16 sept 2022

Falacias neoliberales


Cada época tiene sus zonas oscuras, en cuanto a escape personal se refiere. A finales del siglo XIX el espiritismo hizo furor, algo que de alguna manera tuvo su continuación a principios del siglo XX con prácticas y doctrinas esotéricas que contrastaban con la modernidad. Luego llegaron las guerras mundiales, y el tema se difuminó. Generalmente, en períodos de crisis la irracionalidad renace y se instaura en muchas conciencias en busca de sentido y de una ayuda metafísica que no encuentran en el plano terrenal.

En nuestros días —al borde de un colapso planetario esperado—, quizá no perseguimos espíritus como cien años atrás, ni acudimos en masa a que nos echen las cartas del tarot, nos lean la mano o nos hagan amarres para atraer a la persona amada, pero en cambio realizamos actividades que se parecen en cuanto a que son experiencias situadas al margen de la ciencia, tal vez más tóxicas que las que citábamos al principio, por ejemplo: leer libros de autoayuda de manera obsesiva, como si en ellos se encontraran las respuestas a nuestro malestar emocional; conectar con filosofías orientales que potencian el escapismo y indiferencia ante la injusticia; asumir esa dañina doctrina llamada pensamiento positivo que pretende darle la vuelta a cualquier desgracia; hacer meditación trascendental para calmar nuestros miedos; no me olvido de la práctica de un consumo de bienes materiales desaforado.

¿Qué hay detrás de estas florecientes conductas? En principio se las considera como saludables e inofensivas. Se llega a decir, con ingenuidad, que si a a sus practicantes les va bien por qué no mantener su uso. Se añade, con la más absoluta inocencia, que algunas de estas prácticas contribuyen al crecimiento personal, sin que sepamos bien a que se refieren con ello.

En principio, partimos de la idea de que la vida diaria, en sí misma, es difícil, que nos hace sufrir; son numerosos los eventos estresantes que se cruzan en nuestro camino. Este deambular colmado de pesadumbre, dominados por la zozobra emocional, nos lleva a buscar salidas urgentes, cauterizadoras, en los casos citados poco realistas, e imbuidas de la ideología dominante. ¿Por qué esta afirmación última? Porque son respuestas a momentos duros en nuestras vidas, generalmente, provocados por el sistema; es decir, por causas materiales que nos acontecen, por las relaciones de dominación en que nos desenvolvemos, en sí, por la propia estructura social.

Parece que no somos capaces de plantearnos dejar de ser productivos, por mucho que suframos, o mejor, que nos hagan sufrir. Si estamos mal es porque no hacemos bien los deberes. ¿No suena esta frase a la ideología neoliberal, tan de moda? Así, la responsabilidad del sufrimiento se deposita en el propio sujeto, que debe paliar a cualquier precio.

En un aspecto tienen razón, los estrategas que alimentan nuestra alienación, y es que leer libros de autoayuda, practicar, por ejemplo, mindfulness, hacer pilates o realizar cursos de pensamiento positivo, tiene pocos costes para el individuo, a corto plazo resulta inofensivo, lo deja ensimismado pero tranquilo, aislado pero moderadamente contento, en absoluto se convierte en un individuo peligroso para el sistema. El punto crítico del proceso se alcanzará cuando despierte del espejismo, y sea consciente de que el procedimiento no le ha funcionado, que sigue en el absurdo, parafraseando a Camus, sin resolver el problema que le amenaza.

El sistema defiende sus intereses -quizá nosotras no-, porque es obvio que los cambios internos y externos se producen a través de una rebelión (interna y externa), que necesariamente tendría que ser colectiva; sin embargo, el sujeto positivo se autoprograma para aguantar lo que tengan a bien las relaciones de dominación cargar sobre su espalda, en su juicio no hay cuestionamientos de clase, ni de justicia social.

¿En qué situación nos encontramos, entonces? Así visto y justificada la cuestión, parece que los problemas de ansiedad y depresión son culpa nuestra, es algo individual, como se suele decir “un asunto privado”. De alguna manera estamos regresando a la dimensión católica del pecado. Es decir, en nuestra sociedad supermoderna y tecnológica estamos más solos que nunca, castigados por una culpa insoportable. Desde esta perspectiva, no es de extrañar que florezcan las religiones, las ideas de extrema derecha, autoritarias, nazis, fascistas o estalinistas, y, por supuesto, la inmersión enloquecida en la posesión de bienes materiales, ¡qué más da!; si la vida del individuo carece de un sentido preconcebido o determinado, y hay que construir este a diario, pensar de manera crítica resulta en extremo doloroso, es más fácil caer en dogmatismos y en creencias irracionales lejanas de toda lógica empirista, que nos liberan de la lucha por la libertad y el compromiso comunitario.

Esta forma extravagante de afrontar la angustia producida por nuestro modelo de vida es nada más que una cortina de humo; cuando se disuelva —si no perecemos en el proceso—, estaremos situados en el principio, porque para resolver un problema primero hay que definirlo desde la objetividad, o si se quiere desde la racionalidad, de un modo medible y cuantificable. Entonces, tendremos que volver a empezar de nuevo.

El resultado sería bastante diferente si nuestras herramientas de afrontamiento pusieran el dedo en la llaga, el sistema, y nos opusiéramos a él desde perspectivas transformadoras, desde la ética, la moral, la la solidaridad y el apoyo mutuo. Tenemos que poner punto y final a las relaciones de dominación, en todos los aspectos de la vida en los que se manifiesta, desde el universo laboral, hasta el familiar y, por supuesto, en las relaciones sentimentales. Así, tal vez, consigamos amainar nuestro sufrimiento psicológico, sobre todo, siendo conscientes de que no estamos solos ante las inclemencias sistémicas, que formamos parte de una gran familia que se llama humanidad, con una sola patria, el mundo.

