El artífice de esta novela universal fue Gustave Flaubert (1821-1880). Madame Bovary quizá sea una obra literaria tan conocida como El Quijote de Miguel de Cervantes o El Ulises de James Joyce, con la salvedad significativa de que probablemente ha sido más leída. Ya se dijo hace tiempo que las dos últimas eran de las más compradas en el mundo y de las que más polvo cogían sin que sus dueños las hubieran siquiera abierto.
Su biografía cuenta que su madre, Anne Justine Fleuriot, procedía de una familia normanda de rancio abolengo. Su padre, Achille Flaubert, era un cirujano afincado en Ruan, donde ejercía su profesión con éxito.
Los estudios del joven Flaubert tienen poco que reseñar, se deslizó por ellos sin pena ni gloria, eso sí, según las referencias que han llegado a nuestros días, era considerado como un alumno díscolo. En cualquier caso, había nacido con algo en su genética que comenzó a manifestarse a temprana edad pues a los once años ya escribía. Acabó el bachiller en 1840 y tras resultar exento en el servicio militar inició los estudios de Derecho en París, pero por hacer algo pues no se encontraba motivado con los mismos. Ese mismo año conoció a Víctor Hugo con el que realizó un largo viaje por los Pirineos y la isla de Córcega. A su vuelta se dedicó a vivir de las rentas sin tener claro lo que deseaba hacer con su vida. Cuatro años después, en 1844, regresó a Croisset, ciudad próxima a Ruan, para residir con su madre. En esta casa viviría hasta su muerte. Gustave odiaba las grandes urbes y amaba la vida campestre.
Entre los años 1849 y 1851 viajó con su amigo Máxime du Camp por Italia, Egipto, Grecia, Oriente medio y Turquía.
Antes de realizar este largo viaje ya había escrito el borrador de La tentación de San Antonio que sería editado años después, en 1874. En 1837 había publicado Rêve d’enfer, en 1838 Memoria de un loco y en 1842 Noviembre. Fragmentos de un estilo cualquiera. La siguiente obra en aparecer sería Madame Bovary. La empezó a escribir en 1851 y no vería la luz hasta el año 1857 en la Revue de París, en formato de folletín. El esfuerzo de escribirla fue grande, le costó casi seis años concluirla y sobre todo pulirla; Flaubert era un obsesivo en lo que respecta al lenguaje escrito. Como ya ocurrió con Las flores del mal (1857) de Charles Baudelaire —y un siglo después con Escupiré sobre vuestras tumbas (1959) de Boris Vian—, Flaubert tuvo problemas con las autoridades judiciales, pues se la acusaba tanto a él como al editor de atentar contra la moral y las buenas costumbres. Al final el proceso quedó en nada. No tuvo tanta suerte Baudelaire.
En formato folletín la novela causó buena impresión en sus lectores pero el éxito de ventas lo tuvo cuando fue publicada en formato libro. Con los recursos económicos que obtuvo de ella realizó un viaje a Túnez para visitar Cartago con el fin de documentarse in situ para el texto que entonces tenía entre manos, Salambó, que se publicaría en 1862. A partir de este año sufre una decadencia a todos los niveles. Él siguió escribiendo y retomó un manuscrito antiguo, La educación sentimental, publicada en 1869. Durante la guerra franco-prusiana tuvo una experiencia traumática cuando tropas prusianas ocuparon su casa. Sobreponerse a aquella situación de estrés intenso le fue difícil hasta tal punto que desarrolló diversos trastornos nerviosos de los que nunca se recuperaría. La muerte de su madre acaeció en 1872. Su situación económica no era buena, pero él se adaptaba a sus posibilidades pecuniarias, magníficamente atendido por su sobrina Mme. Commonville. Esos años, a pesar de su introspección y abatimiento continuo, fueron ricos en contactos tanto en persona como epistolares. Quizá la relación más destacada fue con George Sand con la que mantuvo una abundante correspondencia; mas también se veía en París con Turgénev, Goncourt, Rostad o Zola, lo más encumbrado de la escena literaria del momento. Aunque es cierto que no se sentía bien de salud en general, su ritmo de trabajo era intenso: acabó y publicó en 1874 La tentación de San Antonio y en 1877 Tres cuentos.
