12 dic 2023

El vuelo del cuervo


ASÍ COMO EN EL CIELO (2023)
Juan Cruz López




Por Ángel E. Lejarriaga



Del escritor Juan Cruz López (1979) empezamos a saber muchas cosas porque, por suerte, su trabajo literario, militante y como activista cultural, está teniendo merecida resonancia. Entre 2008 y 2023 ha publicado siete libros, más bien ha sembrado; sin embargo, su actividad intelectual no se ha quedado ahí, ha sido coordinador de la antología “Negro flama: poesía antagonista en el estado español” (CNT-Jaén), ha sido autor de fanzines como “Asaltados o asaltantes: municipalismos y movimientos sociales en la coyuntura electoral” y “Cotarro”. Le han incluido en Antologías como: “Poetas de Jaén” (Universidad de Jaén, 2008), “Homenaje a Marcos Ana. El árbol talado que retoña” (Páramo, 2009) y “Palabras de Barricada” (Queimada, 2015). Algunos de sus poemas y relatos se han publicado en revistas como “La Tormenta”, “Narrativas”, “La hamaca de Lona”, “Abril” y en el magazine digital “Murray Magazine”. Está presente en los equipos de redacción de las revistas “Humanitat Nova” y “La Tormenta”. Ha formado parte del consejo de redacción de la revista “Estudios”. Participa también en el foro poético “Voces del Extremo” y en “La Caja de Lot”. Todavía le queda tiempo para editar libros en Piedra Papel Libros y no descuida el blog “La Banda de los 4”.

Si hablamos de premios no anda corto: Premio “Andalucía Joven” de narrativa (2008), Premio de narradores jóvenes del Instituto de la Juventud de España (2009), Premio Facultad de Humanidades de poesía (Universidad de Jaén, 2014) y el Premi Descontrol en su modalidad de ensayo (2021).

Hablar de “Así como en el cielo” no es fácil pues se trata de una construcción poética filosófico existencial que exige una lectura y luego una relectura detenida, hasta penetrar en la piel de su autor, logrando tal vez así una aproximación a su sentir y comunión con la historia presente y pasada de esa triste humanidad de la que formamos parte. En el prólogo Sergio R. Franco ha diseccionado el libro con precisión de cirujano. Cita en él a Camus y concluye que a pesar de los pesares la vida “merece ser vivida de forma apasionada”. No teme desentrañar el secreto del verso ni se asusta ante la visión sombría de Juan ante la “condición humana” y sus conductas, que “nos han conducido a la indignidad y la alienación”. Los poemas de Juan Cruz sangran como sangra el planeta con guerras interminables, injusticias perennes y crueldades indescriptibles; todas estas maldades “justificadas por absurdos principios”.

Mas no todo son sombras en el poemario, Sergio R. Franco ve luz entre las tinieblas expresadas y afirma que Juan “revela cierto grado de esperanza […] de resistir ante el infierno en el que el propio ser humano ha convertido su existencia”.

Tras leer el magnífico prólogo y los poemas, iluminados por un ser imaginario que se eleva sobre el ruido banal de la existencia, no he podido evitar que ese “cuervo” omnipresente tomara forma antropomórfica e igualitaria ante mí —al menos en el aspecto intelectual—, estableciendo una relación que nada sabe de diferencias entre especies. 

Llegados a este punto espacio temporal fantástico, lo mismo que Juan Cruz yo también percibo y vivo con ese cuervo. Lo imagino negro —no puede ser de otro modo—, le gusta el negro; con unos ojos grandes y expresivos, escrutadores, con un pico poderoso de momento cerrado, prudente; lo vislumbro prisionero en el bíblico Arca de Noé, más que harto de arca y del mismo Noé, tan beato y verborreico él, siempre discurseando sobre lo bueno y lo malo de la vida, exponiendo lecciones que le dicta ese ser supremo al que llama Dios, que todo lo ve, que ha decidido acabar con su creación: los humanos; no está conforme con el resultado de su obra. Da que pensar que el “hombre” esté hecho a su imagen y semejanza, y no le guste. Ante tan deprimente panorama, el cuervo espera paciente una oportunidad para escapar, para volar libre tanto de la autoridad humana como de la divina. 

Con el paso de los días su paciencia disminuye, evoluciona hacia una inquietud hosca. Su mirada de acero analiza lo que le rodea en silencio, dominado por una furia creciente. Inesperadamente, deja de llover, han transcurrido cuarenta días y cuarenta noches, ¡qué alivio! Entonces, al buen Noé se le ocurre la espléndida idea de mandar una ave al exterior para que explore el entorno en busca de tierra. ¿A quién escoge? ¡A él! Ante la noticia, el cuervo primero se asombra pero luego no duda, esa es su oportunidad de liberación. En cuanto se abre un ventanuco en el arca salta excitado al exterior y vuela con energía, sin mirar atrás, renuncia al confort del cobijo seguro en pos de una libertad que entiende va a ser incierta. Mas no tiene miedo, sólo se limita a volar, sobre el arca al principio, luego sobre un mar que parece infinito; más tarde sobre esa dimensión excepcional que denominamos Historia. 

