Ignacio Aldecoa nació en Vitoria en 1925 y murió en Madrid en 1969. Su muerte prematura, con cuarenta y cuatro años, supuso un duro golpe para las letras españolas, aunque su testamento literario ha perdurado a través del tiempo.
Su vida comenzó bien, aquellos eran años duros en todos los sentidos en nuestro país, pero su familia era adinerada, lo que le permitió tener una educación esmerada, primero estudió el bachiller en un colegio religioso de Vitoria y después la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca. Allí conoció a Carmen Martín Gaite, futura escritora de relevancia en nuestro país. Terminada la carrera se trasladó a Madrid para hacer el doctorado y de paso conectar con los brotes esperanzadores de las nuevas letras afincados en la capital del reino, que se reunían en tertulias selectas en cafés como el Gijón, entre estos Rafael Sánchez Ferlosio, Josefina Rodríguez, Alfonso Sastre o Jesús Fernández Santos.
En 1947 publicó un libro de poesía Todavía la vida, y dos años después Libro de las algas (1949). En 1948 publicó un cuento que llamó la atención de los compañeros y compañeras de generación literaria, La farándula de la media legua. En 1953 llegó su primer reconocimiento como escritor de cuentos con el premio organizado por la revista Juventud por la narración Seguir de pobres. En 1954 se publicó El fulgor y la sangre, su primera novela, que fue finalista en el Premio Planeta. He olvidado decir que en 1952 contrajo matrimonio con Josefina Rodríguez, más tarde, tras la muerte del escritor, conocida como Josefina Aldecoa, que formó parte de su grupo intelectual y literario generacional. Entre 1955 y 1958 emprendió variados proyectos, colaboró activamente en la Revista Española, conjuntamente con otros miembros de la denomina “generación de los cincuenta” y viajó a Estados unidos donde permaneció durante un año. Entonces él cumplía treinta y tres años. Once años después falleció de un fatídico ataque al corazón. Mala suerte para él, para Josefina y para las letras españolas.
Su obra está adscrita a la narrativa neorrealista, característica de la España de los años cincuenta. Si bien, se ha dicho y escrito que Ignacio Aldecoa “adaptó el realismo anglosajón a la literatura española, […] cargándola de un gran contenido humano”. Como no podía ser de otro modo, sus personajes son los desposeídos de la tierra; él observa y cuenta lo que ve.
Varias de sus obras han sido adaptadas para la pequeña y gran pantalla: Young Sánchez, Quería dormir en paz, Los pájaros de Baden-Baden o Con el viento solano.
Su escritura publicada consta de dos libros de poesía, seis novelas y doce colecciones de relatos.
Con el viento solano (1956) nos narra la historia de un perdedor, uno más, que recorre la existencia como un corcho a la deriva, sobreviviendo como puede. En este caso se trata de un individuo de etnia gitana, Sebastián Vázquez, que se ve abocado a huir debido a un crimen que ha cometido. Su vida es una continua derrota, en la que va perdiendo todo lo que le era importante y, sin lugar a dudas, se va perdiendo a sí mismo, o dicho de otra manera, “se queda solo consigo mismo” y con nada más. ¿Qué encuentra llegado a ese punto sin retorno? De una manera desaforada sigue la misma ruta que muchas de nosotras seguimos por el simple hecho de existir, deambulamos, derrochamos, ganamos y nos miramos de vez en cuando en espejos que nos devuelven imágenes que no sabemos qué significan. ¿Somos esas imágenes? ¿Somos otras que han muerto? ¿Seremos otras diferentes si nos miramos más adelante en otra superficie reflectante? ¿Eso que hemos dejado atrás era importante? ¿Qué nos motiva a seguir viviendo?
Algunas de estas preguntas las presenta Ignacio Aldecoa. Una cuestión distinta es si consigue responderlas, si es que tienen una respuesta única.
El lenguaje que utiliza el autor en la novela es el propio del ambiente rural de la época en tierras castellanas. Hoy en día muchas de esas expresiones y palabras ya no se utilizan por lo que su lectura puede resultar algo escarpada.
