29 ene 2018

Lo(r)ca o Una tragedia homosexual

Por Ángel E. Lejarriaga



En la sala de teatro Nave 73 situada en Madrid, cerca de la glorieta de Embajadores, se está representando en la actualidad una obra inspirada en Lorca que es una fiesta y un grito a la vez, ambas cosas reivindican la identidad homosexual. Su nombre es explícito Lo(r)ca o Una tragedia homosexual, su autor es Barak Ben-David, un dramaturgo israelí enamorado de la obra de Federico García Lorca. Cuatro textos de este, extraídos de La casa de Bernarda Alba, Bodas de Sangre, Yerma y Doña Rosita la soltera, crean los marcos dramáticos adecuados para que a su vez cuatro actores, cuatro hombres, ocupen los papeles de las protagonistas de los dramas lorquianos, y se representen a sí mismos en las tesituras crueles en que aquellas heroicas y desgraciadas mujeres buscaban un espacio en el que poseer identidad propia, abandonando la celda infame a que las condenaba su tiempo, que no es otro que el nuestro, el de la dominación heteropatriarcal. Pues bien, estos cuatro hombres también quieren tener un lugar en el mundo, en la época que les ha tocado vivir; demandan el amor sin concesiones, la pasión, la realización personal, y pasan por encima de los prejuicios, las convenciones y las relaciones de dominación. Si es preciso empeñarán su vida en el esfuerzo; todos ellos sometidos, como ellas, a una tensión continua que durante la puesta en escena se refleja muy bien mediante efectos audiovisuales.

La interpretación de los cuatro actores, Javier Prieto, Juan Caballero, Raúl Pulido y Jorge Gonzalo, es soberbia, no solo dominan el texto sino que además se mueven por la escena con una expresividad característica de la danza. El montaje es atrevido, con una agitada mezcla de luces, sonidos y desplazamientos de los actores por el escenario, en ocasiones frenéticos, que tratan de hacernos ver la convulsión en la que viven el instante los personajes, en este caso masculinos.

 

Los textos son de Lorca porque, para mí, la obra es un homenaje a él. Lorca no solo era un genio, un poeta y un dramaturgo adelantado a su tiempo, también era una persona que poseía una identidad homosexual, y según los documentos con los que cuentan los historiadores de hoy fue asesinado por ello.

Al salir de la sala mis compañeras de experiencia me preguntaron por la misma y solo supe responder: «A Lorca le hubiera gustado». Sí, le hubiera entusiasmado, porque Lorca era un espíritu libre y anhelaba la creación vital, que lleva implícito el amor, a un nivel poético, plástico y, por supuesto, físico. Él no tenía nada que ocultar, ni qué negar; sin embargo, la sociedad retrógrada en la que vivió sí le exigía que disimulara su identidad, cosa que Federico nunca asumió. Federico entendía la opresión de las mujeres porque sabía de su propia opresión.

Los efectos sonoros, durante el espectáculo, generan una cierta inquietud en el espectador para que este comparta la tragedia que viven los personajes. El desasosiego de estos es nuestro desasosiego, porque no pasa día en que no salga una noticia en prensa que cuente que una persona del colectivo gay ha sido agredida cuando no asesinada.

Tomando un café al lado del teatro, escuché comentarios que hablaban de que aquellos tiempos, en los que vivió Lorca, habían pasado, por fortuna. A mí me dio un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo porque aquellos tiempos han pasado pero los nuevos, a pesar de las formas políticamente correctas que ha adquirido la igualdad sexual, esconden una realidad oscura, plagada de prejuicios irracionales, agarrados como garrapatas al ADN de nuestra sociedad. Por eso he dicho al principio de este comentario que la obra me ha parecido una fiesta, porque evidentemente hay que festejar que un texto así se pueda representar de una manera libre. Mañana no sabemos lo que sucederá si no permanecemos alerta.

Hace no mucho mi sobrina me comentó que durante una clase en la universidad Complutense, en la facultad de Historia, un profesor sacó a relucir a Lorca —no me acuerdo del contexto— y preguntó a las personas presentes si lo conocían —supongo que la pregunta la hizo con tono humorístico, dio por supuesto que era así—. Su sorpresa fue mayúscula cuando constató que la mayoría de sus alumnos, hombres y mujeres, lo conocían solo de nombre, algunos ni eso siquiera. Una joven, en concreto, explicó, poniéndose en pie, que durante una clase de Literatura contemporánea, mientras cursaba el bachiller, una compañera preguntó al profesor si iban a estudiar durante el curso a Federico García Lorca, a lo que este respondió encolerizado que el que quisiera conocer a «ese maricón» que lo estudiara por su cuenta. Después de escuchar esta terrible anécdota, el profesor universitario abandonó la clase dominado por la ira.

No hay comentarios:

Publicar un comentario