19 sept 2019

La tribu del abecedario

Por Ángel E. Lejarriaga



Este libro de Juan Cruz López (1979) se publicó en 2017, un año después de aparecer El club de los poetas hiperviolentos, que ya reseñamos en otra entrada de este blog, editado por Piedra Papel Libros, Jaén.
Antes de atreverme a comentar mis sensaciones literarias sobre la lectura de La tribu del abecedario prefiero que sea la propia editorial la que proporcione unas pinceladas sobre el mismo:
“COMO LAS LETRAS, 27. 27 vidas inflamadas por el soplo venenoso de la noche y la poesía. 27 vidas, también, entregadas al furor de la violencia contra el viejo orden de la literatura, el arte y sus gestores.”
“A medio camino entre el relato testimonial, la prosa poética y el libro de biografías, La tribu del abecedario recorre los pasos de El club de los poetas hiperviolentos a través de las historias personales de sus propios integrantes.”
La tribu del abecedario está impregnado por un desbordante malditismo poético. El libro se divide en 27 apartados o capítulos, cada uno compuesto por diez textos intensos, diez escenas reflexivas, a veces puros aforismos, que muestran el vértigo de aquellos que pelean con la creación poética —bendita y maldita poesía—, y de paso con la mediocre existencia a que nos vemos abocados.
Dicho lo anterior, me pregunto cuántas sombras conviven en este coro mefistofélico y doliente. Cuántos entes asilvestrados brincan ante nuestros ojos, escupiendo un lirismo negro. Será que los poetas hiperviolentos nunca descansan, tienen seccionados los párpados para así no perderse nada de lo que acontece a su alrededor.
“Conocí a los poetas hiperviolentos un día de invierno de hace veinticinco años. Estaban locos y no sabían hacia dónde iban, pero parecían caminar con sus propios pasos. Admiré el mundo que tejían consigo. Allí no había cuentos de hadas, sino tristeza y sangre, amor, piedad y mucha adrenalina.”
Dice el autor que nunca teníamos sueño, gran verdad sobre todo cuando uno se piensa como un dios omnipotente que todo lo puede, incluso romper con lo establecido. Posiblemente se sentían solos, aunque estuvieran bien acompañados porque, a fin de cuentas, eran poetas perdidos en la noche occidental. Y eso es mucho bagaje para gente tan joven por muy atrevida que fuera. Nadie daba un duro por ti ni por los demás pero ese detalle carecía de importancia. Hasta se vaticinó que les ajustarían las cuentas a la salida de un recital, sin embargo “Ninguno imaginó que nos acabaríamos pudriendo lentamente, dentro de la historia de la literatura a secas”.

Juan lo expresa muy bien, eran parias pero también mucho más, aunque sintieran en lo más íntimo de sus entrañas que les parieron para el desastre. Tenían tantas ganas de sobrevolar la tierra con sus poemas corrosivos que cuando quisieron darse cuenta los poetas hiperviolentos habían desaparecido. Nunca pensaron que acabarían solos. Al recordar todos esos años transcurridos, lo onírico y lo real se entremezclan, forman universos que no se sabe dónde se encuentran, ni tan siquiera se entiende bien si lo que la memoria regurgita ocurrió en alguna de sus facetas manifiestas.
“Nunca nadie nos tomó en serio. E hicieron bien. Aunque tampoco nadie nos podrá negar que fuimos valientes; valientes, desesperados y hasta cierto punto ilusos.”
Estabais tan vivos, tan irreverentemente vivos que fue difícil apreciar el principio del fin “todo lo que se estanca muere. No sabemos cuándo nos empezaron a sobrevolar los buitres”.
“Ninguno entendió que la juventud resulta ridícula cuando se aspira a dejar de ser joven lo más pronto posible. Aunque fue peor lo que vino después: nos hicimos viejos y seguimos jugando a juegos de adolescentes.”
Poco queda de todo aquel cóctel de emociones casi siempre insultantes y provocadoras, un buen día la alegría dio paso al “espanto, a la soledad del hombre de mediana edad, descreído de todo y arrumbado como un trasto viejo”. El paso del tiempo tiene sus reglas, nos guste o no. Podemos rebelarnos contra ellas pero el esfuerzo es inútil. Es cierto que quizá no temieron al futuro más por temeridad que por poseer plena conciencia de su posibilidad, ni tan siquiera imaginaron que lo tuvieran. No les gustó lo que vieron cuando miraron atrás y descubrieron con horror que “tiene el hombre mil maneras de comerse desde adentro”. Desconozco si saber todo esto les calmó o les hirió aún más a los poetas hiperviolentos, en cualquier caso pensaron que su “destino es negro como la bilis de los malditos, de los alucinados”. A ese tiempo le ha sucedido otro más sosegado y algunos han “aprendido a dejar de odiar […] ahora soy un hombre libre”.
“Es triste, diréis, la vida algunas veces, y no lo niego, pero cuán sencillo sería amar la imperfección que nos define, que al cabo nos hace humanos, para ser así más comprensivos y valientes. ¿Acaso no ardieron todos los dioses?”
Por ahí van nuestro amados y envidiados hiperviolentos, cargados de sueños, explorando mundos por construir que imaginan justos; hay quien a alguno de ellos le considera “Un loco que predice la verdad dormida”. Tal vez lo sea, divina locura la suya, pariendo poesía como ese viento incansable que borra la ponzoña que encarcela nuestro corazón.
“Los hijos de los hombres perdidos en un océano de confusión, envenenados de tanta imagen. El hombre obsoleto. Hemos fabricado un mundo que nos engulle y nos arranca de nosotros mismo. La tierra se ahoga bajo montañas de desechos. Nuestra voz se diluye entre miles de gritos sordos, desesperados, incapaces de avivar el fuego de las palabras. Nadie tiene tiempo ni concentración para hundirse en el momento, en el aquí y ahora de nuestra más humana contemporaneidad. Y a pesar de todo, sé que aún nos queda una última carta. Hay que jugarla. No queda otra que ganar.”

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