de Noé. El cuervo no desea la soledad, si existe alguna esperanza para el mundo ésta se encuentra en el hecho de construir en compañía, sin verdades absolutas, sin espejismos mentirosos, sin truenos amenazadores. No quiere derramamientos de sangre, ni ser propietario de la voluntad de otros, tampoco desea vivir con miedo; sólo pretende ser dueño de su destino. Su horizonte es solo un punto cardinal en el espacio, está hecho de palabras hermosas y sueños utópicos que asume como reales. Su vuelo es útil, sus visiones también lo son, busca a un hermano o a una hermana, a ambos, graznando al viento un grito jubiloso, ensordecedor, cuyas ondas aturdan a los guerreros y a los sueños de esos míseros guerreros, para que se detengan a admirar su vuelo libertario, su fusión con la naturaleza, su saber inocente de que hay orden por encima del caos que produce la dominación.

El cuervo, por fin, se detiene en la cima de una montaña, respira hondo, se calma, su figura se funde con la oscuridad nocturna que le rodea; sus ojos se niegan a cerrarse, ansían que algo especial ocurra. “Los sueños no pueden ser sólo sueños”, se dice, convencido. El incesante vuelo le ha desgastado, lo sabe. Infatigable, observa la gran hoguera que es el mundo. De pronto, escucha un graznido lejano, mira y no ve de dónde proviene la llamada, pero sabe que se encuentra cerca, que existe otra vida que le canta un himno de salutación. Ya no está solo con el dolor de la tierra, ahora es la suma de otro suspiro sanador, más los que imagina vagando bajo las estrellas. En ese instante siente otras plumas negras que se unen a las suyas, a su lado, y un duro pico que se apoya en su cuello para indicarle su presencia, entonces comprende que ya puede cerrar los ojos y descansar, su estirpe libre no desaparecerá, y con el tiempo recorrerá los campos, los ríos y las montañas con un cántico de paz y amor a todo lo que existe.

"Descanso en el oasis, fuera al fin
del espejismo, lejos de su imaginación.

Soy el cuervo. Veo al poeta atravesar
la tormenta de arena que le despelleja.
¿Qué pretende demostrar con el viaje?

Con sed, sin compañía, secos los labios ya,
sé que llegará hasta aquí para callarlo."
                                           Juan Cruz, “Así como en el cielo”


BIBLIOGRAFÍA
  • 50 pasos para dar el salto… (Berenice, 2008),
  • Cuento y aparte (INJUVE, 2009; Groenlandia, 2014),
  • El nombre de los hombres (Baile del Sol, 2016),
  • El Club de los Poetas Hiperviolentos (Piedra Papel Libros, 2016)
  • La tribu del abecedario (Piedra Papel Libros, 2017).
  • Edades de tercera: Historia y presente de una vieja desigualdad (Descontrol, 2022)
  • Así como en el cielo (Rasmia, 2023).

Otras entradas en este blog sobre el autor:

19 sept 2019

La tribu del abecedario

Por Ángel E. Lejarriaga



Este libro de Juan Cruz López (1979) se publicó en 2017, un año después de aparecer El club de los poetas hiperviolentos, que ya reseñamos en otra entrada de este blog, editado por Piedra Papel Libros, Jaén.
Antes de atreverme a comentar mis sensaciones literarias sobre la lectura de La tribu del abecedario prefiero que sea la propia editorial la que proporcione unas pinceladas sobre el mismo:
“COMO LAS LETRAS, 27. 27 vidas inflamadas por el soplo venenoso de la noche y la poesía. 27 vidas, también, entregadas al furor de la violencia contra el viejo orden de la literatura, el arte y sus gestores.”
“A medio camino entre el relato testimonial, la prosa poética y el libro de biografías, La tribu del abecedario recorre los pasos de El club de los poetas hiperviolentos a través de las historias personales de sus propios integrantes.”
La tribu del abecedario está impregnado por un desbordante malditismo poético. El libro se divide en 27 apartados o capítulos, cada uno compuesto por diez textos intensos, diez escenas reflexivas, a veces puros aforismos, que muestran el vértigo de aquellos que pelean con la creación poética —bendita y maldita poesía—, y de paso con la mediocre existencia a que nos vemos abocados.
Dicho lo anterior, me pregunto cuántas sombras conviven en este coro mefistofélico y doliente. Cuántos entes asilvestrados brincan ante nuestros ojos, escupiendo un lirismo negro. Será que los poetas hiperviolentos nunca descansan, tienen seccionados los párpados para así no perderse nada de lo que acontece a su alrededor.
“Conocí a los poetas hiperviolentos un día de invierno de hace veinticinco años. Estaban locos y no sabían hacia dónde iban, pero parecían caminar con sus propios pasos. Admiré el mundo que tejían consigo. Allí no había cuentos de hadas, sino tristeza y sangre, amor, piedad y mucha adrenalina.”
Dice el autor que nunca teníamos sueño, gran verdad sobre todo cuando uno se piensa como un dios omnipotente que todo lo puede, incluso romper con lo establecido. Posiblemente se sentían solos, aunque estuvieran bien acompañados porque, a fin de cuentas, eran poetas perdidos en la noche occidental. Y eso es mucho bagaje para gente tan joven por muy atrevida que fuera. Nadie daba un duro por ti ni por los demás pero ese detalle carecía de importancia. Hasta se vaticinó que les ajustarían las cuentas a la salida de un recital, sin embargo “Ninguno imaginó que nos acabaríamos pudriendo lentamente, dentro de la historia de la literatura a secas”.

