10 abr 2018

Ala de mosca

Por Ángel E. Lejarriaga



La novela que comento hoy no es nueva, apareció en gallego en 1998 y ha sido traducida al español en dos ocasiones; esta última edición ha corrido a cargo de Akal en el año 2017. Es importante que este tipo de novelas se rescaten del olvido para darles la oportunidad a otras generaciones a tener una idea más general de la literatura de nuestro tiempo, que vaya más allá del top de los libros más vendidos. Su autor es Aníbal Calvo Malvar, un gallego nacido en 1964 en A Coruña. Con veintiséis años publicó su primer libro. Aníbal Malvar (es como se le suele nombrar) escribe tanto en lengua gallega como en español. Su trabajo como escritor se ha desarrollado tanto dentro de la narrativa como del periodismo (El Correo Gallego, Antena 3 Radio, Radiovoz, El Mundo, Público y Cuarto Poder). En sus primeros tiempos como periodista se especializó en temas de ETA y narcotráfico. Gran parte de su obra está contextualizada en una realidad «política, social y criminal que conoció como periodista».

El conjunto de su obra consta de cinco libros en gallego: Soño do violinista (1990), Un hombre que xaceu aquí (1993), A man dereita (1994), Unha notie con Carla (1995), Á de mosca (1998); en 1998 participó en una obra colectiva Na boca do lobo. En 2012 Akal publicó en español La balada de los miserables. También ha escrito varios guiones para cómic: A irmandade dos lectores tristes (1994), Flores desde Hiroshima (1995), No nome da amada morta (1996) y A maldición dos Velasco (1999).
 
Ala de mosca es una novela básicamente alcohólica y fumadora. Esto es una broma y no lo es. Es difícil asimilar cómo la mayoría de los personajes pueden ingerir tal cantidad de alcohol y fumar con tanta compulsividad. Es de imaginar que en ciertos ambientes será normal siempre que los hígados respectivos lo permitan. 

La novela es interesante, eso sí, aviso para navegantes, está escrita con un lenguaje propio «de la calle, de la faena, de la cunda. La policía siempre acaba heredando los hábitos lingüísticos de los delincuentes, quizás por simpatía. Por eso, no se extrañe el lector de que aquí hablen tan parecido», dice el autor. En muchos párrafos hay que tirar del diccionario que se ha incorporado al final del libro. Ala de mosca nos cuenta la historia de un fotógrafo ex agente de inteligencia, con un padre jefe de la inteligencia, que tiene que regresar al pasado cuando es llamado para buscar a la hija desaparecida de un abogado gallego que ha tenido y tiene ciertos vínculos con la mafia de la zona. ¿Por qué acude a esta llamada? Porque la joven que hay que buscar es la hija del abogado y su propia ex mujer, Susana. Mal asunto porque su turbio pasado le explota en la cara sin piedad.

El presente en el que se desarrolla la historia es turbio pero lo que da más cuerpo a la obra es el pasado de Carlos dentro de la inteligencia española. En la narración aparecen antiguos colegas del oficio y recuerdos, muchos recuerdos, que tienen que ver con conspiraciones, golpes de estado fallidos, corrupción y políticos de nuevo cuño auspiciados por el poder. Todo lo que nos cuenta nos suena pero es una novela negra y eso hace que el relato sea aún más atractivo. Además, nos describe de un modo explícito la intensa presencia del narcotráfico gallego en la zona, en la sociedad y en sus instituciones.

Pero no todo se queda ahí, digamos que hay muchos platos que degustar. Es importante el análisis psicológico de Carlos, un individuo atormentado, fracasado, frustrado, sin rumbo, dominado por la culpabilidad y que ahoga sus horas en alcohol, arrojado a una dinámica autodestructiva que parece no tener punto y final salvo que alguien lo salve, y eso no es fácil. En el centro de este maremágnum de encuentros y desencuentros está su padre «El Viejo», un personaje siniestro, que trabaja en las cloacas del Estado; vividor, sin escrúpulos, manipulador, despiadado, con el que se va a cruzar después de muchos años de separación, pero no de olvido. Tal vez salvar a la chica, a Ania, sea lo mejor que le ha ocurrido a Carlos durante toda su vida solo que él no escribe la historia; la intención es buena, como solemos hacer las personas, generamos una expectativa y por ese simple hecho pensamos que tiene que cumplirse, obviamos que existen muchas variables que están fuera de nosotros.



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