Según sus biógrafos, cuando Flaubert fallece de una hemorragia cerebral en 1880 contaba 58 años, sin embargo, su imagen era la de un anciano de ochenta. Para que luego se menosprecien los problemas psicológicos, entonces denominados nerviosos.
Flaubert fue un escritor con una personalidad inestable y sumamente contradictoria: tímido, desesperado, vital, arrogante, vergonzoso, algo histriónico. Padecía epilepsia, enfermedad que siempre intentó ocultar. Odiaba la vulgaridad, la falta de inteligencia, el menosprecio del arte y lo bello; estos calificativos descritos se los dedicaba con especial énfasis a la burguesía en ascenso de su época.
Su escritura es un cóctel rico compuesto por una parte de romanticismo, una de realismo y otra de naturalismo.
Madame Bovary es una descarnada crítica a la burguesía incipiente del siglo XIX, hambrienta de riquezas y parabienes. También es una monstruosa exposición del papel de la mujer en Francia, en aquel tiempo, convertida en un mero elemento decorativo, poco más que un bello jarrón dispuesto para exhibirse y poco más. En el caso de Emma Bovary el jarrón se convierte en un ser autónomo que busca la belleza y una satisfacción plena por encima de los convencionalismos. Redundando en la idea central de la obra, ella es simplemente una señora nacida en un entorno rural acomodado que aspira a más, atrapada en un mundo que la cosifica. Pero con Emma surge una anomalía, pues no se resigna al rol que la sociedad ha determinado para ella. Imaginémonos a la señora Bovary, educada, leída, consciente de que el romanticismo de que estaban imbuidos los textos en los que se ha sumergido desde temprana edad es una patraña, o en cualquier caso, algo que no se puede alcanzar a través del matrimonio. Al menos ella no lo consigue. En esa tesitura Emma decide vivir la pasión a cualquier precio.
Mala suerte para el buen Charles, mala suerte para la apasionada Emma. Un volcán gime en el interior de ella, que desea salir y expandirse. ¿Cómo hacerlo en la cárcel del matrimonio?
La novela, aparte de ser acusada de inmoral, tuvo un gran impacto emocional importante sobre las cabezas bien pensantes de su tiempo. ¿Se podía tolerar en una mujer semejantes liberalidades? Y encima casada. ¡Imposible! Que el género femenino pudiera desarrollarse como persona, como ser libre que decide cómo y con quién disfrutar de su cuerpo, era algo parecido a atentar contra la propiedad privada, el gran tótem de la sociedad moderna.
La novela tuvo un gran éxito de ventas —el morbo es lo que tiene—, pero a partir del «escándalo» que provocó. ¡Qué bonito! Lo único que nos salva de la monotonía de la vida cotidiana son los escándalos de la gente guapa y de la gente rica. Hay que matizar, que la novela se salvó de la «quema», es decir, de ser condenada judicialmente y tal vez a ser censurada, por su final —que lo tendrá que averiguar quién la lea—. Si Flaubert le hubiera dado un final a lo Ibsen en Casa de muñecas, autor y obra habrían acabado en la hoguera, metafóricamente hablando.
Leer esta novela me ha llevado a algunas reflexiones, quizá disparatadas. Por un lado, me pregunto cuál era la pretensión de Flaubert a la hora de escribirla. Queda claro que quiere denunciar la estupidez y codicia de la burguesía emergente; pero ¿realmente desea denunciar la situación social de la mujer? Si era eso lo que pretendía no lo consigue. Es cierto que queda claro el rol de la mujer burguesa como elemento reproductor y jarrón que se trae y se lleva de salón en salón. Ahora bien, el viaje de Emma a través de su liberación de la castración del matrimonio es absolutamente demencial. Flaubert presenta a Emma Bovary como inestable emocionalmente, depresiva, ansiosa, obsesiva, manipuladora, egoísta, mala madre, mentirosa, parece que la condena, fatalmente, a sufrir las consecuencias de sus pecados extramatrimoniales. ¿Cuál es la moraleja para las féminas de su tiempo? ¿No te cases y te irá mejor? Depende, porque si no posees dinero ni bienes la única alternativa que tienes si eres mujer es casarte. La sexualidad fuera del matrimonio no estaba precisamente bien vista. Por tanto, parece que la mejor opción, por tediosa que pueda parecer, es el matrimonio, o tener amantes y que no te descubran. Flaubert se inspiró para escribir la novela en la historia de Delphine Delamare, esposa de un médico de Normandía, que conocían los padres de Gustave. Las crónicas de entonces constatan el hecho de que la desgraciada Delphine se quitó la vida cuando apenas contaba veintiséis años, atrás dejó amantes, deudas y una hija de seis años.