Juan lo expresa muy bien, eran parias pero también mucho más, aunque sintieran en lo más íntimo de sus entrañas que les parieron para el desastre. Tenían tantas ganas de sobrevolar la tierra con sus poemas corrosivos que cuando quisieron darse cuenta los poetas hiperviolentos habían desaparecido. Nunca pensaron que acabarían solos. Al recordar todos esos años transcurridos, lo onírico y lo real se entremezclan, forman universos que no se sabe dónde se encuentran, ni tan siquiera se entiende bien si lo que la memoria regurgita ocurrió en alguna de sus facetas manifiestas.
“Nunca nadie nos tomó en serio. E hicieron bien. Aunque tampoco nadie nos podrá negar que fuimos valientes; valientes, desesperados y hasta cierto punto ilusos.”
Estabais tan vivos, tan irreverentemente vivos que fue difícil apreciar el principio del fin “todo lo que se estanca muere. No sabemos cuándo nos empezaron a sobrevolar los buitres”.
“Ninguno entendió que la juventud resulta ridícula cuando se aspira a dejar de ser joven lo más pronto posible. Aunque fue peor lo que vino después: nos hicimos viejos y seguimos jugando a juegos de adolescentes.”
Poco queda de todo aquel cóctel de emociones casi siempre insultantes y provocadoras, un buen día la alegría dio paso al “espanto, a la soledad del hombre de mediana edad, descreído de todo y arrumbado como un trasto viejo”. El paso del tiempo tiene sus reglas, nos guste o no. Podemos rebelarnos contra ellas pero el esfuerzo es inútil. Es cierto que quizá no temieron al futuro más por temeridad que por poseer plena conciencia de su posibilidad, ni tan siquiera imaginaron que lo tuvieran. No les gustó lo que vieron cuando miraron atrás y descubrieron con horror que “tiene el hombre mil maneras de comerse desde adentro”. Desconozco si saber todo esto les calmó o les hirió aún más a los poetas hiperviolentos, en cualquier caso pensaron que su “destino es negro como la bilis de los malditos, de los alucinados”. A ese tiempo le ha sucedido otro más sosegado y algunos han “aprendido a dejar de odiar […] ahora soy un hombre libre”.
“Es triste, diréis, la vida algunas veces, y no lo niego, pero cuán sencillo sería amar la imperfección que nos define, que al cabo nos hace humanos, para ser así más comprensivos y valientes. ¿Acaso no ardieron todos los dioses?”
Por ahí van nuestro amados y envidiados hiperviolentos, cargados de sueños, explorando mundos por construir que imaginan justos; hay quien a alguno de ellos le considera “Un loco que predice la verdad dormida”. Tal vez lo sea, divina locura la suya, pariendo poesía como ese viento incansable que borra la ponzoña que encarcela nuestro corazón.
“Los hijos de los hombres perdidos en un océano de confusión, envenenados de tanta imagen. El hombre obsoleto. Hemos fabricado un mundo que nos engulle y nos arranca de nosotros mismo. La tierra se ahoga bajo montañas de desechos. Nuestra voz se diluye entre miles de gritos sordos, desesperados, incapaces de avivar el fuego de las palabras. Nadie tiene tiempo ni concentración para hundirse en el momento, en el aquí y ahora de nuestra más humana contemporaneidad. Y a pesar de todo, sé que aún nos queda una última carta. Hay que jugarla. No queda otra que ganar.”

