16 ene 2020

El amante bilingüe


Por Ángel E. Lejarriaga




Siempre me ha impresionado Juan Marsé (1933). Desde mis tiempos de bachiller lo he leído con fruición, aceptando de antemano el hecho de que sin conocer el libro que tenía entre manos, me iba a sorprender. En El amante bilingüe (1990) lo ha vuelto a conseguir, y ello siendo esta la segunda lectura que he hecho del mismo. Todo un hito que pocas veces se produce.

A Juan Marsé se le incluye dentro la Generación de los 50, en este caso barcelonesa, entre los que se encuentran Terenci Moix, Eduardo Mendoza, Vázquez Montalbán, Juan Goytisolo, Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma.

Sus inicios en la existencia ya fueron rocambolescos, su madre murió en el parto y él fue adoptado por un matrimonio que le dio sus apellidos: Juan Marsé Carbó. ¿Cómo se llamaba él originalmente? Pues Juan Faneca Roca. Precisamente un Faneca aparece en El amante bilingüe, algo que, evidentemente, no es casual.

Marsé ha sido, y tal vez lo sea todavía, un hombre impulsivo que lo mismo abandona los estudios que aprende el oficio de joyero o escribe artículos de cine en Arcinema. Desde luego es una suerte tener esa capacidad de metamorfosis.

Su carrera como escritor se inicia en 1958 con la publicación de relatos en las revistas El Ciervo e Insula. Desde el primer momento de su inmersión en el mundo de las letras destacó. En el año 1959 recibe el premio Sésamo de cuentos por uno de sus relatos: Nada para morir. En 1960 aparece su primera novela Encerrados con un solo juguete, tenía veintisiete años. Entre 1959 y 1962 estuvo viviendo en París una especie de aventura iniciática propia de su generación, trabajando en lo que le salía al paso y, también, escribiendo sin parar. Tendrían que pasar seis años hasta que apareciera la novela que le hizo famoso Últimas tarde con Teresa (1966), que recibió el Premio Biblioteca Breve. En esos años publico otra obra que a Marsé no le gustó nada hasta el punto de no incluirla en sus obras completas: Esta cara de la luna (1962). A partir de la novela Últimas tarde con Teresa, su trayectoria literaria es imparable; publica doce novelas más, entre ellas Si te dicen que caí (1973), La muchacha de las bragas de oro (1978), El embrujo de Shanghai (1993) y Rabos de lagartija (2000). Publica también cuatro colecciones de cuentos, dos libros de cuentos infantiles, otros dos de artículos periodísticos y seis de ensayos varios. Ha recibido dieciocho galardones entre los que se encuentran el Premio Planeta en 1978, el Premio Nacional de Narrativa en 2001 y el Premio Cervantes en 2008. A lo que hay que añadir que ocho de sus novelas han sido llevadas al cine.

Su curriculum con estos datos citados parece impresionante pero es que ha hecho más cosas: ha sido redactor jefe de la revista Bocaccio, jefe de redacción de la revista Por favor y ha escrito entre los años 1988 y 1989 en El País una columna quincenal bajo el título Aventuras del capitán Blay.

La novela El amante bilingüe (1990) está situada en el barrio de El Guinardó, en Barcelona, donde precisamente Marsé pasó su infancia. Aunque esta obra en concreto tiene unas características especiales que a continuación citaré, sí que cumple bastante los ejes que han caracterizado a Marsé en una parte importante de su trabajo literario: las desigualdades sociales y los choques consiguientes entre burgueses y personas obreras o depauperadas o marginales; y la infancia perdida, todo ello descrito con crudeza, muy próximo al “realismo social”, sin descartar sus inmersiones en la experimentación narrativa.


La peculiaridad de El amante bilingüe es la forma satírica en que trata la política lingüística desarrollada en aquellos momentos históricos en Catalunya. Mas hay más componentes interesantes dignos de reseñar. El protagonista, como no podía ser de otra forma, es un sujeto de clase baja, Juan Marés, que se casa con una chica rica, Norma. Un buen día la descubre en su propia casa, que es la de ella, practicando sexo con un limpiabotas. Porque a Norma le entusiasman las experiencias transgresoras con esa especie de “intocables” que son los “charnegos” para la burguesía catalana. A partir de ese momento Norma se marcha de la casa y se la deja a Marés para que viva en ella. Sin embargo, él no puede con la ruptura, ama y desea desesperadamente a su esposa. La depresión consiguiente que se instala en su vida le va a llevar a una vida marginal en las calles de Barcelona, tocando el acordeón y conviviendo con individuos de esos que se ocultan debajo de las alfombras de nuestras pulcras ciudades.

