18 jun 2018

Los pacientes del doctor García


Por Ángel E. Lejarriaga



Almudena Grandes (Madrid, 1960) se ha superado a sí misma con creces. Siempre pienso y me repito que poco es lo que puede sorprenderme hoy, una vez más me equivoco, ella me ha sorprendido con una gran novela; se podría decir que es una más de su magna obra «Episodios de un guerra interminable», mas no lo es; todas las anteriores son valiosas, magníficas: Inés y la alegría (2010), El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2014); pero esta —Los pacientes del doctor García (2017)— las contiene a todas, no es que las supere, simplemente las acoge en una gran estructura general que se compone de cuatro partes bien diferenciadas, aunque todas son una; se pueden leer de manera independiente, por supuesto, pero cuando las vas siguiendo de manera ordenada te das de bruces con un universo, en el que la autora es la anfitriona, que te dice «ven y mira, esto es lo que tengo que contarte», también te dice «no quiero pasar página, no puedo permitir que tanta grandeza y dolor se pierda en el vacío del silencio». Eso es lo que tenemos entre manos, entre otras cosas, acabar con el silencio imperante sobre nuestra historia reciente.

Me angustia la idea de ponerme en su pellejo a la hora de seguir construyendo literatura a partir de estas cuatro novelas. ¿Puede seguir creando sin límite? Desde luego, ha puesto el listón muy alto, tanto para ella como para los escritores contemporáneos de nuestro país. Este libro es de esos que no solo no te motiva a seguir escribiendo, sino que te impulsa a dejarlo directamente. No exagero. Claro que si Almudena Grandes hubiera pensado lo mismo que yo, después de alguna memorable lectura, nos habríamos perdido su obra y la vida nos sería más difícil todavía.

Quizá la primera consideración que se me ocurre hacer sobre la narración, es que la Guerra Civil Española fue mucho más que una lucha fratricida que duró tres años, auspiciada por la resistencia de un gobierno legítimo y un pueblo que añoraba un horizonte de esperanza, contra los traidores facciosos que les habían jurado lealtad. Esa guerra empezó hacía mucho tiempo con la opresión más deleznable de una población que vivía en la miseria, continúo con las ideas revolucionarias emergentes que querían dar la vuelta al curso de la Historia y se agudizó con el incremento geométrico de la tensión entre clases sociales, hasta límites insoportables para ambas partes. Luego, hubo más guerras ocultas, las que se desarrollaron en la retaguardia, en los frentes de batalla, en las cancillerías europeas, en los intereses geopolíticos del nuevo escenario mundial que se fue conformando. A estas guerras podríamos sumar otras más personales, porque detrás de todo este maremágnum sangriento y mendaz, había personas con nombres y apellidos, criminales y héroes, sobre todo héroes y heroínas; hubo sufrimiento, asesinatos masivos, injusticias, torturas y saqueos. Pues todo esto es lo que nos cuenta Almudena Grandes con sus «Episodios de una guerra interminable».
 
Cuando le preguntan a Almudena Grandes sobre lo atrevido de su proyecto de cuasi Episodios Nacionales a lo Galdós, ella se ríe y dice que no se lo ha planteado, y añade: « [Referido a España] Un filón extraordinario de héroes, villanos, sacrificios, también de estupideces…, para un narrador no hay nada mejor que toparse con algo así. Pero además este proyecto me ha permitido satisfacer varios impulsos a la vez, el literario que ya he citado, otro moral que tiene que ver con presentar al lector español contemporáneo que no sabe nada de esto lo que una serie de señores hicieron porque nosotros ahora disfrutemos de libertades y derechos y, por último, un impulso moral de otra índole. Al adoptar en esta serie el punto de vista de los resistentes al franquismo que quedaron ausentes en el relato de la llegada de la democracia […]».

Los pacientes del doctor García, en síntesis, posee una laberíntica pero muy bien estructurada trama de «espías» y ―adelanto― de «suplantaciones de personalidad»; nos habla de asesinos de masas nazis y de sus protectores, muchos: vaticanistas, franquistas, falangistas, norteamericanos, argentinos… ¿Cuántos más? También nos habla de dos personas entrañables que sacrifican una parte importante de sus vidas por una idea que no les abandonará nunca, a pesar de todas las decepciones habidas y por haber. De alguna manera los dos son espías, o se convierten en espías, Manolo y Guillermo. Pero esa nunca fue su intención lo que sucede es que es imposible prever el curso de los acontecimientos y sin quererlo del todo se dejan llevar por ellos porque consideran que ese es su deber.

