20 jul 2019

Las Arcas del agua


Por Ángel E. Lejarriaga



Tercera entrega de la obra literaria de Antonio Morillas. La primera fue el poemario Un paseo por los días (2015), al que siguió el largo relato autobiográfico Lo que cuesta nacer (2018). Sin darnos tregua en 2019 ha recopilado una buena colección de narraciones cortas bajo el título Las Arcas del agua que comentamos ahora. Antes de seguir quiero decir, para las personas que no lo sepan, que las Arcas del agua es una avenida situada en un barrio de Getafe conocido como el Sector III, en esta avenida se concentran la mayoría de los bares del barrio.

El libro fue presentado al público la primera semana de julio en el Espacio Mercado, en Getafe. Durante su intervención, el autor manifestó que sus personajes son gente de la calle con la que se ha cruzado en sus expediciones por los bares de la avenida Las Arcas del agua. Él los quiere mantener vivos en su memoria escrita una vez que ha convivido con ellos a través de una experiencia que en ocasiones roza lo insólito. El nexo narrativo o quizá, mejor dicho, el escenario narrativo, está centrado en los bares como parte intrínseca de la idiosincrasia de la piel de toro: “Los bares son una extensión de nuestras casas”; en el pasado era así, hoy las franquicias, los kebab, las pizzerías y demás locales de hostelería de moda, han dinamitado en gran medida lo que fue en su tiempo un terreno político, societario y terapéutico, en el que dominaba la palabra —independientemente del uso y abuso del alcohol, claro—; en los bares se exponían los problemas, individuales y colectivos; tal vez no se resolvían pero al menos a los participantes en el debate les quedaba una sensación de relajación, de descarga. Hubiera sido maravilloso que toda esa vehemencia y tremendismo se hubiera canalizado para construir un país mejor. Pero esa es otra historia. Según comentó Antonio Morillas, “Las Arcas del agua es un escenario en el que se presenta la vida”, “nos habla de seres humanos en su lucha por la subsistencia”, “habla de soledad”, “presenta veintiséis vidas extraordinarias”. Veamos qué nos cuentan los veintiséis relatos.