Esta novela recibió el Premio Nacional de la Crítica. Es la segunda parte de una novela anterior, El fulgor y la sangre (1954). Ambas se pueden leer por separado sin dificultad. Fue adaptada al cine por Mario Camus.
Su vida comenzó bien, aquellos eran años duros en todos los sentidos en nuestro país, pero su familia era adinerada, lo que le permitió tener una educación esmerada, primero estudió el bachiller en un colegio religioso de Vitoria y después la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca. Allí conoció a Carmen Martín Gaite, futura escritora de relevancia en nuestro país. Terminada la carrera se trasladó a Madrid para hacer el doctorado y de paso conectar con los brotes esperanzadores de las nuevas letras afincados en la capital del reino, que se reunían en tertulias selectas en cafés como el Gijón, entre estos Rafael Sánchez Ferlosio, Josefina Rodríguez, Alfonso Sastre o Jesús Fernández Santos.
En 1947 publicó un libro de poesía Todavía la vida, y dos años después Libro de las algas (1949). En 1948 publicó un cuento que llamó la atención de los compañeros y compañeras de generación literaria, La farándula de la media legua. En 1953 llegó su primer reconocimiento como escritor de cuentos con el premio organizado por la revista Juventud por la narración Seguir de pobres. En 1954 se publicó El fulgor y la sangre, su primera novela, que fue finalista en el Premio Planeta. He olvidado decir que en 1952 contrajo matrimonio con Josefina Rodríguez, más tarde, tras la muerte del escritor, conocida como Josefina Aldecoa, que formó parte de su grupo intelectual y literario generacional. Entre 1955 y 1958 emprendió variados proyectos, colaboró activamente en la Revista Española, conjuntamente con otros miembros de la denomina “generación de los cincuenta” y viajó a Estados unidos donde permaneció durante un año. Entonces él cumplía treinta y tres años. Once años después falleció de un fatídico ataque al corazón. Mala suerte para él, para Josefina y para las letras españolas.
Su obra está adscrita a la narrativa neorrealista, característica de la España de los años cincuenta. Si bien, se ha dicho y escrito que Ignacio Aldecoa “adaptó el realismo anglosajón a la literatura española, […] cargándola de un gran contenido humano”. Como no podía ser de otro modo, sus personajes son los desposeídos de la tierra; él observa y cuenta lo que ve.
Varias de sus obras han sido adaptadas para la pequeña y gran pantalla: Young Sánchez, Quería dormir en paz, Los pájaros de Baden-Baden o Con el viento solano.
Su escritura publicada consta de dos libros de poesía, seis novelas y doce colecciones de relatos.
Con el viento solano (1956) nos narra la historia de un perdedor, uno más, que recorre la existencia como un corcho a la deriva, sobreviviendo como puede. En este caso se trata de un individuo de etnia gitana, Sebastián Vázquez, que se ve abocado a huir debido a un crimen que ha cometido. Su vida es una continua derrota, en la que va perdiendo todo lo que le era importante y, sin lugar a dudas, se va perdiendo a sí mismo, o dicho de otra manera, “se queda solo consigo mismo” y con nada más. ¿Qué encuentra llegado a ese punto sin retorno? De una manera desaforada sigue la misma ruta que muchas de nosotras seguimos por el simple hecho de existir, deambulamos, derrochamos, ganamos y nos miramos de vez en cuando en espejos que nos devuelven imágenes que no sabemos qué significan. ¿Somos esas imágenes? ¿Somos otras que han muerto? ¿Seremos otras diferentes si nos miramos más adelante en otra superficie reflectante? ¿Eso que hemos dejado atrás era importante? ¿Qué nos motiva a seguir viviendo?
Algunas de estas preguntas las presenta Ignacio Aldecoa. Una cuestión distinta es si consigue responderlas, si es que tienen una respuesta única.
El lenguaje que utiliza el autor en la novela es el propio del ambiente rural de la época en tierras castellanas. Hoy en día muchas de esas expresiones y palabras ya no se utilizan por lo que su lectura puede resultar algo escarpada.
Esta novela recibió el Premio Nacional de la Crítica. Es la segunda parte de una novela anterior, El fulgor y la sangre (1954). Ambas se pueden leer por separado sin dificultad. Fue adaptada al cine por Mario Camus.
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