20 nov 2019

La amante de Bolzano


Por Ángel E. Lejarriaga



Sándor Márai (Kassa, Eslovaquia, 1900-San Diego, California, 1989) mezcla en su obra la reflexión psicológica con una exploración del tiempo pasado original e intimista cargada de un cierto dramatismo. Rafael Narbona dijo en una ocasión, en una de sus magníficas reseñas literarias, que Márai recordaba mucho a Proust. La amante de Bolzano (1940) sigue a otras dos magníficas, Divorcio en buda (1935) y La Herencia de Eszter (1939), y es anterior a El último encuentro (1942); y a mi favorita, La mujer justa (1941).

La amante de Bolzano convierte a Giacomo Casanova en un psicólogo del amor. Sándor Márai se expresa así sobre él en la introducción a la novela:
“En los rasgos físicos y de carácter de mi héroe, el lector reconocerá seguramente el peculiar perfil de Giacomo Casanova, el notorio aventurero del siglo XVIII.
De tal identificación —que puede constituir una acusación a los ojos de algunos— sería difícil defenderse. Mi héroe se asemeja terriblemente a ese trotamundos decidido a todo, apátrida y, en contra de cualquier parecer, enteramente infeliz que en la medianoche del 31 de octubre de 1756 bajó por una escala de cuerda desde los Plomos de Venecia al canal y, en compañía de un fraile llamado Balbi, que había colgado los hábitos, se fugo del territorio de la República hacia Múnich. En mi defensa sea dicho que de la historia y de la vida de mi héroe a mí no me interesa tanto su peripecia como su índole novelesca.
Por lo tanto, de sus malhadadas Memorias no he tomado prestadas más que la fecha y las circunstancia de la fuga. El resto de lo que el lector encontrará en esta novela es puro cuento e invención.”
El tiempo narrativo es el siglo XVIII, y nos encontramos a un Casanova que no se gusta nada, se siente viejo pero que no renuncia a ser feliz por poco probable que sea tal objetivo. Tras escaparse de los Plomos —una cárcel a la que se accede por el Puente de los Suspiros: “quien entra allí tiene pocas esperanzas de volver a salir con vida de ella”— recala en Bolzano lugar en el que vive Francesca, la única mujer que ha hecho tambalear sus principios depredadores. En ese complejo encuentro tendrá que enfrentarse a una difícil decisión o si se quiere a un dilema existencial: amar o seducir.

Casanova ha sido un individuo sin escrúpulos, que vive al día, siempre dispuesto a gozar de todos los placeres sin pudor ni moral. En las calles se habla de él abiertamente, en cualquier lugar, las mujeres le desean sin conocerle, los maridos le temen. Pero ¿qué le hace tan magnético? En realidad, según le describe Márai, es feo, de nariz grande, barbilla puntiaguda, corta estatura y cuerpo fofo.

Lo cierto es que el encuentro con la bella Francesca llega en un momento de su vida en el que está más que harto de ser una “atracción de feria”, un mero objeto de curiosidad. Está perseguido y necesita refugio, y piensa que tal vez pueda encontrarlo en los brazos de ella. Pero lo que va a hallar no es paz sino una inmensa duda.

La historia de Francesca viene de tiempo atrás. Él la conoció cuando apenas tenía quince años y era de una belleza celestial. Mientras trabajaba por consumar su seducción se puso por medio el conde de Parma, ambos lucharon en un duelo y como consecuencia del mismo Casanova se retira de la conquista de Francesca. El conde, a pesar de la inmensa diferencia de edad con la joven, contrae matrimonio con ella. Pues bien, en el tiempo presente, la joven se ha convertido en una espléndida mujer, hermosa e inteligente, y sigue enamorada de Casanova. El conde, desesperado le ofrece a este un negocio según el cual pasará una noche con ella y la decepcionará, luego recibirá una cantidad importante de dinero y se marchará para no volver jamás. El planteamiento parece fructífero para ambas partes mas el resultado final no es el esperado por Casanova. Francesca no da un paso atrás en lo que se refiere a la pasión que siente por él; sin embargo, a través del diálogo que mantienen durante toda la noche algo se conmueve en el interior de Giacomo. Su seguridad se tambalea. Se siente vacío, la búsqueda del goce ya no le es suficiente. Desde luego mantiene sus principios inequívocos de la búsqueda de la libertad y del placer por encima de todo, pero en ese tiempo de decadencia se siente desbordado por una soledad abrumadora.
“Tal vez todo lo demás, la cautela, la sabiduría, la cordura, la inteligencia, no valga ni un comino porque no está enardecido por la loca pasión de la juventud, ese extraño deseo que pretende salvar el mundo y al mismo tiempo consumirse a sí mismo, que quiere agarrar con las dos manos todo lo que el mundo le ofrece y que a la vez arroja a puñados todo lo que la vida le regala.”

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