 
Lo primero que trasluce de su lectura es una especie de añoranza de tierras perdidas, no tanto de “edenes” idealizados, pero sí se percibe una especie de melancolía por otros paisajes ajenos al cemento y el asfalto dominante. Abre la colección L., Antonio. Autónomo. Es que Antonio, nuestro primer personaje, es un autónomo, que define bien cómo es la vida de un autoempleado, un emprendedor, como se llama ahora a las personas que se tienen que buscar la vida porque no encuentran un empleo decente. Antonio es uno de esos sujetos; vive como puede, a trompicones, pero vive. Después llega José, Un hombre de trece años que deja la infancia atrás sin tiempo para pensárselo dos veces, acudiendo a la emigración —“una oportunidad para conocer mundo”, dijo una ministra que no había trabajado en su vida— para no solo poder vivir sino también para aportar algo de peculio a la familia numerosa que ha abandonado en el pueblo. La historia de El Güita es diferente a las anteriores pero parecida, este personaje es un emigrante que se vino a hacer las Españas y que con marrullerías golfea todo lo que quiere y le dejan, eso sí, exaltando las virtudes que le son propias a un argentino bien nacido: El Güita es un ”declamador y filósofo pensante”, casi nada. Farias del 7 —no existen, por cierto— nos presenta a un sordo elegante, siempre atento a lo que le rodea, que saca “de paseo a sus noventa y tantos años”. De Sami qué puedo decir, es otro emigrante que lleva toda la vida en España y que está al borde de la jubilación. Es un tipo esencialmente honesto: “Todo el mundo es su amigo, para él no hay malas personas, solo personas equivocadas que alguna vez reconocerán su error y volverán a la senda de la bondad”, vamos, todo un optimista. La doctora nos sumerge en el “pecado”, en el más atrayente de todos: la lujuria. Me ha recordado mucho la película de Fellini, Amarcord (1973), sobre todo la escena en la que un niño se enfrenta a los todopoderosos pechos de la estanquera. En cualquier caso, el joven protagonista de nuestro cuento descubre sin pretenderlo que la voluptuosidad es el verdadero paraíso en la tierra, tal vez el único. Además, el asunto tiene su gracia porque le pone los cuernos a un falangista de pro, lo cual supone una especie de venganza golfa que cuadra bien con la picaresca española. A este picante relato le sigue otro de “aparecidos” y anís seco, ese gran cautivador de paladares. Nos encontramos ante un degustador de anís que intenta morirse pero que no acaba de hacerlo. Su mala vida le situó en un momento dado directamente en la calle. “No me dejaron llevarme ni la maquinilla de afeitar recién comprada”. Sigamos. Aurora tiene veinticinco años y se deja querer por un parroquiano, no se sabe bien por qué; él tiene cincuenta y no es precisamente un príncipe de la virilidad, mas el morbo les puede a ambos, y aparecen las mariposas en el estómago, lo que no deja de tener su punto tragicómico. La puta de la iguala tal vez sea el relato estrella del libro porque posee las hechuras imprescindibles para construir un magnífico guion cinematográfico. Es que Gisela “de origen desconocido” es mucha hembra y desde el local de lenocinio denominado La Cueva trastorna la vida del pueblo en el que vive, sembrando pasión entre un buen grupo de varones de la tercera edad. Entre ellos está Angelito, un anciano que recupera el sentido de la existencia gracias a la exuberancia sensual de Gisela. Su exaltación llega tan lejos que la pide matrimonio, ni más ni menos. Sin embargo, el enlace no es posible, entre ellos hay demasiados impedimentos, morales y sociales. ¡Ay, Gisela, qué va a ser de todos tus enamorados si te vas por dónde has venido y los dejas desamparados, momificados por la rutina de envejecer sin ilusión! Hombre enamorado nos habla también de amor, de un flechazo. “Desde el momento en que Alberto cruzó con ella la primera mirada fue como si un rayo atravesara sus pupilas […]”. Cuando las flores despiertan en otoño describe una auténtica metamorfosis en la que un Adriano acongojado abandona el capullo y se transforma en una Adriana exultante. El opositor se adentra en el amor nacido en las redes sociales de un hombre virgen a los cuarenta y un años. El recadero es un relato triste sobre un anciano que vive en una residencia y hace recados entre los comercios del barrio a cambio de pequeños obsequios que le facilitan la vida. Vasili es un personaje  cercano, puede que el vecino de la puerta de al lado, “un ser humano que huye del hambre, de la guerra…”. Inocencio “tiene cuarenta y cinco años y vive en la antigua casa familiar” con su querido perro Lanas con el que acude a todos los sitios. Su vida no es mala pero aparece Carolina y este acontecimiento, como casi todo en la vida, es bueno y malo para él; la mujer le introduce en un universo que transcurre entre lo sabroso y lo vomitivo. El mal que padece Inocencio, responsable de su pasión por Carolina, se llama soledad, y ese mal puede resultar muy dañino según en qué momento de la existencia aparece. Al final del cuento no tengo claro si Inocencio es un pobre ingenuo con falta de conocimiento en las relaciones humanas o un simple imbécil. Lealtad es un nombre de mujer nos adentra en el mundo de las redes sociales de nuevo y en esos encuentros azarosos a través del teléfono móvil en los que una suma de detalles cómplices nos aproximan a un desenlace en el que lo inesperado se hace protagonista. Cesáreo es un individuo sabio que ya ha sobrepasado su fecha de caducidad pues acaba de cumplir los noventa y nueve años. Es un peregrino de la nada, sin origen, con un destino escrito bajo la tierra a dónde se dirige inexorablemente. Juegos de amor es precisamente lo que dice el título, una fantasía sexual en la que no hay derrotados; los dos héroes de la singular batalla de cuerpos están casados y aburridos, es entonces cuando se entrecruzan sus vidas en un teatro de sombras chinas en el que el romanticismo suena a falso y es lo que es: un capricho pasajero que activa las ganas de vivir. El extranjero describe un extrañamiento. La vida de otro emigrante que termina perdiendo su identidad sin saber a qué lugar pertenece. Son de Cuba nos posiciona ante una realidad inteligente que es fácil de vislumbrar si se mira con atención: El paraíso capitalista es mentira, solo lo es para los que tienen dinero. Tertulia de dinosaurios es una buena instantánea del rancio pensamiento de una parte importante de las gentes que pueblan nuestro país. Mi conclusión personal tras leerlo es la de siempre: Otro cabrón que muere en la cama. No hay justicia para esta gentuza. Humo en el agua nos lleva a los viejos guateques rebosantes de deseo y frustración que vivimos algunas personas de mi generación durante la adolescencia.

Y vamos acabando. El Hombre de negro se parece mucho a un Lee Van Cleef cualquiera, eso sí, urbano, atrapado a la silla de ruedas de su madre, amargado y taciturno, un triturador de mundos que acaba triturado... por la vida. Mala suerte. La viuda es un canto a la fluidez de la existencia a pesar de sus vaivenes y tiene muchas lecturas. La compra es otra fantasía sexual útil para navegar por un centro comercial al uso con la lista de la compra en la mano, en este caso aderezada con cueros, motos de gran cilindrada, tangas magnéticos y cerveza fría. Me despido de Las Arcas del agua con Bastian, la historia de un emigrante conocido, otro más, ese que nos abre la puerta en el supermercado, nos sonríe afable, nos habla con cariño y si se lo permitimos nos echa una mano con naturalidad de compañero. Ojalá el azar le sonría a Bastian porque de la sociedad actual no se puede esperar mucho.

En fin, una lectura muy recomendable para el verano.

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