La narración tiene un amplio recorrido histórico. Comienza durante la guerra civil, continúa en la terrible posguerra, sigue con la guerra entre los dos grandes bloques imperialistas, la denominada «guerra fría», y alcanza hasta la gran claudicación: la Transición. Todo este recorrido a través de las décadas se desenvuelve por numerosos paisajes: Madrid, Estonia, Berlín, Buenos Aires, Inglaterra o Estados Unidos. La historia le ha costado a la autora un esfuerzo supremo, cuatro años de indagar, documentar y ordenar; lo que da como resultado que por sus páginas desfilen aproximadamente trescientos personajes, qué nadie se asuste. A pesar de esta aparente complejidad, que la tiene, la narración se lee bien, Almudena Grandes te va transmitiendo la gran historia y las microhistorias que esta contiene de una manera fluida, de tal manera que llegas a familiarizarte sin problemas con los actores y actrices.
 
Aunque al referirnos a este libro lo hacemos con la etiqueta de novela, como ocurre con todos los libros del conjunto de episodios de los que forma parte, detrás de la dramatización literaria hay una historia veraz que es el quid de la cuestión. En ella aparecen personajes como Juan Negrín López, que no es una ficción, ni tampoco Clara Stauffer. Negrín (1892-1956), de profesión médico, llegó a ser presidente del Gobierno de la II República Española entre los años 1937 y 1945. Se afilió al PSOE en 1929. A partir de ese momento fue creciendo su protagonismo dentro del partido hasta llegar a asumir el cargo de presidente de la República en un momento más que difícil para nuestro país, entre los años 1937 y 1939, después continúo detentando el cargo, ya en el exilio, hasta el año 1945. Con respecto a «Clarita», era de origen alemán, su padre trabajaba en la empresa Mahou. Era una gran amante del deporte, además de ajedrecista, esquiadora, amiga de Pilar Primo de Rivera, miembro de la Sección Femenina de Falange y una nazi convencida que participó en una red española que daba refugio a los criminales del III Reich perseguidos por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. «Clarita» poseyó el gran honor de haber formado parte de una lista de reclamados al gobierno de Franco por el consejo de Control Aliado, compuesta por 104 nombres, y que este desestimó. Murió en Madrid, en sana paz, a los ochenta años de edad, en 1984. La fama de Clara Stauffer no es una leyenda, en 1948 fue entrevistada por un periodista británico del Daily Express, Sefton Delmer, que en sus ratos libres ejercía de espía. Pues bien, durante la entrevista reconoció la gran labor que estaba realizando para salvar las vidas de aquellas personas que huían de la derrota alemana.
«Cuando encontré a Clara ella se convirtió en el motor de todo y en la imagen fundamental de este libro. Piense en la dirección en la que operaba para sacar nazis huidos de España: Galileo, 14. Si es madrileño, habrá pasado por allí infinidad de veces. Una red por cierto clandestina que la dictadura de Franco nunca reconoció pero que por supuesto amparó. Piense que casi todos los nazis llegaron a Argentina con un pasaporte español. Pero cuando descubrí a la Clara deportista y nadadora de la República me fascinó y, a medida que iba sabiendo más de ella, más me fascinaba.»
Aparte de estos dos personajes de renombre, existe en la novela otro de relevancia: Juan Domingo Perón, por aquella época presidente de Argentina, que dio acogida a los nazis que le llegaban rebotados de las redes que los refugiaban y protegían en España.

No me olvido de citar a otros como Pablo Azcárate, embajador en Londres del gobierno republicano durante la guerra civil; a Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio Primo de Rivera (fundador de Falange Española) y amiga de Clara Stauffer; a Francisco Largo Caballero, presidente del Consejo de Ministros 1936-1937; a Andreu Nin, fundador del Partido Obrero de Unificación Marxista, asesinado por militantes comunistas españoles al servicio de Stalin, en mayo de 1937. Hay más nombres interesantes a reseñar pero me quedo con Norman Bethune. Este canadiense nacido en 1890 y fallecido en 1939, de profesión médico, llegó a España en 1936 al inicio de la guerra civil e innovó las transfusiones de sangre; hasta ese momento se hacían de persona a persona, y con su método, la sangre se extraía y se podía conservar, lo cual permitió salvar las vidas de muchos heridos en combate.

