4 sept 2023

¿Quién soy?



Leo a Fernando Pessoa, sus tribulaciones constantes sobre variados temas que se repiten, que en ocasiones parecen ricos circunloquios en los que me veo envuelto con deleite y al mismo tiempo con desánimo, porque su disforia es contagiosa, me temo. En este instante dejo constancia de su obsesión por ser “él mismo”. No sé qué es eso, a qué se refiere, y no puedo preguntárselo. Hace poco he leído en un artículo de prensa que es conveniente alejarse de esa idea de aceptación incondicional hacia uno mismo, sea cual sea, es decir, asumir nuestro “sí mismo”, a pesar de los pesares. El articulista puntualizaba que somos un perenne edificio en construcción por lo tanto autodefinirnos de un modo radical y sentencioso es poner freno a un cambio que, por otra parte, es imparable.

Si ya el manejo de las emociones supone una tortura a lo largo de la existencia, incidir en esta búsqueda de señales de identidad puede inducir ―en lo que se refiere a mí al menos― a una locura cierta; algo que temía Pessoa de una manera fóbica. Con este temor subyacente asumo que de momento estoy cuerdo, algo que me parece un atrevimiento, un dislate. ¿Cómo puedo saber que mantengo la capacidad de raciocinio? ¿Es que acaso dentro de mi locura no puedo imaginar que estoy cuerdo?

Podemos ser varias personas a la vez, Machado así lo afirmó en su “Juan de Mairena”. Nuestras emociones fluctúan en función de los acontecimientos internos y externos, suben, bajan, se encrespan, se tornan patéticas. Pero ahí está presente nuestro pensamiento presumiblemente científico, vigilante hasta la náusea, con la insolente pretensión de imponer su criterio; actitud vana, desde luego.

¿Quién soy yo? ¿Qué constructo de mí mismo pretendo imponerme y también imponer al mundo material y sensible? Quizá de eso se trata, de constructos mentales. Soy bueno, soy malo, medio bueno, medio malo, alegre, triste, simpático o su contrario, antipático. ¿Puedo hacer una valoración objetiva de mi ser? No, rotundamente. ¿El pensamiento ajeno, variado y tan desquiciado como el mío, va a definirme, a juzgarme? Intolerable e insoportable. ¿Entonces qué hago? Difícil respuesta en este mar de confusión, dudas y mortificaciones. Al final soy muchas cosas: deseos, sueños, autovaloraciones de todos los colores y signos, juicios de otros entes que pululan a mi alrededor y, sobre todo, conductas externas, porque las internas no son constatables. Las conductas observables son medibles, cuantificables y por tanto tienen o pueden tener un valor esperado. ¿Soy algo por simple repetición? No hay duda que esto último, dicho así, no es el todo que constituyo, pero a fin de cuentas es tangible. Soy algo más que una probabilidad; asumo roles puntuales, actúo según el guion previsto; algo que hago la mayor parte de las ocasiones. En este laberinto multiforme, pensar no es suficiente; tal vez abrazar un código moral, y ser consecuente con él en la práctica, facilite un estar en el mundo social de un modo equilibrado, lejos del “desasosiego” interior, que para eso está, para no imponer límites a nuestra inmersión en el universo multidimensional al que tenemos acceso. Mi Yo se compone de materia, tiempo, espacio, conocimiento ilimitado, posibilidades que se dibujan en el aire y se desdibujan a tal velocidad que se tornan inaprensibles, sin que esa experiencia interior pueda ser narrada más que a través del lenguaje, que le da carácter y valor, y que también acota su potencialidad expansiva. De momento vivo y pienso, y me pregunto dubitativo si todavía es cierto que pienso y por tanto vivo.


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