Félix de Azúa (1944) es el autor de la obra que comento hoy. Su curriculum vitae es excepcional desde todos los puntos de vista: licenciado en Filosofía y Letras, doctor en Filosofía, miembro de la Real Academia Española de la Lengua, ha sido profesor universitario en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación en la Universidad de Zorroaga en San Sebastián, también en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Cataluña, ha sido director del Instituto Cervantes en París; a todo esto se le suma su labor como escritor y periodista.
A principios de los años setenta Azúa se inicia en la literatura, auto exiliado en París, y comparte tertulia con Agustín García Calvo al que considera una gran influencia. La poesía le motiva especialmente y en 1970 Josep María Castellet le incluye en una antología de “nuevos” poetas españoles entre los que se encuentran: Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix, Pere Gimferrer y Leopoldo María Panero. Él no se quedó ahí, deseaba tocar otras formas de expresión literaria y comienza a cultivar la narrativa y el ensayo, hasta el punto de acumular una importante obra publicada.
En 2015 se incorporó a la Real Academia Española de la Lengua.
Ha recibido numerosos premios literarios entre ellos en 1987 el Premio Herralde de novela.
Su obra literaria hay que dividirla en tres bloques bien diferenciados: poesía, prosa y ensayo. En lo que respecta al primero ha publicado Cepo para nutria (1968), El velo en el rostro de Agamenón (1970), Edgar en Stéphane (1971), Pasar y siete canciones (1977), Poesía (1968-1978) editado en 1979, Farra (1983), Poesía (1968-1989) aparece en 1989, Última sangre (Poesía 1968-2007) publicado en el año 2007.
En lo que respecta al segundo bloque de su obra, la prosa, ha publicado lo siguiente: Las lecciones de Jena (1972), Las lecciones suspendidas (1978), Última lección (1981), Mansura (1984), Historia de un idiota contada por él mismo o El contenido de la felicidad (1986), Diario de un hombre humillado (1987), Cambio de bandera (1991), Demasiadas preguntas (1994) y Momentos decisivos (2000).
No me olvido del tercer bloque, sus ensayos de los que tiene un buen número de libros publicados, en concreto diecisiete, el último en 2019 bajo el título Volver la mirada.
Momentos decisivos (2000) es una novela autobiográfica, cuenta en ella la experiencia vivida directa e indirectamente en su etapa universitaria a mediados de los años sesenta. A esta obra se la ha definido como “una crónica generacional”. La narración tiene varios componentes importantes, aparte del biográfico, por un lado el artístico, por otro cómo vivían los estudiantes de buena o buenísima familia en la facultad de derecho de Barcelona, y por último, posee un toque existencial nada desdeñable. El autor no se olvida de repasar el activismo político de aquellos tiempos desde todos los espectros posibles, incluyendo la extrema derecha, y la forma de vida de la burguesía catalana y su “mística” nacionalista. Todo esto, cuando lo lees, tiene un cierto tufillo a frustración.
La novela comienza con una carta enviada, muchos años después del tiempo narrativo, por uno de los participantes en el grupo de estudiantes barceloneses, la mirada va de adelante hacia atrás, repasa las expectativas puestas en su juventud y el resultado final de la tirada. Hay un cierto desaliento en el discurso, como si el autor hubiera esperado más de su generación, y quién no. En ciertos momentos percibes también una cierta mofa sobre lo que están viviendo los personajes y cómo lo están viviendo. De algún modo, puede parecer una mera y sistematizada representación teatral en la que cada uno de los participantes hace lo que está previsto en el libreto que haga, aunque esto no tenga demasiado sentido, sin un pensamiento crítico personal, sin una proyección transformadora, sin un futuro posible que acariciar, aunque sea en la imaginación, capaz de modificar significativamente un tipo de vida –el suyo- mundano, anodino y mediocre.
A principios de los años setenta Azúa se inicia en la literatura, auto exiliado en París, y comparte tertulia con Agustín García Calvo al que considera una gran influencia. La poesía le motiva especialmente y en 1970 Josep María Castellet le incluye en una antología de “nuevos” poetas españoles entre los que se encuentran: Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix, Pere Gimferrer y Leopoldo María Panero. Él no se quedó ahí, deseaba tocar otras formas de expresión literaria y comienza a cultivar la narrativa y el ensayo, hasta el punto de acumular una importante obra publicada.
En 2015 se incorporó a la Real Academia Española de la Lengua.
Ha recibido numerosos premios literarios entre ellos en 1987 el Premio Herralde de novela.
Su obra literaria hay que dividirla en tres bloques bien diferenciados: poesía, prosa y ensayo. En lo que respecta al primero ha publicado Cepo para nutria (1968), El velo en el rostro de Agamenón (1970), Edgar en Stéphane (1971), Pasar y siete canciones (1977), Poesía (1968-1978) editado en 1979, Farra (1983), Poesía (1968-1989) aparece en 1989, Última sangre (Poesía 1968-2007) publicado en el año 2007.
En lo que respecta al segundo bloque de su obra, la prosa, ha publicado lo siguiente: Las lecciones de Jena (1972), Las lecciones suspendidas (1978), Última lección (1981), Mansura (1984), Historia de un idiota contada por él mismo o El contenido de la felicidad (1986), Diario de un hombre humillado (1987), Cambio de bandera (1991), Demasiadas preguntas (1994) y Momentos decisivos (2000).
No me olvido del tercer bloque, sus ensayos de los que tiene un buen número de libros publicados, en concreto diecisiete, el último en 2019 bajo el título Volver la mirada.
Momentos decisivos (2000) es una novela autobiográfica, cuenta en ella la experiencia vivida directa e indirectamente en su etapa universitaria a mediados de los años sesenta. A esta obra se la ha definido como “una crónica generacional”. La narración tiene varios componentes importantes, aparte del biográfico, por un lado el artístico, por otro cómo vivían los estudiantes de buena o buenísima familia en la facultad de derecho de Barcelona, y por último, posee un toque existencial nada desdeñable. El autor no se olvida de repasar el activismo político de aquellos tiempos desde todos los espectros posibles, incluyendo la extrema derecha, y la forma de vida de la burguesía catalana y su “mística” nacionalista. Todo esto, cuando lo lees, tiene un cierto tufillo a frustración.
La novela comienza con una carta enviada, muchos años después del tiempo narrativo, por uno de los participantes en el grupo de estudiantes barceloneses, la mirada va de adelante hacia atrás, repasa las expectativas puestas en su juventud y el resultado final de la tirada. Hay un cierto desaliento en el discurso, como si el autor hubiera esperado más de su generación, y quién no. En ciertos momentos percibes también una cierta mofa sobre lo que están viviendo los personajes y cómo lo están viviendo. De algún modo, puede parecer una mera y sistematizada representación teatral en la que cada uno de los participantes hace lo que está previsto en el libreto que haga, aunque esto no tenga demasiado sentido, sin un pensamiento crítico personal, sin una proyección transformadora, sin un futuro posible que acariciar, aunque sea en la imaginación, capaz de modificar significativamente un tipo de vida –el suyo- mundano, anodino y mediocre.
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