29 oct 2020

La conjura de los necios


Por Ángel E. Lejarriaga



John Kennedy Toole (1937 - 1969). La novela de este malogrado norteamericano apareció en 1980, un año después ganó el Premio Pulitzer. Una lástima que él no lo viera, se suicidó en 1969, descompuesto anímicamente por su falta de reconocimiento, nadie le quiso publicar su obra, tenía treinta y dos años. A pesar de todo, Ignatius Reilly, gracias a la perseverancia de su madre, ha pasado a la historia de la literatura con sobresaliente. Esta encontró el manuscrito después de su muerte y entró en contacto con diversas editoriales para que lo leyeran, una tras otra lo fueron rechazando sistemáticamente. Así hasta que el escritor Walter Percy lo leyó y quedo impresionado. La novela se publicó entonces y fue un auténtico éxito de ventas.

Toole escribió la novela mientras pasaba un periodo en el ejército norteamericano, en Puerto Rico, en 1962. El personaje que inventa no tiene nada que ver con él salvo en las relaciones que mantiene con su madre, su aislamiento social y su aspecto físico poco agraciado. Aunque se ha dicho que refleja bastante bien muchas de sus experiencias. Digamos que en el texto hay coincidencias que identifican a Toole con Reilly. Por ejemplo, el autor tuvo un buen contacto con el barrio francés de Nueva Orleans, vendió comida en un puesto ambulante en compañía de un amigo o trabajó en una fábrica de ropa.

Reilly es un auténtico friki que no trabaja aunque lo pretende, y que se mete en diversas aventuras a cual más pintorescas. Quiere escribir una obra maestra que cambie el curso de los acontecimientos. Nos podríamos preguntar si Ignatius no es una caricatura de Toole. ¿Se ríe de sí mismo? Quién sabe.

La novela nos cuenta, como ya he dicho, la vida y milagros de Ignatius J. Reilly, un individuo que vive fuera de la realidad, al que no le interesa demasiado la vida social, ni la entiende ni quiere formar parte de ella, y que alimenta ensoñaciones de vivir al estilo medieval; es un experto en el tema. Evidentemente, estas concepciones y análisis de su tiempo le convierten en un sujeto por momentos desconcertante, obsesionado por escribir una obra genial. ¿Cómo lo va a lograr? Pues rellena sin cesar cientos de cuadernos con sus pensamientos sobre la existencia humana, el mundo y su fantasía utópica. Pero claro, necesita dinero para pagar las facturas y ahí tiene que renunciar a su microcosmos de aislamiento e imaginación. Odia la esclavitud del trabajo pero no le queda más remedio que salir a buscar un empleo. Lo divertido de todo este proceso —“dios los hace y ellos se juntan”— es que va entrando en contacto con otros individuos igual de “diferentes” y “asociales” que él. En su periplo existencial hace una amiga, Myrna Minkoff, con la que se relaciona a través de cartas. Los dos analizan la historia de manera distinta pero a pesar de ello mantienen el contacto, de alguna manera misteriosa e insólita se complementan.

Ni que decir tiene que Ignatius es un tipo difícil, lo sabe su madre, y el lector se da cuenta de ello rápidamente. Hijo único, mimado, gordinflón, vago, descarado, “un gorrón insoportable”. Vestido siempre igual, con una gorra de cazador, unos pantalones de tweed y una camisa de franela; le da igual el tiempo que haga o la estación en la que se encuentre. Además, tiene una peculiaridad: se cree muy listo. ¿Es un genio o un colgado? Bueno, el lector debe decidir si elige uno de los epítetos o se queda con los dos.

¿Cómo es la forma de vida de madre e hijo? No tienen dinero, malviven, la casa se cae a pedazos, se pelean continuamente, pero se necesitan. Los seres humanos somos sorprendentes, de eso no hay duda. Cuando Ignatius discute con su madre o se frustra con el mundo, que viene a ser algo parecido, se dedica a escribir compulsivamente, con rabia, contra todo y contra todos, de todas formas siempre lo hace; no se libra nadie de su furia critica, sobre todo aquellas personas consideradas amorales.

La madre de Ignaitus es todo un personaje. Está obesa, es artrítica, nerviosa, acude a misa con frecuencia, bebe para afrontar las desgracias que le han caído en la vida, entre ellas Ignaitus; está harta pero aguanta. Tanto madre como hijo son dos inadaptados que les viene grande el mundo en el que viven.

Pasando por encima de los divertimentos, que los tiene y muchos, la novela es despiadada en su análisis de la vida norteamericana contemporánea. Rilley sabe que no va a poder hacer una revolución, que no va a transformar la sociedad, se resigna pero al mismo tiempo sueña con ella, quizá como método de supervivencia psicológica. La novela, por momentos, te provoca una cierta hilaridad, pero cuando la terminas te deja un sabor de boca agridulce, yo diría que triste. Primero porque sabes que Toole se suicidó; segundo porque lo que nos está describiendo se parece demasiado en muchos aspectos a nuestras vidas, espectrales y miserables, tanto en lo material como en lo emocional. 


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