Por otra parte, Emma me recuerda mucho a Blanca, personaje de la novela En ausencia de Blanca (1999) de Antonio Muñoz Molina. Emma tiene la cabeza llena de sueños, de deseos, que quiere realizar, pasando por encima de quien tenga que pasar, incluyendo a Charles, su marido, y a su hija. Blanca es algo parecido:
Por último, me pregunto por qué demonios tenemos que reproducirnos, arrojar individuos al mundo, cuando no somos capaces de gestionar nuestras propias vidas. Charles es adulto, Emma también, pero Bertha no, ella es la auténtica víctima de la incompetencia de los padres para afrontar sus deseos y frustraciones. Al menos Blanca y Mario no procrean, todo un detalle por su parte.
Su biografía cuenta que su madre, Anne Justine Fleuriot, procedía de una familia normanda de rancio abolengo. Su padre, Achille Flaubert, era un cirujano afincado en Ruan, donde ejercía su profesión con éxito.
Los estudios del joven Flaubert tienen poco que reseñar, se deslizó por ellos sin pena ni gloria, eso sí, según las referencias que han llegado a nuestros días, era considerado como un alumno díscolo. En cualquier caso, había nacido con algo en su genética que comenzó a manifestarse a temprana edad pues a los once años ya escribía. Acabó el bachiller en 1840 y tras resultar exento en el servicio militar inició los estudios de Derecho en París, pero por hacer algo pues no se encontraba motivado con los mismos. Ese mismo año conoció a Víctor Hugo con el que realizó un largo viaje por los Pirineos y la isla de Córcega. A su vuelta se dedicó a vivir de las rentas sin tener claro lo que deseaba hacer con su vida. Cuatro años después, en 1844, regresó a Croisset, ciudad próxima a Ruan, para residir con su madre. En esta casa viviría hasta su muerte. Gustave odiaba las grandes urbes y amaba la vida campestre.
Los acontecimientos dieron un cambio brusco a su vida en 1846 al morir su padre y su hermana de manera repentina, por lo que tuvo que responsabilizarse de su sobrina. En esa época inició una relación, que le desestabilizo más que otra cosa, con la poetisa Louise Colet, relación que duraría una década. Fue el único romance importante que tuvo en su vida. En 1848 vivió de cerca en París la denominada «Revolución de 1848»; este levantamiento popular se desarrolló en la capital de Francia entre los días 23 y 25 de febrero y obligó a abdicar al rey Luis Felipe I, lo que dio paso a la proclamación de la Segunda República Francesa.
Entre los años 1849 y 1851 viajó con su amigo Máxime du Camp por Italia, Egipto, Grecia, Oriente medio y Turquía.
Antes de realizar este largo viaje ya había escrito el borrador de La tentación de San Antonio que sería editado años después, en 1874. En 1837 había publicado Rêve d’enfer, en 1838 Memoria de un loco y en 1842 Noviembre. Fragmentos de un estilo cualquiera. La siguiente obra en aparecer sería Madame Bovary. La empezó a escribir en 1851 y no vería la luz hasta el año 1857 en la Revue de París, en formato de folletín. El esfuerzo de escribirla fue grande, le costó casi seis años concluirla y sobre todo pulirla; Flaubert era un obsesivo en lo que respecta al lenguaje escrito. Como ya ocurrió con Las flores del mal (1857) de Charles Baudelaire —y un siglo después con Escupiré sobre vuestras tumbas (1959) de Boris Vian—, Flaubert tuvo problemas con las autoridades judiciales, pues se la acusaba tanto a él como al editor de atentar contra la moral y las buenas costumbres. Al final el proceso quedó en nada. No tuvo tanta suerte Baudelaire.
