29 may 2019

Reflexiones sobre una Venus marina

Por Ángel E. Lejarriaga



Esta novela fue publicada en 1953, su autor, Lawrence Durrell (1912-1990) escribe en esos años —antes del famoso Cuarteto de Alejandría (1957-1960)— tres libros de viajes autobiográficos sobre Corfú, Rodas y Chipre a los que denominaría Trilogía mediterránea. Así, con esa forma tan particular de construir su literatura, Lawrence Durrell nos deja el legado de una trilogía ―la ya citada―, un cuarteto: El cuarteto de Alejandría; y un quinteto: El quinteto de Aviñón. Con estos doce libros se puede establecer perfectamente un mapa elemental de su obra.

Su Trilogía mediterránea se compone de La celda de Próspero (1945), dedicada a Corfú; Reflexiones sobre una Venus marina (1953), dedicada a Rodas; y Limones amargos (1957), dedicada a Chipre.

Para empezar, diré que Lawrence Durrell era un amante de la cultura grecolatina y eso se nota desde la primera página. Los libros que componen la trilogía no son exactamente de viajes aunque como tal son presentados. Estos poseen diversos componentes relacionados con su biografía, su intelectualidad, la Historia y sus vivencias directas en los lugares que describe. Richard Aldington definió estos libros como «libros de extranjero residente». Es obvio que tenía razón, Durrell escribe con conocimiento de causa, no sigue una guía predeterminada en una visita corta a un paraje exótico, él vive allí. 

En cada una de las islas citadas pasó un cierto tiempo en las que no fue un viajero más sino que también se enamoró de las mismas, hizo nuevos amigos y experimentó con intensidad los placeres de la vida. Ese conjunto de vivencias generó una descripción realista y a la vez cargada de ficción, cuya suma se plasma en estos tres libros. A lo visto y sentido se le une el folclore y las leyendas de la tierra. 

Podríamos también, hablar de sus casas, intrínsecamente fusionadas con su experiencia vital como un personaje más: la «Casa Blanca» en Kalamai, en Corfú; La «Villa Cleóbulo» en Rodas y la casa de Bellpais en Chipre. Según describe Durrell la vida en las tres islas, la posibilidad de un viaje a las mismas se presenta como magnética.

Todo esto nos lo cuenta Lawrence Durrell con un lenguaje poético que seduce. Lo hace a pesar de que por momentos trascienda el período histórico en el que se contextualiza la narración. Tengamos presente que era funcionario del Foreign Office Británico y que tras la II Guerra Mundial Rodas era una isla griega ocupada. Durrell había viajado desde Egipto para ocupar un puesto en ella. Residió en la misma entre 1945 y 1947. Había estado cuatro años ausente de Grecia y eso le pesaba.

En ningún momento le queda duda alguna al lector que Durrell ama Grecia. Y eso que la Rodas de entonces no era la de ahora, en aquel tiempo estaba prácticamente en ruinas.
«El simple conocimiento de que se encuentran en una isla, un pequeño mundo rodeado por el mar, las llena de una indescriptible embriaguez.»
En la isla se reúne, entre otras personas, con Eve Cohen, su reciente amor, que le inspirará a la Justine del Cuarteto de Alejandría. Qué más se puede pedir.  
«En Rodas los días van cayendo con tanta suavidad como la fruta del árbol.»

«Detrás y a través de ella, toda la idea de Grecia resplandece con un brillo triste, como un roto capitel, como los fragmentos de un precioso jarro, como el torso de una estatua a la esperanza.»


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