7 jun 2018

Beltenebros


Por Ángel E. Lejarriaga



Esta es la tercera novela del laureado escritor Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) aparecida en 1989. El autor es académico de la Real Academia Española desde 1996 y recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2013. En total posee una veintena de premios o reconocimientos honoríficos por su trabajo literario. Su obra es muy extensa y conocida en nuestro país y fuera de él.

La historia que nos cuenta Muñoz Molina es oscura, un thriller que se desarrolla en el más tenebroso franquismo, donde lo real y lo imaginario se encuentran en un espacio común definido por la tragedia que viven los personajes.

El protagonista es Darman un ex combatiente de la Guerra Civil que lleva una vida aparentemente tranquila en Brighton, regentando un modesto comercio de libros. Pero como en un juego de sombras, nada es lo que parece, y al invisible comerciante, inesperadamente, le explota el pasado entre las manos. Darman es británico y luchó del lado republicano, pertenece al Partido Comunista de España y en su día formó parte del Servicio de Inteligencia Militar. En sus horas libres hace trabajos de sicario sin sueldo para el «partido». Veinte años antes del tiempo narrativo participó en la ejecución de un supuesto traidor de nombre Walter. Pues bien, de nuevo el partido le pide que actúe, le encomienda la tarea de eliminar a un individuo al que también se le acusa de traidor, Andrade.

Ya he mencionado a las sombras, esas que nos acechan siempre, provenientes de nuestros miedos, de los cadáveres que dejamos atrás, de nuestros amores frustrados, en sí, de nuestras continuas derrotas, pues a él, a Darman, como no podía ser de otra manera, también se le presentan bajo la forma carnal de Rebeca Osorio, hija de un fantasma del pasado.

En este viaje que parece transcurrir por el corazón de las tinieblas está presente una figura siniestra, el comisario Ugarte, un torturador sádico al estilo del condecorado Billy el niño, todavía muy vivo en la sociedad española.

La trama está muy bien montada y aunque en algunos momentos el lenguaje es tan exquisito que hay que releer, te atrapa y no puedes parar de seguir leyendo para ver qué pasa a continuación. Es fácil, mientras lees, cerrar los ojos y ver la novela en tu imaginación, como si se tratara de una película.
"Tú apagas la lámpara de la mesa de noche y todas las cosas se borran automáticamente. Pero yo sigo viéndolas, Darman, con una luz que ni tú ni nadie conoce, como si la luna estuviera siempre delante de una ventana abierta. [...] Yo nunca he vivido en el mismo mundo que tú porque sólo puedo ver con claridad cuando vosotros estáis ciegos. Yo oigo lo que vosotros no podéis oír y sé lo que ignoráis. Yo oigo el pensamiento, Darman, reconozco el miedo de un hombre cuando entro en una celda con la luz apagada y lo veo que se mueve y que empieza a sospechar que ya no está solo. Se arrodillan, Darman, les da terror la oscuridad y me suplican que encienda la luz, no me hace falta amenazarlos para que dicten una confesión."
A pesar de ser una novela de miedo, de intenso miedo —no solo por el hecho de que alguien tenga que matar a una persona a sangre fría, en base a una supuesta traición, sino también por el franquismo presente que lo emponzoña todo—, el amor está ahí entre las líneas dolorosas de sus páginas, como una posible esperanza de redención que temes que desaparezca en el pozo de mierda en el que quiere despuntar; también se encuentra la amistad, el compañerismo, la dignidad a pesar de los pesares y, sobre todo, una búsqueda de justicia que parece imposible, dadas las circunstancias.

El personaje que más me ha gustado es Darman, el insignificante librero que bajo su careta anodina y respetable, esconde a un asesino despiadado. Los demás: Rebeca, Valdivia, Andrade, Luque, Uriarte, poseen un espacio importante dentro de la novela pero no tienen la imagen impactante del matarife que no cuestiona las ordenes y que pretende cumplirlas, pasando por encima de quien sea. El pasado y el presente se acumulan en su memoria y le exigen respuestas, muchas respuestas a tantos interrogantes como la vida le ha planteado en los años recorridos.

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