Hay quien dice que tenemos la obligación de adaptarnos o perecer en el intento. Es obvio que la supervivencia se fundamenta en la adaptación al medio, pero no es lo mismo someterse a la dominación que aceptar, temporalmente, sus condiciones, conocerla y preparar su supresión. Mientras aceptamos las reglas del juego, porque no tenemos otra alternativa, nos organizamos colectivamente y exploramos en profundidad el medio, para en un momento dado enfrentarnos a él con todas las consecuencias. Aceptación es conocimiento, resistencia, no resignación ni sumisión incondicional.

La pregunta que nos surge ante lo comentado es: ¿Podemos ser felices ―signifique lo que signifique el aserto― en este modelo de vida cotidiana en el que estamos sumidos? Un buen amigo me dijo en una ocasión que en este tipo de sociedad solo los imbéciles son felices. Puede que tuviera razón. Matizaría que si estamos alienados, abducidos, por la ideología neoliberal, hambrientos de satisfacciones que podemos comprar de inmediato en el supermercado de turno, ¿por qué no pensar que podemos adquirir también un estado de exaltación o de bienestar artificial, bien a través del consumo de objetos materiales, bien espirituales, aunque estos sean tan peregrinos como hablar con los espíritus para pedirles consejo sobre decisiones terrenales?

Finalizo estas líneas diciendo que ni estamos solos ni nos encontramos tan indefensos como parece a simple vista, es cierto que el sistema intenta a diario dominar nuestras conciencias y confundirnos; sin embargo, somos depositarios de un cerebro que posee la propiedad de pensar, de pensar críticamente, de pensar por sí mismo, de compartir ese pensamiento con otras personas, de contrastar, de llegar a conclusiones que siempre serán parciales y que habrá que cuestionar más adelante. No, los hombres y mujeres que pueblan el mundo, no estamos solos, juntos somos más fuertes; padecemos menos si compartimos nuestro dolor con las personas que nos acompañan en nuestro viaje por la existencia. La vida es lucha, es cierto, pero también apoyo mutuo. Nuestro bienestar psicológico se encuentra en estos postulados últimos, primero comprendemos por qué sufrimos; y en segundo lugar, estudiamos cómo combatir las causas del mismo sufrimiento, todo ello en compañía.



3 comentarios:

  1. Muy buen texto 👏👏👏 parafraseando también a Camus, ante el absurdo tenemos tres opciones: el suicidio, la religión o rebelarse contra la situación. Solo que en una sociedad que ha matado a Dios, hay que buscar alternativas que nos den una vía rápida bien de evasión, bien de justificación a nuestro sufrimiento. También es interesante ver cómo ante una ausencia de un pretexto que nos reconforte espiritualmente y de sentido a nuestro ser, la persona se ve empujada ante la disyuntiva de continuar o no con su existencia sin sentido.

    Hasta ahora, el consumo compulsivo de bienes y servicios para paliar esta inquietud existencial ha sido evidente y prácticamente un hecho para la mayoría de la población con un mínimo de poder adquisitivo. Sin embargo, el aumento en los últimos años de ciertas dínámicas de renuncia (como el incremento del número de suicidios o tentativas a nivel nacional en estos últimos años, o incluso fenómenos como la "Gran Renuncia" (Great Resignation en inglés), que se están dando en países tan diversos como EEUU o China), están poniendo en entredicho que estas conductas de evasión sean suficiente dique de contención para el sufrimiento generalizado que nuestra sociedad está generando a su población. Sería interesante saber si estos sucesos están suponiendo el inicio de un cambio de paradigma a nivel psicosocial que conlleve en última instancia a un cambio sobre nuestra forma de entender y enfrentar la vida.

    Me quedo con esta frase: "Aceptación es conocimiento, resistencia, no resignación ni sumisión incondicional." Es un pensamiento muy científico y, por ende, racional 👌. Entre otras cosas porque lo que se acepte en un momento puede variar en otro. La evidencia, y la vida en general, cambia y con ella el resto de nosotros y lo que somos y pensamos. Por tanto, la aceptación debe estar sujeta a una revisión periódica tras analizar pormenorizadamente todos los aspectos de la cuestión. El no realizar dicho análisis, o el disponer solo de una versión sesgada y parcial de la información, nos quita como individuos la libertad de elección, coaccionándonos en cierta forma.

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  2. Totalmente de acuerdo, tanto con el artículo como con el comentario de Aameboide.

    En mi modesta opinión... esas vías de escape, esas maneras de aliviar el sufrimiento... las vemos (y consumimos) de diferentes formas. La industria del entretenimiento, internet, redes sociales, fútbol, videojuegos, drogas, alcohol y por supuesto, la autoayuda, el crecimiento personal... en definitiva, las "nuevas religiones sin Dios"... son ejemplos de como la sociedad del siglo XXI está muy bien equipada con instrumentos de anestesia mental que sirven, tanto para evadirnos de una realidad dolorosa, como para imposibilitarnos en la adquisición de las capacidades básicas que nos permitirían analizar desde perspectivas críticas y objetivas, no sólo la realidad, si no las raíces de los verdaderos problemas causantes de nuestras angustias, miedos, ansiedades, etc.

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