23 ago 2019

El marino que perdió la gracia del mar


Novena novela de Yukio Mishima (1925-1970) publicada en 1963 y que provocó un gran impacto entre los lectores japoneses sobre todo los que tenían hijos del sexo masculino. Supongo que el asunto tomaría tintes dramáticos en aquellos que previamente hubieran leído El señor de las moscas (1954) de William Golding.

El texto, a pesar de ser por momentos casi claustrofóbico y cruel, posee la belleza y elegancia que caracteriza la obra de Mishima, pura poesía. He de añadir que no me han sorprendido ni su reflexiones existenciales ni el final del mismo, estamos hablando de Mishima, un individuo que creó su propia milicia para defender los valores de los legendarios samuráis. Su propia muerte fue una perfecta representación dramática, heroica, de todo lo que le gustaba, el más alto logro de su deambular por la existencia: seppuku.
“El verdadero peligro no radica sino en vivir. Claro está que vivir no es más que el caos de la existencia, y más aún: es el afán loco y erróneo de ir desmantelando instante a instante la existencia hasta ver restaurado el caos inicial, y entonces, con la fuerza que da la incertidumbre y el miedo originado por el caos, volver a recrear instante a instante la existencia. No hay cosa más peligrosa que esa.”
Por hacer algo de historia biográfica del autor, contaré que el veinticinco de noviembre de 1970, Mishima puso en manos de su editor la última parte de la trilogía El mar de la fertilidad, a continuación, en compañía de cuatro de sus fieles, miembros de su secta la Tatenokai se fue directamente al cuartel general de Tokio del Comando Oriental de las Fuerzas de Autodefensa de Japón, secuestró a su comandante, reunió a las tropas al pie del edificio en el que se encontraban y les leyó un manifiesto con la pretensión de que en su compañía dieran un golpe de estado. El resultado fue infausto, la mayoría de los concentrados no le escuchó, otros tantos se rieron de él. Su resolución ante estos hechos fue inmediata, el suicidio ritual. La minuciosidad de Mishima era extrema, aspecto que reflejan bien algunos de los personajes de la novela. Durante cuatro años preparó su final, dejó todos sus asuntos en orden, seleccionó a los acólitos que le iban a acompañar, e incluso dispuso una cierta cantidad de dinero para la defensa de los que le sobrevivieran. No se puede negar que era un individuo determinado y metódico.

La novela cuenta la tribulación de un marino mercante, Ryuji, al conocer a una bella viuda de guerra, de la que se enamora y con la que tiene un affaire. Su encuentro es satisfactorio y al mismo tiempo inquietante, por el hecho que de inmediato tiene que embarcarse para una larga travesía. Nuestro marino se va y vuelve. La viuda lo integra enseguida en su ambiente, dispone de abundantes recursos económicos y de un buen negocio, pero está su hijo Noboru y este no solo es algo especial sino que forma parte de un grupo de chicos de su misma edad, todos muy inteligentes y pertenecientes a familias adineradas japonesas. La influencia del grupo sobre Noboru es absoluta, sobre todo la de su líder al que llaman “Jefe”, al resto de los miembros se les conoce por un número de orden. 
"Y sin embargo, en la travesía de vuelta del último viaje, Ryuji había descubierto que estaba cansado, mortalmente cansado del aburrimiento de la vida del marino. Tenía la certeza de que lo había probado todo en ella, hasta las heces, y estaba harto. ¡Qué loco había estado! No había gloria que encontrar en ningún lugar del mundo. Ni en el hemisferio Norte. Ni en el hemisferio Sur. Ni siquiera bajo la estrella con que todo marino sueña: la Cruz del Sur."
Mishima juega con las relaciones humanas, las observa en sus personajes, deja que los sentimientos más sutiles, la voluptuosidad y el deseo se entremezclan con la crueldad más descarnada. Desde el primer momento de acariciar sus páginas tienes la sensación de que la muerte y la destrucción flotan sobre los personajes como nubes negras dispuestas a descargar sobre ellos el más desgraciado destino. El caso más claro es Ryuji, su vida pasada es el mar, a pesar de la soledad, en tierra solo ha tenido pobreza y desamparo. Cuando decide volver a pisar tierra, de alguna manera está situándose ante la fatalidad de un destino que arrastra desde la infancia.
“Los únicos recuerdos de su vida en tierra eran de eterna devastación: pobreza, enfermedad y muerte. Al convertirse en marino, se había apartado de la tierra para siempre.”
Para hacernos una idea de cómo es Noboru anticipo que gran parte de la novela transcurre en la casa de los Kuroda, una casa imponente, grande, con tintes victorianos. El chico tiene una habitación individual que es contigua a la de la madre. En esta habitación hay una especie de armario empotrado en el que se introduce para observar a la madre a través de un agujero de la pared. Poesía y destrucción hacen música hasta el paroxismo. Noboru parece un niño, sus amigos también, pero no lo son.
“Un padre es una máquina de ocultar la realidad, una máquina de urdir mentiras para los niños. Pero eso no es lo peor: cree que íntimamente representa la realidad.”
El jefe expresa la tormenta que les domina con claridad:
"El verdadero peligro no radica sino en vivir. Claro está que vivir no es más que el caos de la existencia, y más aún: es el afán loco y erróneo de ir desmantelando instante a instante la existencia hasta ver restaurado el caos inicial, y entonces, con la fuerza que da la incertidumbre y el miedo originado por el caos, volver a recrear instante a instante la existencia."
En la novela hay abundante lirismo, perfección, delicadeza, melancolía, elementos que llegan a enternecernos, pero también hay desgracia. Dos mundos están chocando con brutalidad, el del Japón tradicional y el surgido de la postguerra. Las bombas atómicas han roto el orden milenario y los hijos de la radiación surgen con fuerza, están ahí, no se muestran claramente pero observan impasibles. 
“El asesinato, y solo el asesinato, sería capaz de llenar tales cavernas boquiabiertas, del mismo modo que una larga grieta llena un espejo. Ellos lograrían entonces un poder real sobre la existencia.”

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