20 mar 2020

El Jarama

Por Ángel E. Lejarriaga



Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019) es una de las grandes plumas de este país, en una época en la que era difícil serlo. El pasado de su familia es digno de ser señalado, su padre era el escritor falangista Rafael Sánchez Mazas, su madre la italiana Liliana Ferlosio. El padre fue corresponsal de ABC en Roma y allí precisamente nació Rafael. Sus hermanos también han tenido renombre, uno fue matemático y filósofo, Miguel Sánchez-Mazas Ferlosio, y el otro, mi preferido, el cantautor y poeta Chicho Sánchez Ferlosio.

Tras cursar el bachiller con los jesuitas, estudió Filología en Madrid, donde se doctoró. En 1953 se casó con una ex compañera de universidad, Carmen Martín Gaite, otra ilustre de nuestras letras. Tuvieron dos descendientes de infaustas vidas, ambos murieron prematuramente. En Madrid formó parte de un extenso grupo de renovadores de las letras en los años 50, entre ellos Alfonso Sastre, Agustín García Calvo e Ignacio Aldecoa. Todas las personas que cohabitaron en este amplio entorno intelectual se aproximaron bastante, a la hora de hacer literatura, al neorrealismo italiano.

La fama le vino por dos novelas denominadas de juventud: El Jarama (1955) e Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951). Después lo que más ha destacado de él ha sido el ensayo. Escribió más novelas y colecciones de relatos como por ejemplo Y el corazón caliente (1961), y mucho más, aproximadamente una decena de libros de narrativa y veintiún libros de ensayo. Hay un intervalo de unos veinte años en los que abandona la narrativa, limitándose a cultivar el periodismo y el ensayo. Volvió a la novela con El testimonio de Yarfoz (1986). Cercana su muerte, en 2017 publicó Páginas escogidas, un libro cuyo contenido está compuesto por cuentos, trabajos periodísticos, ensayos y poemas.

En vida recibió numerosos premios, cito algunos: Premio Nadal (1955), Premio de la Crítica (1957), Premio Nacional de Ensayo (1994), Premio Cervantes (2004) y Premio Nacional de las Letras Españolas (2009).

El Jarama es un referente en nuestra escritura sobre todo en lo que se refiere a la literatura de postguerra, supuso un revulsivo, una ruptura con todo lo anterior, al igual que lo fue Carmen Laforet con su novela Nada (1947), Camilo José Cela con La Colmena (1951) y Luis Martín Santos con Tiempo de Silencio (1962). Rafael Sánchez Ferlosio comenzó a escribir El Jarama en octubre de 1954 y la concluyó en marzo de 1955. Después la presentó al Premio Nadal, animado por alguien de su entorno cercano, entonces reconoció que "nunca me lo he pasado mejor que escribiendo El Jarama”. Pero, a pesar de este comentario feliz, el balance final de la obra no le convenció. En cualquier caso, recibir el premio le entusiasmó.
"Las noticias, buenas o malas, suelen repercutir en mi estómago, aunque no sufro ninguna úlcera en él. Pero no me afectó más. Desde luego estoy contentísimo"
Ferlosio siempre renegó de la novela:
“En El Jarama está muy cuidado el lenguaje, muy escuchada el habla popular, pero no tiene ni pies ni cabeza. No me gusta nada. Sería un libro que si lo hubiera escrito otro diría: ¡Pero qué pelmazo!” (El País, 1986).
A esta novela se la ha calificado como neorrealista pero lo cierto es que el autor rechazó esta calificación, situándola en lo que ´llamó “objetivismo social”. Algunos críticos han creído ver en ella “intenciones antifranquistas” hecho este que Sánchez Ferlosio negó.

Está escrita en tercera persona y el tratamiento del tiempo es excepcional, así como el lenguaje. La narración se desarrolla a lo largo de dieciséis horas. El estilo se ha descrito como “austero y directo” con una “gran calidad de sus diálogos”. La acción es simultánea en dos escenarios distintos: Puente Viveros y la Venta de Mercurio.

En lo que se refiere al lenguaje, Sánchez Ferlosio reflejó perfectamente el habla de las gentes que le rodeaban, haciendo él de magnetófono. Estudió las “diferentes variedades de español que se hablaban en antigua Corona de Castilla” he hizo una especie de catálogo de palabras que luego empleó en la novela:
"Estas larguísimas listas fueron la urdimbre sobre la que se tejió, incluso argumentalmente, El Jarama (...) Todo estaba, así, pues, al servicio del habla."
La historia es sencilla, un grupo de jóvenes procedentes de Madrid se van a pasar un domingo de verano al río Jarama para escapar del calor y divertirse. Hay dos escenarios y también diversos temas; uno de ellos representa el choque entre la clase obrera del campo y la urbana. Y también, una conclusión: “la vida humana es un instante”. En la taberna de Mercurio se van a desarrollar ricas discusiones que describen bien el momento histórico en el que viven los personajes.


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