27 may 2024

Entre los vivos y los muertos


Por Ángel E. Lejarriaga




Este poema está incluido dentro del poemario El circo de los necios (2018)



A mi compañero Justo (Sergisfredo) en su último viaje

I

Todavía estás vivo
pero te vas y te vienes
como una ola peregrina,
quizá no sabes bien qué hacer
si quedarte
o dejarte llevar.

Si cierro los ojos
mis pupilas
me recuerdan tu ingenio
y tu fuerza,
tu mal humor
y tu inagotable energía.

Querido amigo y compañero,
testarudo y amargo,
risueño,
pendenciero,
guerrero,
amado y amante,
mi hermano,
te echo de menos
sin haberte ido.

II

Parece que tu aliento se aleja
como una sombra tenue
que se desdibuja
entre las nubes grises
de este enero tan triste.

La máquina infernal
te mantiene vivo
en una unión indeseada
ajena a tu voluntad
de inquebrantable luchador.

No olvido tu deseo y el mío
de preparar la muerte al detalle
ya que no podemos preparar la vida,
sin embargo,
te han crecido tentáculos
y dolores que te traspasan,
y sonidos extraños
ensordecen tu mutismo,
tu despedida honrosa.

Así no querrías verte,
por suerte no te ves,
yo tampoco quiero verte así,
pero te veo
y me hiere este escenario
en el que se representa tu último viaje.

III

Hoy te he besado,
estabas caliente,
con buen color de cara,
indiferente al contacto lejano
de mis labios ocultos
tras una mascarilla de tela;
más que sentir tu piel
la he adivinado
con mis dedos cubiertos de látex.

De pronto,
sin esperarlo,
tu cuerpo danzarín
se ha convertido en terreno prohibido,
peligroso,
como te hubiera gustado ser vivo.

Imaginé que no te reconocería
pero sí,
eras tú,
dormido en una pradera verde
y roja de amapolas
y amarilla de margaritas
y azul de cielo límpido;
al tocarte
he percibido todo eso y más,
los momentos compartidos
me han golpeado
con una llamada imborrable
que me anunciaba alarmada
que todavía seguías allí
y que por siempre
caminarás a mi lado,
con aullidos de lobo enajenado,
saboreando el dolor,
protegiéndome de las deidades malignas
que yo maldigo
con bocanadas de asco,
ardientes y corrosivas;
sí,
seguías allí
y no sabía cómo decirte
que mi corazón late más despacio
desde que tu lengua
ha dejado de amasar palabras.

IV

Compañero,
me dicen que eres la máquina
que te hace respirar,
pero no,
no eres la máquina,
aunque ella te mantenga vivo,
si eso es vivir.

No,
eso no es vivir,
y desde tu cárcel de sedación
enarbolas un último deseo de libertad
que no llega.

No ves,
dicen que no oyes,
no hablas,
han afirmado que no piensas,
que no sueñas,
que no sufres,
que eres poco más
que el otro extremo de un tubo de plástico.

Estás atado a la cama,
encadenado hasta el final,
y mis ojos lloran el horror
de tus brazos impotentes,
de tu cuerpo prisionero.

Por fortuna no te ves,
no te oyes,
no te piensas,
por suerte para ti
tu conciencia está anestesiada,
distante de la brutalidad que te mastica
como una boca implacable.

V

¿Qué sientes?

    ¡No siento!

¿Qué temes?

    ¡No temo!

¿Qué Quieres?

    ¡Vivir!
    Vivir con la mirada flotando
    en la grandeza del aire,
    vivir en el deseo perenne de las horas baldías.
    vivir,
    sí, vivir,
    violentamente,
    con ansia,
    con un apremio impreciso.

Te pregunto acongojado 
si quieres seguir viviendo así.
    
Buena pregunta,
me dices mientras sonríes,
pregunta para la que no tienes respuesta;
quizá tu biología te obliga a resistir,
tu razón se niega a aceptar
el lecho acogedor de la tierra
que sabes te aguarda,
te duele no tener la oportunidad
de empezar de nuevo.

(Comenzado el 4-1-18 y terminado el 28-3-18)

No hay comentarios:

Publicar un comentario