Otras reseñas de libros de Juan Cruz López:



28 nov 2018

El Club de los Poetas Hiperviolentos


Por Ángel E. Lejarriaga



Juan Cruz López (1979) es el autor de esta recopilación de narraciones cortas editadas por Piedra Papel Libros en el año 2016. Este es el tercer libro de relatos del autor; el primero fue 50 pasos para dar el salto… (2008) y el segundo Cuento y aparte (2009).

El Club de los Poetas Hiperviolentos está compuesto por trece relatos que nos transportan al universo interior del autor, más bien a esa parte que lo define como enamorado de la escritura; es decir, a su posicionamiento ante el mundo como escritor impenitente, porque ese es el contenido esencial del libro: pasión por el papel y la pluma, simbólicamente hablando. ¿Usará Juan Cruz todavía papel y pluma para escribir?

El primer relato que abre el libro es Germania. Esta narración profundiza en una amistad perdida, doliente —las pérdidas suponen un daño emocional ineludible—, que tras el paso del tiempo se intenta recuperar, mas ya no es lo mismo, un abismo separa a los protagonistas. Es también la historia de una traición, de sombras que acosan en esas encrucijadas en las que los destinos se separan. El odio nos cuenta una historia de miedos a encontrarse de bruces con una verdad indeseada: ¿mi padre fue un héroe o un maldito cobarde? Quizá la respuesta no tenga, a fin de cuentas, demasiada importancia pero para Jon sí la tiene y la búsqueda que inicia va a tener costes que hay que pagar. Felicidad es el apunte de un viaje antropológico en el que los indígenas estudiados sufren el acoso de la sociedad moderna, un acoso del que nadie se libra: «el mundo es un gran saco de mierda», dice el desesperado protagonista. La vuelta a la civilización es la vuelta al miedo: «Un miedo real y sutil que penetró en nuestras conciencias y, sin embargo, nos hizo despreciar el riesgo de una vida replegada sobre sí misma».

La historia de Leo es tierna y en algunos párrafos me recuerda lo que soñaba yo de pequeño, y mis planes para conseguir ser en el futuro un gran escritor. De lo que menciono se deduce que Leo quiere ser escritor, y lo desea con una determinación férrea, sin titubear un instante en su firme decisión. Así van transcurriendo los años y la obra, su obra, crece pero no logra publicar nada, eso le estresa sobremanera. ¿Finalmente lo logrará? La mansión dorada es un cuento de terror, según Juan Cruz, en el que las páginas de un relato corto tienen, necesariamente, por exigencia del editor, que crecer a golpe de ingenio; pero, claro, en ocasiones la creatividad se ve envuelta, inesperadamente, por una oscuridad poblada de formas acechantes que agitan el corazón y hacen sudar las palmas de las manos. Personajes es una metáfora divertida en la que los protagonistas que habitan en el escritor pretenden emanciparse de él. Así, Conan, Paul Auster, un nazi o el mismísimo Julio Cortázar pululan por un cajón repleto de palabras y de frases escogidas. El escritor tendrá que decidir si dichos personajes viven o mueren; la rebelión de estos es efímera, él es el dios omnipotente que gobierna sus limitadas existencias.

Todavía quedan más relatos, a cual más interesantes. Pareja explora un amor atrevido, cargado de poesía, en el que el miedo está presente —cuando no—. No me olvido de Todos somos detectives en el que se narran las peripecias de unos aprendices de brujo, del verso, claro. Etnografía es una narración dura, de horror y etnocidio en el que el inevitable hombre blanco, amparado en dioses y profetas, mancilla, viola y mata porque sí, porque puede hacerlo, hasta que es a su vez eliminado como lo que es: una plaga maligna. Sin respuesta es una reflexión sobre el sentido de la literatura para el que escribe: «Entonces me contestó, con la mirada del hombre más viejo de la tierra, que estaba hablando de la literatura como sucedáneo de la vida que no se tuvo […]».

