Por Ángel E. Lejarriaga
se expresa con juicios duros
que esconden miedo y ternura.
El suplicio del paseo solitario
absorbe apáticos brotes de primavera,
su verdor incipiente
bebe un elixir amargo.
Por fin el jardín atenúa la claridad,
escribe en la tierra una historia,
una sinfonía de acordes sincopados,
sin que nada me libere del hastío.
Los campos amamantan vida
en tanto los humanos nos escondemos
en agujeros amordazados,
en la oscuridad mis ojos interrogan
a los fulgores ambarinos del firmamento.
(1975)
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