26 dic 2019

Los santos inocentes


Por Ángel E. Lejarriaga




Miguel Delibes (1920-2010). Publicada en 1981. Está ambientada, presumiblemente,  en un cortijo de Extremadura en los años sesenta. Es la mejor expresión de la denominada “España profunda”, esa que creemos extinta pero que en cuanto arañamos la tierra surge con contundencia.

La novela la componen seis apartados cada uno con una extensión semejante. Todo ellos poseen un título que les personaliza. No obstante, se pueden apreciar tres partes definidas por la intensidad del hecho dramático. La primera es descriptiva, abarca la mitad de la obra, cuenta cómo son los personajes, sus vidas, sus humillaciones, su miseria endémica, su saber ancestral ignorante pero a la vez adaptativo, rico en matices. La segunda expone a la clase dominante en todo su esplendor, en concreto al “señorito Iván”, soberbio, clasista, acanallado, conocedor de su poder. La tercera, que ocupa dos partes, supone el desenlace. Se podría decir -algo que no se puede afirmar en todas las novelas- que no sobra nada, una página lleva a la otra bien hilada y explica perfectamente porqué los hechos finales se desenvuelven como lo hacen.

El ambiente no está fechado pero los críticos han encontrado una referencia que puede indicar que está situada a principios de los años sesenta. Existe una referencia en un párrafo de la novela a un Concilio que apunta al "Concilio Vaticano segundo" que se desarrolló en esas fechas.

Con respecto a la situación geográfica, al principio he citado a Extremadura, pero en la novela no queda claro; sí, está expuesta la descripción de una zona limítrofe con Portugal. Las apuestas siempre han caído, cuando se ha discutido el tema, del lado de Extremadura.

El contexto interior en el que se desarrolla el drama es un latifundio, de los muchos que ha habido y hay en España, jerarquizado, un auténtico humilladero para los sirvientes casi siervos medievales, meros objetos decorativos dentro de un escenario en el que el amo reina con poder absoluto. A pesar de la sumisión, en el pobre ambiente labriego, existe una aproximación a lo natural, a la honestidad, a veces mal entendida. En el otro lado, lo dominante es la mendacidad. Cómo me gusta esta palabra "mendaz". Latifundio mendaz en un país de mendaces, de mercenarios y de leguleyos vendidos al mejor postor.

La historia cuenta cómo es la vida de una familia de campesinos (Paco, Régula y sus cuatro hijos) dentro de una extensa propiedad. Ellos viven en una más que modesta casa dentro del mismo, al servicio de los amos las veinticuatro horas del día. No llevan cadenas físicas pero sí las derivadas de la miseria y la desposesión total de bienes materiales. No se quejan, no protestan, no suplican, no piden, no lloran, no se lamentan, agachan la cabeza, obedecen, asienten y observan con pesimismo el paso de las estaciones. Al menos tienen un sueño -si no mejor sería que se ahorcaran colectivamente-, aspiran a que sus hijos estudien y logren escapar de aquella prisión sin barrotes en la que viven. Para empeorar las cosas, la pequeña de la familia no ha nacido bien y permanece siempre acostada. A este cuadro dantesco se le suma Azarías, un adulto al que la naturaleza le ha dotado con menos luces de las esperadas, con problemas de expresión verbal, cuya poderosa fuente de afecto e interés es su milana bonita (una grajilla) a la que mima como si fuera su propio vástago. Como se ve la familia de Paco y Régula conforman un magnífico equipo con el que afrontar la más dura de las ligas: la vida en la pobreza. 

Su existencia se desarrolla con la cadencia propia de la finca ancestral, trabajo y sudor, por un lado; por el otro, fiestas, risas falsas, caza, mucha caza, y soberbia de ricos, heredada de muchas generaciones. Sin embargo, un día sucede algo que va a alterar ese orden, no natural, y por un leve instante dentro de la historia de la humanidad, se restablece un mínimo de equilibrio. Es solo un instante pero esperanzador.

En síntesis, la novela es una denuncia descarnada contra la injusticia social heredada desde siglos, característica del campo español, donde la vida de los sirvientes, que se suman a la tierra como un apero más, vale muy poco. La deshumanización es brutal, los seres humanos se cosifican porque siempre ha sido así y, además, así debe ser para que el mundo tenga orden. Una buena novela para entender bien dónde vivimos, porque la realidad no ha cambiado tanto a pesar de los mensajes progres de los políticos en campaña y el AVE, seguimos siendo una nación de caciques y de aspirantes a serlo.

De esta novela ha habido película, con el mismo título, dirigida por Mario Cámus, protagonizada por Alfredo Landa y Francisco Rabal. Una gran película.


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