Al otro lado del espejo nos expone una máxima: no podemos protegernos del hecho mismo de vivir; el miedo mata la experiencia vital. Nieve coloca al amor en primer plano pero este es un amor sin palabras, una mera representación, sin promesas ni exigencias. Y por fin, El Club de los Poetas Hiperviolentos, una locura hecha poesía en la que adoradores de la poesía se rebelan contra todo lo establecido, incluso contra sí mismos, en busca de un espacio único en el que ser con el verso, aunque eso les cueste romper con el mundo, tal vez hasta con los otros que aman… En realidad, al final, su hiperviolencia no era para tanto; si bien, cuando el pasado era presente para los protagonistas sí lo fue. El amor al papel y a la pluma tiene sus riesgos, unos riesgos que hay que asumir si se quiere penetrar en esa dimensión en la que las formas sutiles crean palabras hermosas, y estas, a su vez, confirman la presencia de dichas formas sutiles en el mundo material.


24 abr 2018

50 pasos para dar el salto...

Por Ángel E. Lejarriaga



«Juan Cruz López (Espeluy, Jaén, 1979) es licenciado en Humanidades. También es licenciado en Antropología social y Cultura. Profesional en activo de la gestión documental en archivos históricos.
Ganador del Premio “Andalucía Joven” de Narrativa (2008) y del Premio para Narradores Jóvenes convocado por el Instituto de la Juventud de España (2009); en 2014 recibió el Premio “Facultad de Humanidades” de Poesía que convoca la Universidad de Jaén con el poemario breve Hoy todavía, aún inédito y en el que sigue trabajando.
Autor de 50 pasos para dar el salto… (Berenice, 2008), Cuento y aparte (INJUVE, 2009; Groenlandia, 2014) y El nombre de los hombres (Baile del Sol, 2016). En 2008 fue incluido en la antología Poetas de Jaén (Universidad de Jaén). Varios de sus poemas y relatos han aparecido en revistas como La hamaca de Lona, Abril o Narrativas, entre otras. Ha sido coordinador de la antología Negra flama: poesía antagonista en el estado español (CNT-Jaén, 2013). También ha sido incluido en otras antologías poéticas como Árbol talado que retoña (Homenaje a Marcos Ana), 65 salvocheas o Palabras de barricada.
Al margen de La banda de los 4, es editor de los blogs Nueva Gomorra, Diario de un editor lumpen y Transhistoria: historia disidente y periférica.Ha sido miembro del Consejo de Redacción de la revista Estudios (números 2, 3 y 4). También es editor de Piedra Papel Libros y autor del fanzine seriado Cotarro

Reseña interior del libro El club de los poetas hiperviolentos (2016), Piedra Papel Libros, Jaén.

El libro que comento hoy es una colección de relatos cortos, muy cortos y cortísimos: 50 pasos para dar el salto…, en el texto anterior está descrito el premio que recibió hace diez años. El libro ya ha tenido su recorrido, y a pesar del tiempo transcurrido todavía sigue circulando y sorprendiendo.

El relato corto es un subgénero literario que nunca me ha atraído —hasta ahora—, incluso he hecho mis pinitos con alguno que otro; infructuoso intento. He leído pocos libros cuyo contenido fueran colecciones de los mismos. Puedo decir que tenía prejuicios hacia ellos. Abría un libro, que me ofrecían o encontraba por azar, constataba que era de narraciones breves y lo descartaba de inmediato, sin darle una oportunidad. No estoy orgulloso de ello pero cada uno es como es. Esa ha sido mi actitud hasta la fecha. Cuando cayó en mis manos 50 pasos para dar el salto…, es obvio, estaba dominado por semejante actitud relatocortófoba, pero en este caso conocía al autor y mi simpatía por él hizo que me tomara su lectura con interés. ¡Qué lectura! No exagero. Nada más leer el primer relato fui consciente de que tenía entre manos textos que no me iban a dejar indiferente, y acerté. De facto, me leí el libro de un tirón. Los relatos, a pesar de su brevedad, la mayoría, generaron emociones dispares en mí, desde la risa maliciosa hasta la tristeza.

La magnífica recopilación se compone de cincuenta relatos, cada uno con sus características personales, que están teñidos por un cierto malditismo, que no sé si es un simple posicionamiento creativo del autor o realmente soporta la existencia como una carga pesada, aspecto este que no solo es literario sino bastante realista dado el mundo en el que vivimos. Cuando terminé de leer el libro me vino a la cabeza la idea de rellenar los puntos suspensivos del título: 50 pasos para dar el salto… (al abismo). Por supuesto, se trata de una ocurrencia frívola.

