18 ene 2019

El almuerzo desnudo

Por Ángel E. Lejarriaga



A Burroughs se le conoce universalmente como una de las figuras más notorias de la denominada Generación Beat junto a Jack Kerouac y Allen Ginsberg, esta generación agrupó a diversos artistas tras la Segunda Guerra Mundial. Con Ginsberg tuvo una relación más íntima; se ha llegado a especular con que fueron compañeros sentimentales, y es posible. Mantuvieron amistad y correspondencia prácticamente durante toda su vida. Parte de dicha correspondencia, recopilada en Las cartas de la ayahuasca (1963), ha sido muy celebrada por quienes han deseado estudiar su relación.

William Seward Burroughs nació en 1914, en San Luis, Misuri (EEUU) y murió en Kansas en 1977. Fue un escritor prolífico que trabajó el género novelístico y el ensayo. Su familia era adinerada debido a la genialidad de su abuelo que había inventado una especie de calculadora mecánica con la que ganaron mucho dinero. La empresa que fundó el abuelo Burroughs perdura todavía hoy pero bajo el nombre de Unisys. William Estudió en Harvard y se dedicó hasta los años sesenta, con esmero, a autodestruirse. Fruto de esa época es Yonqui (1953). Unos años después de esta incursión, su segunda obra, se dedicó a escribir con asiduidad. En sus textos suele escribir sobre experiencias personales; desde este punto de vista se los puede considerar, en parte, como autobiográficos. Su literatura es experimental, casi escritura automática, sin concesiones, no se sabe bien si, al menos en una primera época, fruto de estar colocado, o por su expresa voluntad, inmerso en puro surrealismo.

Burroughs siempre fue un tipo conflictivo y polémico, que rozó lo temerario, de hecho mató a su mujer, Joan Vollmer, con un disparo de flecha por rememorar uno de los pasajes de la leyenda suiza de Guillermo Tell, personaje del siglo XIII. A partir de este suceso su vida dio un giro radical a todos los niveles; entre otros cambios drásticos que realizó, se hizo miembro de la Iglesia de la Cienciología, aunque no duró mucho en ella debido a la falta de espíritu crítico que imperaba dentro de la misma.

El caso es que empieza a escribir de una manera formal, formación tenía para ello, y publica obras como Yonqui (1953), bajo el seudónimo de Bill Lee, y Queer, que fue escrita entre los años 1951 y 1953, y publicada en 1985. Esta última es en cierta medida una continuación de la anterior. Después se sumerge en un proceso de experimentación que va a durar prácticamente hasta los años ochenta. Detrás de ese proceso existía toda una definición alucinada que pretendía justificar teóricamente. Quería destruir las normas de construcción de la lengua, la sintaxis, y también la semántica, a pesar de ello aspiraba a conservar la legibilidad del relato, algo bastante difícil. Se ha llegado a afirmar con rotundidad que el enfoque de su escritura, o el halo teórico que la rodeaba, era de carácter mesiánico. Tal vez. Fuera como fuese, Burroughs decía cosas muy particulares como que «el ser humano está alienado por el lenguaje». Pensaba que el lenguaje era una especie de virus que posee nuestros cerebros. Añadía que los seres humanos no sabemos que estamos contaminados por ese parásito. En esta tesitura, cualquier revolución tendría que pasar necesariamente por la transformación de las mentes, cosa con la que estoy de acuerdo pero desde otro punto de vista menos fantástico. Fruto de esta forma filosófica de pensar nació una trilogía compuesta por La máquina blanda (1961), El Ticket que explotó (1962) y Nova Express (1964). Por curiosidad se debería dar un vistazo a estas novelas, sin muchas pretensiones pues según mi gusto son difíciles de abordar.

Tendrían que pasar veinte años para que su escritura encontrara un punto de encuentro con el lector, es decir, que el lector pudiera disfrutar del texto con plenitud. Es en los años ochenta cuando Burroughs consigue equilibrar la experimentación con la comunicación narrativa inteligible. Obras de esta época son: Ciudades de la noche roja (1981), El lugar de los caminos muertos (1984) y Tierras del occidente (1987).
 
Vayamos con El almuerzo desnudo (1959), obra escrita íntegramente durante una larga estancia en Tánger. David Cronenberg dirigió e hizo el guion en 1991 de una película del mismo nombre. En el film no solo se reflejan partes de la novela sino otros aspectos de la vida de Burroughs.

Para mi gusto lo mejor de la novela es la introducción que hace el autor en la misma, luego viene otra cosa. En realidad, da igual cómo la leas, el orden de los capítulos que sigas, te vas a enterar lo mismo. Son escenas que el autor mira y describe como puede. El narrador es un drogadicto, William Lee, que cuenta sus experiencias con la droga, pero no solo con el consumo sino con todo lo que rodea a la adicción. Su geografía narrativa nos lleva de Estados Unidos a Tánger y a México. Lo que nos cuenta Burroughs es su vida misma, deformada o no; de hecho, menciona en la introducción que la novela está basada en notas que ni recordaba haber escrito. A todo este lío de drogadictos, gente tirada por la calle, depauperación, policías siniestros, Burroughs une algunas parodias de la sociedad de su tiempo. El título, según cuenta el autor, fue inspirado por Jack Kerouac: «Almuerzo desnudo: un instante helado en el que todos ven lo que hay en la punta de sus tenedores».​

Lo que queda claro del texto es que aunque Burroughs utiliza un álter ego, William Lee, en realidad es él mismo el que habla. Lo poco de lineal que tiene recuerda a Yonqui; nos habla de un viaje que se inicia en los EEUU debido a que es perseguido por la policía. Eso es el principio pero la variable dominante es la satisfacción de la adicción, es decir, la búsqueda de droga. En este viaje que parece insólito pero que no lo es tanto, todo depende del lado que estés de la jeringuilla; aparecen personajes extraños que pululan alrededor del narrador con los que establece nexos coyunturales que le dejan algún tipo de huella en la memoria y que él quiere contar.



Una anécdota asociada a El almuerzo desnudo es que fue calificada de obscena y prohibida en Boston, porque contenía escenas pedofilias, entre otras cosas no menos provocadoras. Esta prohibición se mantuvo hasta el año 1966.

Para terminar, diré que el inicio de la obra tiene un toque moralizante, me refiero a la introducción, el resto es una exposición de todos los tipos de drogas que se podían consumir entonces, lo que sucede si lo haces y los compañeros de viaje que te vas a encontrar. Todo esto, naturalmente, no lo describe el autor de manera tan clara como lo cuento yo, sino que su lenguaje es enrevesado y distorsionado. También es transgresor en muchos momentos pues describe sexo explícito y no precisamente romántico, y conductas violentas. Algún crítico ha puntualizado, con razón, que más que una novela se trataría de una recopilación de textos con un mismo hilo conductor: Burroughs y las drogas.
«Desperté de la Enfermedad a los cuarenta y cinco años, sereno, cuerdo y en bastante buen estado de salud, a no ser por un hígado algo resentido y ese aspecto de llevar la carne de prestado que tienen todos los que sobreviven a la Enfermedad…. La mayoría de esos supervivientes no recuerdan su delirio con detalle. Al parecer, yo tomé notas detalladas sobre la Enfermedad y el delirio. No tengo un recuerdo preciso de haber escrito las notas publicadas ahora con el título de El almuerzo desnudo. El título fue sugerido por Jack Kerouac. Hasta mi reciente recuperación no comprendí lo que significaba exactamente lo que dicen sus palabras: “Almuerzo desnudo: un instante helado en el que todos ven lo que hay en la punta de sus tenedores”.»


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