La novela no hace concesiones al sentimentalismo y eso que contiene mucho dolor y mucho amor. Amor entre hombres, entre Manolo y Guillermo, y amor entre ellos y sus compañeras de viaje. Palpas ese amor pero de una manera contenida, a veces apasionada, urgente, como si no fueran a tener más oportunidades, otras sangrante. Para sobrevivir Guillermo tiene que adoptar una nueva personalidad, se convierte en Rafael Cuesta, esta identidad se la proporciona su amigo y diplomático Manuel Arroyo Benítez; Guillermo le salva la vida a Manolo como médico y Manolo se la devuelve con una documentación falsa en regla que le permite seguir viviendo en Madrid y trabajar en una empresa de transportes. Unos años después, ya en 1946, Manuel vuelve a España con una misión encomendada por Negrín: infiltrarse en la red de Clara Stauffer, documentar sus actividades y realizar un informe para el gobierno republicano en el exilio, que será utilizado para denunciar al gobierno franquista, con ello piensan lograr que los aliados apeen del poder a Franco. Manuel también adquiere una nueva identidad, la de Adrián Gallardo Ortega, un ex boseador profesional que se alistó en la División Azul y acabó metido en las tristemente famosas SS.
«Me había salvado porque quería vivir, pero en aquel momento la vida me pareció un bien despreciable, un mezquino atributo de mi cobardía.»
Los dos, Manuel y Guillermo, o Adrián y Rafael, sabían que iban a perder la guerra dos veces, y quizá estaban preparados para ello pero no podían ni imaginarse lo que les iba a caer encima, una pesadilla «interminable» de la que todavía no hemos salido porque al día de hoy ni ha habido reconocimiento del crimen de lesa humanidad sufrido por el pueblo español, ni se ha condenado a los verdugos.
«En ese momento yo ya sabía que había perdido la guerra, pero sólo entonces empecé a vislumbrar el precio que debería pagar para sobrevivir a la derrota.»
El tiempo no pasó en balde, ellos sobrevivieron pero el coste fue demasiado elevado, tanto que sus vidas siempre estuvieron amenazadas por sombras invisibles que les impedían disfrutar de sus presentes con la alegría de vivir necesaria.
«Tú no me conoces… Conociste a un hombre que ha dejado de existir, alguien que tenía muchas cosas que perder, muchas ilusiones por las que vivir. Ahora… no tengo nada, sólo rencor.»
Una peculiaridad de Los pacientes de doctor García, por otra parte algo habitual en ediciones anteriores de los episodios, es que se cita a personajes que ya han aparecido en dichas novelas, en este caso le toca el turno a Pepe el Portugués (El lector de Julio Verne), por citar a alguno.
 
Me atrevo a decir que esta novela, como las anteriores de la serie, son un antídoto para el olvido, algo corriente en España, tan común que por no querer recordar no desenterramos a los muertos de las cunetas, a nuestros muertos, a nuestros abuelos, no reparamos el genocidio sistemático de los militares traidores que sometieron a sangre y fuego a cualquiera que disintiera de su cerrazón ideológica.
«Las sociedades pueden olvidar cuando se resuelven ciertas cosas como ha ocurrido en todos los países de Europa menos en España, en la Alemania posterior al nazismos pero también en la Europa del Este pos estalinista. Porque si no las resolvemos, olvidaremos en falso. En España este olvido en falso ha enquistado los secretos en lo más profundo del corazón de las personas y eso ha provocado dolor y rencor. En este país hay mucho más rencor del que existiría si esos asuntos se hubieran ventilado adecuadamente. Nuestra relación con el pasado es anormal y patológica, la derecha española es la única derecha de Europa que conserva vínculos con el fascismo.»
Al final de la novela, aunque desde que concluye la guerra civil está presente, se constata bien cuál es el sentir de los exiliados, ese desarraigo infinito que carece de esperanza; al principio dominados por ilusiones que tras la Segunda Guerra Mundial desaparecen, más adelante bañadas de un desencanto y una tristeza difícil de digerir.
«El destino de los exiliados es conocer solamente una fecha, la del día que abandonan su país, nunca la de su vuelta.»

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