Voy a comentar por encima algunos para presentar una muestra del contenido de los mismos y animar a su lectura. El primero que abre el libro es Lucía, un auténtico puñetazo en la mandíbula; alguien espera una llamada importante, necesaria, determinante, que no acaba de llegar, tal vez llegue pero no llega y la necesita; el relato está lleno de desesperación ante un azar canalla. Le sigue Mensaje, una forma diferente de interpretar eso que llaman amor: «No creas que te he amado alguna vez. Te dejo porque eres incapaz de hacerme tanto daño como yo te pedía. Mi droga es el dolor […]»; desconcertante, burlón, agrio. Avión es una broma pesada, juguetona, con un toque sádico, que nos advierte que no es oro todo lo que reluce y que un avioncito de papel puede ser un arma de destrucción masiva. Congreso es uno de los relatos más largos de la recopilación con una factura narrativa que despierta la intriga desde el principio, y que te conduce hasta el final casi con ansiedad por ver qué está pasando; tras leerlo me han venido a la cabeza Borges y Paul Auster. Detective es un texto entrañable en el que se manifiesta el amor a la literatura y a los fanzines; me atrevería a calificarle como esperanzador. Tanta alegría no podía durar mucho, Quehaceres se encarga de abrir la puerta de la angustia para que miremos lo que hay al otro lado de la misma, en este caso, las tripas de una triste relación de pareja. Defenestrado me ha puesto los pelos de punta y me ha recordado la película Los girasoles ciegos (2008) de José Luis Cuerda; es un relato honesto en el sentido en el que el personaje se reconoce coherentemente en sus conductas y no se arrepiente de nada, pero al mismo tiempo te aterroriza por el fatalismo que supura. Insecto me ha encantado, mi vena vengativa se ha identificado con el desenlace de un escenario inquisitorial odioso, muy inspirador. Huida presenta perfectamente lo que han podido sentir los pueblos oprimidos, los refugiados de cualquier territorio del planeta, en algún punto de la historia, ante la presencia de un ejército invasor. Kong es una broma narrativa con mala leche; mi madre, que como Juan también era andaluza, habría dicho del mismo que estaba escrito con mala follá. Y es que King Kong nos ha salido un poco cabroncete y claro no hace lo que se espera de él, convertirse en víctima; el tema de la rubia con un Kong inconmensurable subido al Empire State Building es otra cosa; el amor es así, a veces resulta tormentoso. Playa viene muy a cuento hoy, momento histórico en el que la turismofobia se va a convertir en una cuestión de supervivencia para muchos pueblos y ciudades. El turista como sujeto que coloniza e impone su presencia en un ecosistema aunque eso suponga la destrucción del mismo; en este caso se lleva una sorpresa nada agradable. Despedida es breve pero contundente, demoledor; la Revolución tiene sus riesgos. Examen es un relato muy cortito pero tan hermoso… Espera me ha gustado mucho porque representa bien la forma en que los humanos inventamos el amor. Digamos que poseemos una capacidad innata de apasionarnos por una causa, una actividad creativa o una persona; en este caso por una persona. Una vez que lo hemos hecho, que hemos focalizado nuestra pasión en el sujeto deseado, nos lo inventamos, simbólicamente hablando, y esperamos, ingenuamente, con urgencia, obtener una respuesta proporcional a nuestro deseo. Esto unas veces funciona y otras no. «[…] Lo amaba, sí, lo había visto una sola vez, pero lo amaba…» Conspiración me ha recordado a los revolucionarios de Facebook y sus me gusta. Despertar presenta una reflexión interesante en línea con esa frase que en este país se repite con frecuencia: «Si fulano levantara la cabeza». Pues de eso va este relato. Nos morimos, despertamos un tiempo después y nos encontramos con un mundo de mierda.

No quiero abandonar este recorrido sin citar Maquillaje, un cuento que habla de alguien que me recuerda mucho a mí mismo. «A día de hoy, hay más de cien cuadernos escondidos detrás de los libros de mi biblioteca. Más de cien cuadernos a los que se debería pegar fuego». Puedo asegurar que cuando Juan Cruz escribió este texto no me conocía. La narración nos habla de los diarios; «el género autobiográfico apesta», dice Juan sin cortarse, y hurga en la herida con frases como: «La memoria del dolor tapiada por un muro de falsedad y traiciones. […] El maquillaje de palabras que nos echamos encima para dejar de parecer despreciables». En fin, muy concluyente. Todo el libro lo es.