Marés vive como puede, habitando el apartamento de su esposa situado en una zona de lujo. No le falta de comer, ni techo, ni amigos, pero le falta Norma y eso es superior a lo que su cabeza puede soportar. En ese devenir incierto, una casualidad va a hacer que cree un personaje alternativo, se reinventa a sí mismo, Juan Faneca, un tipo diferente a él que va a intentar seducir a Norma.

Poco a poco Marés va diluyéndose para dejar paso a un Faneca atrevido. De una vida lamentable, cual ave fénix resurge un nuevo individuo. Faneca me ha recordado mucho, salvando las distancias, al incomparable Faroni, protagonista de la novela Juegos de la edad tardía (1989) de Luis Landero.

Digamos que la personalidad de Marés se desdobla, ¿de una manera consciente como en el caso de Faroni? ¿Roza la psicosis? En la narración da un poco igual. En cualquier caso, Marés se muere de pena, se autodestruye; por el contrario, Faneca, se eleva sobre su condición miserable con desparpajo e inteligencia. El aspecto físico de Marés se transforma a su vez. Este no puede acercarse a Norma pero Faneca sí, es un “charnego”, algo pintoresco y despreciable, pero deseable para ella.


Los carteles callejeros que usa Marés para pedir dinero mientras toca son geniales y dicen mucho del tipo de sociedad al que van dirigidos:
“Pedigüeño charnego sin trabajo, ofreciendo en Cataluña un triste espectáculo tercermundista. Favor de ayudar”.

“Fill natural de Pau Casals, busca una oportunidad”.

“Músico en el paro, reumático y murciano, abandonado por su mujer”.

“Músico catalán expulsado de la TV en Madrid”.

“Ex secretario de Pompeu Fabra, charnego y tuerto y sordomudo”.
Hay que decir que Juan Faneca fue compañero de travesuras en la infancia de Juan Marés, es decir, este último lo extrae del pasado para asumir su figura y personalidad y poder enfrentarse así al mundo lejos de la decadencia en que vive.

El relato tiene más peculiaridades relacionadas con el propio Marsé, aparte del cambio de letras en el nombre, Marés-Marsé. Ambos tienen un origen de clase baja, edad parecida y Juan Marés se convierte en Juan Faneca. En la realidad Juan Faneca se convierte en Juan Marsé.

No se pueden obviar la presencia de las máscaras que ocultan los verdaderos rostros de los personajes, los espejos en los que se miran sin reconocerse, las identidades contrapuestas, los diálogos entre Faneca y Marés, entes que página a página se van distanciando uno de otro.

Quiero destacar la mofa o sátira, como se quiera, que Marsé hace del bilingüismo, presentándola con una tensión que los "charnegos" viven con indiferencia, no tanto los catalanes de pro. De hecho, los llamados "charnegos" suponen un auténtico sabotaje al plan cultural esbozado por el gobierno catalán. No hablar catalán está asociado a clase social baja, a incultura, a pobreza, a marginalidad.
(Faneca habla con Norma) “-M´alojo en la pensión Ynes. Está en el barrio más cerca del cielo que uzté haya visto jamás, en la misma calle donde Joan y yo nos criamos. Verdi trescientos doce. E una pensión modesta del año de maricastaña que lleva una gente mu buena y mu simpática. Estoy allí desde que regresé de Alemania, ¿zabuzté?, porque en Barcelona ya no tengo familia... La llamaré para darle el teléfono de la pensión y para invitarla a una copa. Si se digna uzté venir será bien recibida, la llevaré a una tabernita que conozco mu resalá...”
A pesar de la crítica en la que Marsé se regocija, la novela está llena de amor, de ganas de ser amado, de desamor, de intensidad y de superficialidad, pero también de seres solos con el agua al cuello que intentan seguir vivos con dignidad un día más, y lo consiguen, vaya si lo consiguen, cada una a su manera, encontrando compañeras de viaje donde menos se lo esperan, lejos de la banalidad, la mendacidad y la impostura.

Por si alguien quiere revisarla, existe película de 1992 dirigida por Vicente Aranda, con Ornella Muti en el papel de Norma e Imanol Arias en el papel de Juan Marés.



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