En formato folletín la novela causó buena impresión en sus lectores pero el éxito de ventas lo tuvo cuando fue publicada en formato libro. Con los recursos económicos que obtuvo de ella realizó un viaje a Túnez para visitar Cartago con el fin de documentarse in situ para el texto que entonces tenía entre manos, Salambó, que se publicaría en 1862. A partir de este año sufre una decadencia a todos los niveles. Él siguió escribiendo y retomó un manuscrito antiguo, La educación sentimental, publicada en 1869. Durante la guerra franco-prusiana tuvo una experiencia traumática cuando tropas prusianas ocuparon su casa. Sobreponerse a aquella situación de estrés intenso le fue difícil hasta tal punto que desarrolló diversos trastornos nerviosos de los que nunca se recuperaría. La muerte de su madre acaeció en 1872. Su situación económica no era buena, pero él se adaptaba a sus posibilidades pecuniarias, magníficamente atendido por su sobrina Mme. Commonville. Esos años, a pesar de su introspección y abatimiento continuo, fueron ricos en contactos tanto en persona como epistolares. Quizá la relación más destacada fue con George Sand con la que mantuvo una abundante correspondencia; mas también se veía en París con Turgénev, Goncourt, Rostad o Zola, lo más encumbrado de la escena literaria del momento. Aunque es cierto que no se sentía bien de salud en general, su ritmo de trabajo era intenso: acabó y publicó en 1874 La tentación de San Antonio y en 1877 Tres cuentos.
Según sus biógrafos, cuando Flaubert fallece de una hemorragia cerebral en 1880 contaba 58 años, sin embargo, su imagen era la de un anciano de ochenta. Para que luego se menosprecien los problemas psicológicos, entonces denominados nerviosos.
Flaubert fue un escritor con una personalidad inestable y sumamente contradictoria: tímido, desesperado, vital, arrogante, vergonzoso, algo histriónico. Padecía epilepsia, enfermedad que siempre intentó ocultar. Odiaba la vulgaridad, la falta de inteligencia, el menosprecio del arte y lo bello; estos calificativos descritos se los dedicaba con especial énfasis a la burguesía en ascenso de su época.
Su escritura es un cóctel rico compuesto por una parte de romanticismo, una de realismo y otra de naturalismo.
Madame Bovary es una descarnada crítica a la burguesía incipiente del siglo XIX, hambrienta de riquezas y parabienes. También es una monstruosa exposición del papel de la mujer en Francia, en aquel tiempo, convertida en un mero elemento decorativo, poco más que un bello jarrón dispuesto para exhibirse y poco más. En el caso de Emma Bovary el jarrón se convierte en un ser autónomo que busca la belleza y una satisfacción plena por encima de los convencionalismos. Redundando en la idea central de la obra, ella es simplemente una señora nacida en un entorno rural acomodado que aspira a más, atrapada en un mundo que la cosifica. Pero con Emma surge una anomalía, pues no se resigna al rol que la sociedad ha determinado para ella. Imaginémonos a la señora Bovary, educada, leída, consciente de que el romanticismo de que estaban imbuidos los textos en los que se ha sumergido desde temprana edad es una patraña, o en cualquier caso, algo que no se puede alcanzar a través del matrimonio. Al menos ella no lo consigue. En esa tesitura Emma decide vivir la pasión a cualquier precio.
«Antes de casarse, Emma había creído estar enamorada; pero como la felicidad que esperaba de aquel amor no había hecho su aparición, pensó que se había equivocado. Y se preguntaba intrigada qué es lo que había que entender concretamente en la vida por palabras como dicha, pasión y ebriedad que le habían parecido tan maravillosas en los libros.»La novela se compone de tres partes bien diferenciadas. En la primera Charles Bovary ejerce de médico en un pueblo, Tostes, y se casa con una viuda que fallece poco después. En ese entorno de duelo conoce a la bella Emma Rouault, hija de un hacendado que es su paciente. Emma es una mujer soñadora, llena de vida y de ganas de vivirla. Emma y Charles se casan y ahí comienza, en principio, un pequeño drama, el derivado de las expectativas frustradas. Su vida le resulta carente de voluptuosidad, de alicientes, aburrida. Dicho tedio la lleva a la depresión. Charles no es lo que ella esperaba:
«¿Y no debía ser un hombre todo lo contrario (a Charles), sobresalir en las más diversas actividades, iniciar a una mujer en el poder de las pasiones, en los refinamiento de la vida, en todos los misterios? Pero este qué iba a enseñar, este no sabía nada, no deseaba nada, la creía feliz y a ella le irritaba por su calma, tan firmemente asentada, por su serena gravedad y hasta por la felicidad que ella misma le proporcionaba.»
