16 abr 2020

El paciente inglés


Por Ángel E. Lejarriaga



Hablar de esta novela publicada en 1992 es hablar inevitablemente de la película del mismo nombre. Al autor y a la obra se les conoce en nuestro país a través del filme, que fue distribuido en 1996, dirigido por Anthony Minghella. Ese año recibió abundantes galardones entre ellos 9 estatuillas de los Premios Óscar. La película, según su director, fue bastante difícil de llevar a cabo porque entre otras cosas no encontraba financiación. El texto era difícil de llevar al cine debido a su estructura narrativa; a pesar de la oposición Minghella insistió hasta conseguirlo e hizo una película que ha pasado a la Historia del Cine.

El autor de la novela es Philip Michael Ondaatje (1943), nacido en Sri Lanka, hijo de una familia de colonos. Parte de su formación académica la recibió en Inglaterra. En 1963, con diecinueve años, emigró a Canadá, país en el que realizó sus estudios en las universidades de Toronto y de Queen, y en el que se quedó para siempre. A lo largo de su vida ha tocado muchos palos expresivos: cine, novela, ensayo y poesía. Ha sido profesor de lengua inglesa y de literatura.

Tiene una quincena de libros de poemas publicados. En lo que respecta a sus novelas se cuentan en su haber siete: Coming Through Slaughter (1976), En la piel de un león (1987), The English Patient (1992), Anil’s Ghost (2000), Divisadero (2007), La mesa del gato (2011) y Warlight (2018).

Su salto a la fama internacional le llegó con su obra The English Patient (1992) por la que recibió el Premio Golden Man Booker. En Canadá es muy reconocido en los medios literarios.

El paciente inglés es una novela que posee tres virtudes importantes. La primera, sin lugar a dudas, la historia, simplemente magnífica, te mantiene atrapado en la lectura hasta el final; la segunda la riqueza del lenguaje y el cultismo que supura en gran parte de sus páginas; y la tercera su construcción atrevida, con saltos en el tiempo, historias paralelas, diferentes voces narrativas. El conjunto hace que la obra sea redonda y que merezca reconocimiento, independientemente del éxito de la película de Minghella. Aunque la obra es pura ficción Ladislaus Almásy y los Clifton existieron realmente.

Ondaatje nos sitúa en Italia en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, en concreto en la Toscana, destruida por la guerra y en la que las bombas dejadas por los nazis suponen una amenaza continua. En un edificio en ruinas que ha sido hospital de campaña agoniza un “paciente inglés”, de nacionalidad deducida, si bien no demostrada, cuidado por una enfermera de tan solo veinte años, Hana, que decide quedarse con él cuando el ejército aliado se retira. Luego está Caravaggio, un ex agente de inteligencia al servicio de los británicos, que conoce a la joven desde pequeña, y que al saber de ella va en su busca. Este grupo se enriquece con la incorporación de un Sij, Kip, zapador, especialista en desactivar bombas de todo tipo. Pero hay más personajes que van a incorporarse a la novela con tanta relevancia como los ya citados. Por un lado está Herodoto de Halicarnaso y su Historia, un libro que reposa junto a la cabecera de la cama en que está postrado el desconocido paciente inglés (Almásy). Este libro está repleto de anotaciones, recortes, dibujos y mapas, que se incorporan a la obra general, dotándola de color y calor. Luego está la presencia fantástica del desierto Libio, imprescindible, no habría novela sin él. Y claro, he dejado para el final lo mejor, el amor. Un amor tórrido, carnal, obsesivo, adúltero: Katherine Clifton, Almásy y Geoffrey Clifton forman un trío intenso y maldito que emerge desde el libro de Herodoto y los recuerdos del paciente agonizante bañado en morfina. He olvidado decir que el paciente inglés está quemado de arriba abajo y que no recuerda nada de su identidad.

Entre ese conjunto de personajes desconocidos surge una especie de fraternidad extraña, en la que no hay demasiados afectos, solo compromisos puntuales, tal vez miradas acariciantes, anhelos que se desvanecen en el aire ante el dolor que contiene cada uno de ellos y que no son capaces de ocultar. El inglés parece el más perjudicado del grupo pero en realidad lo están todos, cada uno con sus personales peculiaridades, frustrados, desarraigados, en busca de un lugar en el mundo en el que cobijarse o si se quiere proporcionar un sentido a sus vidas.

Todas las historias que confluyen en una sola son importantes pero quizá sea el amor ente Almásy y Katherine lo que deslumbra en el texto. Alguien se preguntará si es una simple historia de amor exclusivo. Yo diría que no porque hay otros muchos amores, posibles e imposibles. Uno de ellos, quizá el primero, al desierto. Almásy lo adora, lo traza en sus mapas, lo venera.
“Las tormentas de polvo revisten tres formas: el remolino, la columna y la cortina. En el primero desaparece el horizonte. En la segunda te ves rodeado de ‘djinns danzantes’. La tercera, la cortina, ‘aparece teñida de cobre’: la naturaleza parece arder.”
Está la joven Hana, que zozobra en un océano existencial en el que hay un puerto hacia el que dirigirse, y que ha elegido como misión cuidar hasta el final al desconocido derrotado por las quemaduras y el dolor.
“Crees que estoy enfadado contigo, ¿Verdad?, porque te has enamorado. ¿No? Un tío celoso de su sobrina. Me da terror tu situación. Quiero matar al inglés, porque eso es lo único que puede salvarte, sacarte de aquí. Y está empezando a caerme bien. Deserta de tu puesto. ¿Cómo va a poder amarte Kip, si no eres lo bastante lista para hacer que deje de arriesgar la vida?”
Caravaggio la quiere proteger, salvar de sí misma, pero quizá él no es quien para hacerlo, porque él también está caminando sobre la cuerda floja y una caída más tal vez no la soporte.

Kip está atormentado, se fue de su país para servir en el ejército británico, mientras su hermano se pudre en la cárcel por luchar contra ellos. Esa contradicción le carcome. Se encuentra con Hana y se aproximan, tal vez incluso se aman; sin embargo, ambos no pueden salvarse juntos, ni siquiera lo intentan.

Y luego está la presencia de Herodoto o su libro, que constata que una época de sociedades geográficas y exploraciones ha quedado a un lado, dos guerras devastadoras han acabado con ella. ¿Qué vendrá después? Tal vez la desolación más descarnada.
“Yo, Herodoto de Halicarnaso, he expuesto mi historia para que el tiempo no desdibuje las creaciones de los hombres ni las grandiosas y prodigiosas hazaás de los griegos y los bárbaros[…] junto con las razones por las que se enfrentaron.”
Para el paciente inglés ya ha pasado ese tiempo. Estuvo bien, rodeado de libros hermosos, amamantando anhelos y cosechando belleza siempre que podía. Pero apareció Katherine y como una indisciplinada e impulsiva polilla se dejó deslumbrar por la luz que irradiaba y quedó consumido.
“La mitad de los días no soporto no poder tocarte. El resto del tiempo tengo la sensación de que no me importaría no volver a verte. No es cosa de moralidad, sino de capacidad de resistencia. […] ¿Cómo puede ocurrir una cosa así? Enamorarse y quedar desmembrado.”
El viaje por estas páginas no es fácil, necesita una lectura lenta y sosegada, pero aseguro que compensa con creces.




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