27 feb 2020

El siglo de las luces


Por Ángel E. Lejarriaga




Alejo Carpentier y Valmont (1904-1980), cubano universal, nació en Suiza, en concreto en Lausana. Sus padres procedían de orígenes geográficos opuestos, él era francés y ella rusa; la profesión del padre, arquitecto; y la de ella profesora de idiomas. Alejo Carpentier creció en Cuba porque su padre quería “escapar” de la decadencia europea y pensó que viviendo en una tierra joven tendría más oportunidades de aproximarse a un “paraíso” más cercano a la inocencia y sobre todo a lo natural. Lo que descubrió el joven Carpentier no fue tan paradisíaco, como le sucedió al mismo buda, entró en contacto con el hambre, la enfermedad y la miseria. Su formación, a pesar de ser ya Cuba una república independiente, fue básicamente española pues los textos que se utilizaban eran los de la antigua Metrópoli. Entre los once y los diecisiete años sus padres se ocuparon personalmente de su formación. Luego, su vida se modificó abruptamente cuando el padre se marchó y él tuvo que buscarse una ocupación para colaborar en el mantenimiento de la familia. Acabada su educación primaria viajó a París para realizar los estudios de secundaria, allí profundizó en sus estudios de música, piano, en los que le había iniciado su madre.

Unos años después, en 1920, entró en la escuela de Arquitectura de La Habana. En esos tiempos se implicó en la lucha política pero bajo unos conceptos muy estéticos, a sus partidarios les unía un inmenso amor por el arte. En cualquier caso, otro punto de unión entre ellos fue la lucha contra el capitalismo norteamericano y la dictadura de Gerardo Machado.

Coincidente con aquellos años, Carpentier se inició en el periodismo, profesión amada por él a la que se dedicaría durante toda su vida. En La Discusión se publicación sus primeros escritos.

Con otros intereses entre manos, abandonó la carrera de Arquitectura y se fue a Francia, cuando regresó dos años después, volvió a escribir en La Discusión y en El Heraldo de Cuba; llegó a ocupar el puesto de jefe de redacción de la revista Hispania.

Participó en la oposición al presidente Alfredo Zayas. Durante el período 1924-1928 escribió para la revista Carteles. En 1927 fue encarcelado siete meses, acusado de ser comunista. Cuando salió de la cárcel se fue a Francia donde residió hasta 1939. En este período entró en contacto con los surrealistas franceses. En 1933 concluyó su primera novela ¡Ecué-Yamba-Ó! Hasta 1939 estuvo viajando por Cuba, España y Francia. En este último país trabajó en la radio.

Todo este ir y venir constituyó una auténtica escuela de escritura para él, observando pormenorizadamente los contrastes entre Europa y América del Sur, llegando a la conclusión de que tenía que escribir sobre lo que sucedía al otro lado del Atlántico, en su tierra de adopción, “expresar el mundo americano”.

A partir de ese importante punto de inflexión en su existencia, Carpentier viajó a Haití y México, quería conocer de cerca lo que su instinto le exigía, el mundo americano le llamaba con fuerza. Pero sus viajes no habían terminado entre 1945 y 1959 vivió en Venezuela, en Caracas. De ese contacto intenso surgió El reino de este mundo, obra publicada en 1949. Venezuela supuso para él una etapa muy productiva, en ese país nacieron Los pasos perdidos (1952), El acoso (1956) y El siglo de las luces (1958); esta última no se publicaría hasta 1962. En ese tiempo también escribió numerosos cuentos y unos dos mil artículos en la prensa venezolana, generalmente sobre literatura y música.

Su regreso a Cuba en 1959 fue explosivo para él en el sentido de que se le acumuló el trabajo, dirigió la Editorial Nacional de Cuba, el Consejo Nacional de Universidades, las ediciones de la Academia de Ciencias de Cuba, la Editorial Juvenil más otra larga lista de organismos surgidos de la “revolución de los barbudos”.