Mala suerte para el buen Charles, mala suerte para la apasionada Emma. Un volcán gime en el interior de ella, que desea salir y expandirse. ¿Cómo hacerlo en la cárcel del matrimonio?
«—¡Ay, Señor! ¿Para qué me habré casado?»La segunda parte comienza con el traslado de la pareja a Yonville, para que Emma cambie de aires y se recupere del mal que la aqueja. Ahí nace Berthe, la niña que se criará sin madre porque Emma tiene la cabeza en otros universos de los que la niña está excluida.
«Porque no tenían que ser igual a este todos los hombres.»
«La expresión de su rostro asustó a la niña, que se puso a llorar.El azar la está esperando; un baile será el principio de la erupción, luego llegará la obsesión y la urgencia por vivir la pasión a grandes tragos. Algo inevitable.
—¡Qué me dejes en paz, te he dicho! —dijo Emma, apartándola de sí con el codo.»
«Se subscribió a La canastilla, publicación dedicada a las mujeres, y a La Sílfide de los salones. Se tragaba sin perdonar una, todas las reseñas de los estrenos teatrales y de las reuniones de alta sociedad, estaba al tanto del debut de una nueva cantante, de la inauguración de una tienda. Conocía al dedillo las modas que surgían […] Tomaba como modelo las descripciones de muebles y decoración que hacía Eugene Sue, y en la lectura de Balzac y de George Sand, buscaba satisfacciones imaginarias par sus íntimos anhelos. […] Sentía ansias de correr mundo o de volverse a vivir al convento. Anhelaba al mismo tiempo morirse y vivir en París.»En ese pueblo conocerá a su alma gemela, a León Dupuis, con el que empatizará de inmediato. No solo se gustan sino que también intercambian lecturas y largas conversaciones. De ahí al amor hay un paso y ese paso lo dan con restricciones.
«Ella estaba henchida de oscuros apetitos, de rabia, de desprecio. Estaba enamorada de León, y se refugiaba en la soledad para poder deleitarse a sus anchas evocando su imagen.»Sin embargo, León decide alejarse. Este alejamiento hace que Emma vaya volviéndose cada vez más atrevida en sus pretensiones, deslumbrada por el lujo y el deseo de un bienestar económico que ella no posee.
«Los apetitos de la carne, la codicia por el dinero y la melancolía de la pasión vinieron a confundirse en un solo padecimiento. […] La mezquindad de la vida doméstica matrimonial la disparaba hacia delirios de grandeza, la armonía matrimonial, a sueños de adulterio.»En ese punto límite en su existencia aparece Rodolphe Boulanger, la consumación de todos sus anhelos: rico, guapo, culto, experimentado. Ante ella se abre un abismo, el compuesto por la distancia que separa realidad e ilusión.
«—¿Qué razón hay para estar siempre clamando contra las pasiones? ¿No son ellas acaso lo único hermoso que existe sobre la faz de la tierra, la única fuente de heroísmo, de entusiasmo, de poesía, fuente de la música y al arte, de todo en una palabra.»La voluptuosidad que comparte con Rodolphe la aleja aún más de Charles y de la pequeña Berthe.
«No había una sola cosa en él que no la irritase en aquel momento, no podía soportar su rostro ni sus ropas ni lo que estaba pensando y callaba, incluía en su aborrecimiento a su persona entera, a su vida toda.»No cuento más, pero todavía queda una tercera parte de la narración que explorar con avidez.
La novela, aparte de ser acusada de inmoral, tuvo un gran impacto emocional importante sobre las cabezas bien pensantes de su tiempo. ¿Se podía tolerar en una mujer semejantes liberalidades? Y encima casada. ¡Imposible! Que el género femenino pudiera desarrollarse como persona, como ser libre que decide cómo y con quién disfrutar de su cuerpo, era algo parecido a atentar contra la propiedad privada, el gran tótem de la sociedad moderna.
La novela tuvo un gran éxito de ventas —el morbo es lo que tiene—, pero a partir del «escándalo» que provocó. ¡Qué bonito! Lo único que nos salva de la monotonía de la vida cotidiana son los escándalos de la gente guapa y de la gente rica. Hay que matizar, que la novela se salvó de la «quema», es decir, de ser condenada judicialmente y tal vez a ser censurada, por su final —que lo tendrá que averiguar quién la lea—. Si Flaubert le hubiera dado un final a lo Ibsen en Casa de muñecas, autor y obra habrían acabado en la hoguera, metafóricamente hablando.
