18 nov 2020

La lluvia amarilla


Julio Llamazares (1955). Estamos ante la novela monólogo de un leonés de reconocido prestigio, como escritor y como periodista, nacido en un pueblo que ya no existe, Vegamián. En dicho pueblo trabajó su padre de maestro hasta que el embalse de Porma se llevó sin contemplaciones pueblo y memoria, desplazando a sus habitantes lejos de allí. Cuando la desaparición del pueblo bajo las aguas fue algo inevitable la familia se mudó a Olleros de Sabero. Algunas de las obras de Llamazares reflejan cómo era la vida en estos pueblos abandonados.

Tras los estudios primarios y secundarios al uso en su tiempo se licenció en Derecho, y llegó a ejercerlo profesionalmente; pronto descubrió que su talento y deseo de autorrealización personal se encontraban lejos de esa disciplina, entonces tomó el camino nada fácil del periodismo y la literatura.

En 1985 se publicó su primera novela, Luna de lobos, que fue finalista en el Premio Nacional de Literatura. Tres años después estuvo a punto conseguir idéntico galardón con la novela que comentamos en estas líneas, La lluvia amarilla.

Desde que se decide a dedicarse a la escritura su horizonte de trabajo ha sido muy amplio: libros de viajes, ensayos, artículos de opinión y reportajes, poesía y, por supuesto, narrativa.

A continuación expongo algunas de sus obras ordenadas por géneros. Narrativa: El entierro de Genarín (1981), Luna de lobos (1985), La lluvia amarilla (1988), Escenas de cine mudo (1994), En mitad de ninguna parte (1995), Tres historias verdaderas (1998), Los viajeros de Madrid (1998), El cielo de Madrid (2005), Tanta pasión para nada (2011), Las lágrimas de San Lorenzo (2013) y Distintas formas de mirar el agua (2015). Poesía: La lentitud de los bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1982). Prensa: En Babia (1991), Nadie escucha (1995) y Entre perro y lobo (2008). Libros de viajes: El río del olvido (1990), Trás-os-Montes (1998), Cuaderno del Duero (1999), Las rosas de piedra (2008), Atlas de la España imaginaria (2015), El viaje de Don Quijote (2016), Las rosas del sur (2018) y Primavera extremeña (2020). Guiones para el cine: Retrato de bañista (1984), Luna de lobos (1987), El techo del mundo (1995), Flores de otro mundo (1999) y Elogio de la distancia (2009). 

A lo largo de su carrera ha recibido numerosos premios y galardones.


La lluvia amarilla (1988) es un largo monólogo, al estilo de los que ha escrito Miguel Delibes, en el que el último superviviente de Ainielle, un pueblo del Pirineo aragonés, cuenta como puede, sus recuerdos, sus miedos y todo lo que ve a su alrededor, todo ello muy cercano a la muerte. Llamazares llama “lluvia amarilla” a las hojas ocres amarillentas del otoño, pero no es más que una metáfora entre otras sobre el paso del tiempo. El narrador, en su larga alocución, nos presenta cómo era el pueblo, quiénes eran sus habitantes, a qué se dedicaban, cómo se fueron muriendo o simplemente abandonándolo; habla sobre su propia vida, sobre su esposa, sobre sus hijos, y lo hace en un espacio intermedio entre la cordura y la locura, unas veces más desde un lado que desde otro.

El pueblo se muere. Las imágenes que invoca el narrador al abrir su memoria son de devastación, de desolación, de una soledad que aplasta como una losa irremediable. Él protagonista podría haberse marchado como hicieron otros, o haber acabado con su vida, una posibilidad, para así evitar ser testigo de la debacle, pero aguanta porque quiere hacerlo, porque es la memoria viva de un pasado que morirá con él.

Llamazares se inspiró para escribir esta obra en un pueblecito de Soria, en Sarnago, en el que debido a una expropiación, sus habitantes tuvieron que abandonarlo. Afortunadamente el pueblo al día de hoy ha sido rehabilitado.

La primera impresión que te produce la novela antes de empezarla, al leer la contraportada, es que se trata de un relato fidedigno del abandono del mundo rural en los años cincuenta; hoy en día no solo no hemos mejorado en este aspecto sino que hemos empeorado. Cuando profundizas en sus páginas, descubres que sí, es verdad, un pueblo se muere, sus habitantes también, toda una forma de vida desaparece de manera inexorable; pero esto último nos hace reflexionar, como paradigma irrefutable, sobre todo lo que vamos perdiendo a través de los años, más si cabe en la “moderna” sociedad actual, tan desmemoriada. Así, te miras a ti mismo en el espejo del tiempo presente y te preguntas por todos tus referentes vitales que se han derrumbado con los años: valores, cultura, costumbres, amistades perdidas, familiares muertos, relaciones marchitas, individualismo, aislamiento, soledad. En ese contexto de indagación realista, ciertamente al borde de la enajenación, te sigues preguntando si ha merecido la pena vivir, si volverías a nacer si tuvieras la oportunidad de elegir, si harías lo mismo, si deseas seguir viviendo sin esos puntos cardinales que orientaban tus días. En ese instante de desasosiego, como le sucede al protagonista, se te aparecen tus queridos muertos para acompañarte en la zozobra de manera cariñosa, desde luego, en esa soledad que poco a poco se va presintiendo o tomando forma en el quehacer cotidiano según las circunstancias de cada persona. Si hablas con tus muertos no te has vuelto loco, aunque también puede ocurrir que sea así; en ocasiones lo que ocurre es que no tienes a quién contarle tus dudas más amargas. En nuestra vida diaria procuramos superar estos abismos existenciales, nos ocupamos con tareas, necesarias o no, creativas o no. Sin embargo, nuestro protagonista no tiene muchas posibilidades de evasión, por no decir ninguna, es un resistente, único, mientras viva habrá recuerdo, ahuyentará el olvido, a pesar de la desolación que le rodea, aunque su mundo se derrumbe como un castillo de naipes.

El narrador se despide de la vida con rabia porque sabe que su agonía es la antesala del olvido más absoluto, como si la luz del mundo fuera poco a poco apagándose hasta llegar a un punto en el que gobernará la oscuridad y la barbarie.

El autor nos cuenta todo esto con un lenguaje poético, nos invita a participar de la lluvia amarilla para que apliquemos el cuento a nuestras propias vidas; no pretender proporcionarnos una moraleja, ni una lección, nos describe un escenario y nosotros tenemos que poner el resto.
“Sí. Seguramente, me encontrarán así vestido todavía y mirándoles de frente, casi del mismo modo que yo encontré a Sabina entre la maquinaria abandonada del Molino. Solo que yo aquel día no tuve otros testigos de mi hallazgo que la perra y el sonido acerado de la niebla al romperse contra los árboles del río…”

ANEXO:

Documentos TV tiene un documental sobre Ainielle:

https://www.rtve.es/alacarta/videos/cronicas/cronicas-ainielle-tiene-memoria/221225/

Otro documental interesantes es Esta es mi tierra, León, memoria de la nieve.

http://www.rtve.es/alacarta/videos/esta-es-mi-tierra/esta-tierra-leon-memoria-nieve/671180/







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