20 jul 2022

La soledad sin fondo


En el año 2014 elaboré un texto sobre la película Her, escrita y dirigida por Spike Jonze, con dos protagonistas de lujo: Joaquin Phoenix (Theodore) y la voz de la inigualable Scarlett Johansson (Smantha).

Han pasado ocho años desde entonces y mi percepción del mundo desarrollado, tecnocrático, se deteriora día a día. Quizá vivamos más, rodeados de aparatos sofisticados, pero estamos solos, aislados, con la memoria vacía de hábitos colectivos que tan solo hace cinco décadas definían nuestra forma de vida. Ahora las caras familiares de nuestro alrededor se mueren, cambian a menudo, y el concepto de comunidad ha desaparecido. ¿Hacia dónde dirigir nuestra atención, rodeados de silencios y de sombras irreconocibles?
“¡Hola! ¿Estás ahí? Soy Samantha. ¿Por qué no me hablas? Quiero ayudarte, ¿no lo comprendes? Me necesitas y yo te necesito a ti. Así son las cosas, fáciles y difíciles. Nadie te escucha como yo, nadie te entiende como yo, nadie te habla como yo. Te quiero…”
Esto lo escribí entonces, la inteligencia artificial (IA) llamada Samantha se hacía cargo de la vida de Theodor, un individuo solitario y doliente de manera perenne, que escribe cartas de amor; patético.

¿Qué paralelismos existen entre lo escrito hace ocho años y las vivencias actuales? La película nos habla de un futuro próximo, demasiado familiar. No circulan coches por las ciudades. La forma de vestir de los viandantes es bastante aséptica dentro del buen gusto. La historia se centra en la relación sentimental entre una máquina y un ser humano de carne y hueso. Hoy tenemos numerosos interfaces que nos hablan, nos asisten y llevan nuestra agenda; esto es solo el principio. Pronto una IA nos asesorará en el banco e incluso nos proporcionará apoyo psicológico. De ahí a una relación sentimental con una de ellas hay un paso. De hecho, ya he conocido casos de individuos, hombres y mujeres, enamorados de personas con las que han contactado a través de redes sociales, con los que nunca han tenido un bis a bis ni han tocado. Relaciones que se mantienen virtualmente más de un año, que generan angustia y dependencia en el caso de que haya una desconexión.

A fecha de hoy, como en el pasado, me pregunto: 
“¿Qué queremos los humanos? ¿Hacia dónde vamos? Si es que vamos a algún sitio que no sea a la autodestrucción. Tal vez deseamos vivir en un mundo en el que las cartas que expresan afectos nos las escriban otras personas o máquinas. ¿Por qué no? […] ¿Necesitaremos un Cyrano de Bergerac que hable por nosotras, que corteje por nosotras, que nos hable al oído cuando tenemos que encantar o seducir, según se mire, a otro ser humano?”
Lamentablemente, “ese universo extraño y pavoroso ya ha comenzado, y la mendacidad de nuestras necias vidas va a alcanzar, o está alcanzando, un punto culminante en el que todo se compra y se vende: todo; también el amor […]. En esta distopía casi todo es posible y a la vez líquido, fugaz. Podemos poseer una gran variedad de objetos, incluyendo experiencias, pero nos falta el estremecimiento de la seducción directa, de la interacción honesta y sin subterfugios. Abrimos los ojos y nos despertamos en una ciudad pulcra, extremadamente limpia, […] en donde sus habitantes deambulan con expresión opaca […]. Sus miradas nos acarician, sonrientes, sin embargo ignoramos lo que quieren comunicar. Parecen decir: ‘Estoy bien. ¿Tú estás bien? ¿Sí? ¡Oh! ¡Cuánto me alegro? ¿No? ¡Oh! ¡Cuánto lo siento! Lo siento mucho, lo siento…’”
“En ese universo […] existe también el amor y el desamor, por supuesto, y el duelo por la pérdida de la persona querida. La sensación que transmite, la que domina en el film, es la derivada del desarrollo de un programa convencional, esperado, que es de obligado cumplimiento. Algo parecido a lo que ocurre hoy pero más sofisticado. Amar forma parte de esa programación básica; no obstante, querer significa, a su vez, vacío, un pozo que hay que rellenar con presteza, sin la menor tardanza. ¿Con qué? Con sensaciones enlatadas, asépticas y limitadas en el tiempo. Para qué correr más riesgos, jugando con sentimientos propios y ajenos impredecibles. Por qué no consumir afectos seguros, previsibles, adaptables, esterilizados, que no produzcan contratiempos.” 
Es posible que nuestras vidas consumistas se aburran después de un tiempo de despilfarro emocional; para cubrir este espanto, el aburrimiento existencial, puede estar Samantha. ¿Será real? Me preguntaba en 2014 y me pregunto ahora.
“¿Qué es vigilia y qué sueño? ¿Qué es lo real? Nuestros cerebros construyen escenarios sin necesidad de la presencia física de los objetos materiales. En el contacto con las otras cosas que pueblan el universo, las distintas realidades chocan y se dañan, se suman o se destruyen. El equilibrio solo puede formarse a partir de la sumisión al más fuerte o del respeto al otro, al apoyo mutuo. Theodore vive en un videojuego en el que nada malo puede suceder, basta con abrir los ojos y seguir el itinerario, ser un permanente y absoluto mirón. Sin embargo, escribir sobre el amor no es lo mismo que amar; así se llega a un punto en el que esa búsqueda incierta de plenitud se necesita compartir con otro ser, porque si no es imposible de entender en su totalidad. Tal vez ese compartir en sí mismo es la base de la felicidad o del bienestar.”

1 comentario:

  1. Hacía tiempo que no me dejaba caer por este blog, y qué gusto ver que mantiene la misma esencia de sus comienzos.

    En mi modesta opinión... comparto también esa visión acerca de como la evolución, sobre todo técnica, avanza en detrimento de las leyes más esenciales y naturales del ser humano. No creo que un cerebro que ha ido evolucionando durante más de 4 millones de años, de repente, en un lapso de 20 años, sustituya sus necesidades más esenciales por otras que se puedan satisfacer mediante formas comunicación "vacías" de afecto, y por lo tanto vacías de relación...
    La verdad que es un debate muy interesante Ángel, y necesario.
    Un abrazo.

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