Leer esta novela me ha llevado a algunas reflexiones, quizá disparatadas. Por un lado, me pregunto cuál era la pretensión de Flaubert a la hora de escribirla. Queda claro que quiere denunciar la estupidez y codicia de la burguesía emergente; pero ¿realmente desea denunciar la situación social de la mujer? Si era eso lo que pretendía no lo consigue. Es cierto que queda claro el rol de la mujer burguesa como elemento reproductor y jarrón que se trae y se lleva de salón en salón. Ahora bien, el viaje de Emma a través de su liberación de la castración del matrimonio es absolutamente demencial. Flaubert presenta a Emma Bovary como inestable emocionalmente, depresiva, ansiosa, obsesiva, manipuladora, egoísta, mala madre, mentirosa, parece que la condena, fatalmente, a sufrir las consecuencias de sus pecados extramatrimoniales. ¿Cuál es la moraleja para las féminas de su tiempo? ¿No te cases y te irá mejor? Depende, porque si no posees dinero ni bienes la única alternativa que tienes si eres mujer es casarte. La sexualidad fuera del matrimonio no estaba precisamente bien vista. Por tanto, parece que la mejor opción, por tediosa que pueda parecer, es el matrimonio, o tener amantes y que no te descubran. Flaubert se inspiró para escribir la novela en la historia de Delphine Delamare, esposa de un médico de Normandía, que conocían los padres de Gustave. Las crónicas de entonces constatan el hecho de que la desgraciada Delphine se quitó la vida cuando apenas contaba veintiséis años, atrás dejó amantes, deudas y una hija de seis años.
Por otra parte, Emma me recuerda mucho a Blanca, personaje de la novela En ausencia de Blanca (1999) de Antonio Muñoz Molina. Emma tiene la cabeza llena de sueños, de deseos, que quiere realizar, pasando por encima de quien tenga que pasar, incluyendo a Charles, su marido, y a su hija. Blanca es algo parecido:
«A punto de cumplir los 30 años, Blanca, a diferencia de la mayor parte de la gente, no había renunciado a nada: quería pintar, quería escribir, quería saberlo todo sobre la ópera italiana o sobre el teatro Kabuki o sobre el cine clásico de Hollywood, quería viajar a las ciudades más exóticas, a los países más imaginarios, se le humedecían los ojos viendo La dama de Shanghái o escuchando a Jessye Norman, la voz le vibraba cuando leía en el suplemento dominical de El País las delicias gastronómicas que servían los mejores restaurantes de Madrid o de San Sebastián, delicias que por tener nombres italianos o franceses, cuando no vascos, Mario no era capaz de imaginar.»Naturalmente, hay un gran contraste entre ellas: el tiempo en que les ha tocado vivir a cada una. Las dos intentan encontrarse a sí mismas, realizarse como personas, cada una a su modo, la consecuencia de sus actos son diferentes, tanto para ellas como para las personas que las rodean. Digamos que una lo tiene más fácil que la otra. Quizá no tendrían que haberse casado con sus respectivos maridos, y tenían que haber elegido otros diferentes. Charles es un buen hombre, sencillo, condescendiente, confiado, que no necesita más que su hogar y a la que es su esposa, a Emma, con eso tiene suficiente. ¿Cómo es Mario?:
«[…] es un hombre sencillo, rutinario, sin ambiciones que vayan más allá de Blanca. Ella es el aire que le permite respirar, el agua que corre por sus venas, el alimento que le nutre; aparte de Blanca no existe nada en el mundo que pueda captar su atención. Blanca representa a otra clase social, lejana de la de Mario; su distinción no le intimida, al contrario, le admira aunque sea incapaz de participar de él. Ella aporta a su vida en común el Sol, él la Luna».Tanto ellas como ellos se han equivocado de persona a la hora de elegir compañeros de viaje existencial, sus expectativas y deseos son absolutamente desiguales. Una lástima.
Por último, me pregunto por qué demonios tenemos que reproducirnos, arrojar individuos al mundo, cuando no somos capaces de gestionar nuestras propias vidas. Charles es adulto, Emma también, pero Bertha no, ella es la auténtica víctima de la incompetencia de los padres para afrontar sus deseos y frustraciones. Al menos Blanca y Mario no procrean, todo un detalle por su parte.
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