La primera visión que le golpea es de “dolor”, ve seres pequeños, ensombrecidos, que miran sin ver, que escuchan sin oír, encadenados a una insaciable ambición por poseer cosas y a otras personas, aunque para conseguirlo tengan que navegar por lagos de sangre y vísceras. No todos esos seres están ciegos y sordos, algunos lloran y se lamentan ante el hecho de que “no hay patria que valga un hombre”. “Terrible escenario”, dice el cuervo, en tanto mantiene su vuelo; se niega a tomar tierra y participar en la masacre, esa es su potestad, y así la elige. Descubre el paso de las estaciones y se consuela con su armonía cadenciosa de creación y muerte inalterable. Sigue adelante, no se detiene ante unos ojos yertos, ni se pregunta si hay justicia en la muerte. En ocasiones se le ocurre pensar que Dios le observa desde algún punto recóndito de un cielo infinito, pero mira y vuelve a mirar y no descubre a nadie; además, si pretende ser libre Dios no puede existir; esa figura todopoderosa la ha inventado el miedo y la ignorancia.

El cuervo se sabe libre y piensa que los hombres y las mujeres que sufren a sus pies desmanes y brutalidades podrían mirar el mundo de otra manera. No obstante, él no se mimetiza con esos acontecimientos, los considera ajenos a su esencia libertaria; su sentir es negro, como su enseña, porque no tiene ni amo, ni dios, ni patria. Está orgulloso de ello, de ser abismo y tormenta y noche y amanecer, todo junto bajo un techo estrellado. “Soy libre y soy vida”, se anima, a pesar de su viaje por una tierra de sufrimiento y laceración. 

Después de todo lo visto, no acaba de entender a los habitantes de la tierra, hambrientos a pesar de poseer inmensos y fértiles campos, sedientos a pesar de tener a su alcance muchos ríos y lagos. “¿Dónde se encuentra la verdad que justifica la matanza?”, se pregunta. “¿Algún día seré uno de ellos y tendré hijos e hijas que arrojaré a esa vorágine?” Deja las preguntas flotar en el aire mientras se mantiene firme en su vuelo, sin atreverse a hoyar el reino de los humanos. “Son tan distintos a mi pensar libre, a mi deseo de no alimentar a más amos de los que ya he conocido”, se argumenta, en tanto busca un lugar en el que detenerse, donde si fuera posible encontrar alguien al que considerar igual, la idea de soledad le angustia. “No es bueno que el hombre esté solo”, recuerda que dijo el Dios de Noé. El cuervo no desea la soledad, si existe alguna esperanza para el mundo ésta se encuentra en el hecho de construir en compañía, sin verdades absolutas, sin espejismos mentirosos, sin truenos amenazadores. No quiere derramamientos de sangre, ni ser propietario de la voluntad de otros, tampoco desea vivir con miedo; sólo pretende ser dueño de su destino. Su horizonte es solo un punto cardinal en el espacio, está hecho de palabras hermosas y sueños utópicos que asume como reales. Su vuelo es útil, sus visiones también lo son, busca a un hermano o a una hermana, a ambos, graznando al viento un grito jubiloso, ensordecedor, cuyas ondas aturdan a los guerreros y a los sueños de esos míseros guerreros, para que se detengan a admirar su vuelo libertario, su fusión con la naturaleza, su saber inocente de que hay orden por encima del caos que produce la dominación.

El cuervo, por fin, se detiene en la cima de una montaña, respira hondo, se calma, su figura se funde con la oscuridad nocturna que le rodea; sus ojos se niegan a cerrarse, ansían que algo especial ocurra. “Los sueños no pueden ser sólo sueños”, se dice, convencido. El incesante vuelo le ha desgastado, lo sabe. Infatigable, observa la gran hoguera que es el mundo. De pronto, escucha un graznido lejano, mira y no ve de dónde proviene la llamada, pero sabe que se encuentra cerca, que existe otra vida que le canta un himno de salutación. Ya no está solo con el dolor de la tierra, ahora es la suma de otro suspiro sanador, más los que imagina vagando bajo las estrellas. En ese instante siente otras plumas negras que se unen a las suyas, a su lado, y un duro pico que se apoya en su cuello para indicarle su presencia, entonces comprende que ya puede cerrar los ojos y descansar, su estirpe libre no desaparecerá, y con el tiempo recorrerá los campos, los ríos y las montañas con un cántico de paz y amor a todo lo que existe.

"Descanso en el oasis, fuera al fin
del espejismo, lejos de su imaginación.

Soy el cuervo. Veo al poeta atravesar
la tormenta de arena que le despelleja.
¿Qué pretende demostrar con el viaje?

Con sed, sin compañía, secos los labios ya,
sé que llegará hasta aquí para callarlo."
                                           Juan Cruz, “Así como en el cielo”


BIBLIOGRAFÍA
  • 50 pasos para dar el salto… (Berenice, 2008),
  • Cuento y aparte (INJUVE, 2009; Groenlandia, 2014),
  • El nombre de los hombres (Baile del Sol, 2016),
  • El Club de los Poetas Hiperviolentos (Piedra Papel Libros, 2016)
  • La tribu del abecedario (Piedra Papel Libros, 2017).
  • Edades de tercera: Historia y presente de una vieja desigualdad (Descontrol, 2022)
  • Así como en el cielo (Rasmia, 2023).

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