Hasta su muerte en 1980 se publicaron cuatro novelas más: Concierto barroco (1974), El recurso del método (1974), La consagración de la primavera (1978) y El arpa y la sombra (1979); varios libros de cuentos y 14 libros de ensayo.

El estilo de su escritura es barroco y musical, influido por sus experiencias vitales, sus viajes, y sus opiniones que fluyen a través de los personajes. El mestizaje cultural está presente en sus escritos, que él considera “un aspecto esencial en su representación del ser latinoamericano”.

No me olvido de algunos de los textos que escribió para obras musicales: Yamba-Ó, tragedia burlesca, música de M. F. Gaillard, estrenada en el Théâtre Beriza, París, 1928. Poèmes des Antilles, neufchants sur les texts de Alejo Carpentier, música de M. F. Gaillard, Edition Martine, París, 1929. Blue, Poema, música de M. F. Gaillard, Edition Martine, París. La Passion Noire, cantata para diez solistas, coro mixto y altoparlantes, música de M. F. Gaillard, estrenada en París, julio de 1932. Dos poemas afrocubanos, Mari-Sabel y Juego Santo, para voz y piano, música de A. G. Caturla, Edition Maurice Senart, París, 1929.

En lo que respecta a la filmografía sobre Carpentier, he encontrado dos referencias: El recurso del método, dirección de Miguel Littín, México, Cuba, Francia, 1978, adaptación de su novela homónima (1974). El siglo de las luces, dirección de Humberto Solás, Cuba, 1992. Adaptación de su novela homónima (1962).

Ni que decir tiene que a lo largo de su carrera recibió numerosos premios, entre ellos el Premio Cervantes en 1977.
 
El siglo de las luces (1962) es una novela que se puede calificar como histórica con un protagonista ineludible: la guillotina, denominada por el autor como la “Máquina”. Está ambientada en el Caribe durante la Revolución francesa. El personaje central, Víctor Hughes, existió realmente, fue enviado a ultramar a difundir las esencias de la “revolución” y no cabe duda que lo hizo aunque acabó transformándose en un tirano. Es lo que tiene dotar de autoridad ilimitada a alguien: el poder corrompe y el poder ilimitado corrompe ilimitadamente.

La historia se desarrolla, como he dicho, en el Caribe y en Francia. Empieza en la Habana en 1790, un rico mercader ha muerto y sus hijos, Sofía y Carlos, se quedan huérfanos, con ellos vive su primo Esteban, también huérfano. Recluidos en el palacete de la familia pasan el duelo de peor a mejor, es decir, lo que parte de un mar de penas se transforma en una fiesta continua en la que la casa familiar se torna un lugar “encantado” en el que, entre otras cosas, conocen el mundo a través de los libros.
“El muerto al hoyo, los vivos al gozo.”
Así las cosas, un buen día aparece Víctor Hughes, un francés que vive en Saint-Domingue que quiere ver a su padre. Obviamente no es posible, no obstante confraterniza bastante bien con los adolescentes, convirtiéndose en un “compañero de juegos”. Víctor es un gran narrador y su imaginación parece no tener límite. En este contexto jocoso aparece el doctor Ogé, amigo de Víctor, que pretende curar los males de Esteban. La narración se torna turbulenta cuando Ogé y Víctor tienen que escapar de Cuba por ser francmasones y volver a Francia. Las vidas de los protagonistas se convulsionan, y tras numerosas peripecias Víctor regresa al Caribe pero ya no como compañero de juegos sino como un envidado de la revolución, dotado de poderes excepcionales que le conducirán por un camino autoritario y despótico.
“Las grandes conquistas humanas solo se lograban con dolor y sacrifico. En suma, que nada grande se hacía en la tierra sin derramamiento de sangre.”
Víctor quiere cambiar el mundo pero durante el proceso se cambia a sí mismo de un modo que ni él sospecha, dando un máximo protagonismo a la Máquina, que se presenta como un mal inevitable y cauterizador.
“Había llegado a pedir —lo cual aprobaba el joven— que la guillotina se instalara en la misma sala de los tribunales, para que no se perdiera tiempo entre la sentencia y la ejecución.”

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