22 feb 2023

Las once de Sheffield



Por Ángel E. Lejarriaga



Ladies Football Club es una obra dramática escrita por Stefano Massini (1975) y representada en estos momentos en diversos teatros de España con una gran acogida del público, su director es Sergio Peris-Mencheta (1975).

Se trata de un drama musical representado por once mujeres. La obra es magnífica en todos los aspectos: actuaciones inmejorables, dirección medida, música exquisita, texto cuidado e iluminación en consonancia con todo lo anterior. No se le puede poner un “pero”, quizá su longitud; pero es que tiene mucho que contar. 

La historia de ese cincuenta por ciento de la humanidad, ninguneado desde el principio de los tiempos, necesita recuperar el papel que verdaderamente ha tenido. Hablo de las mujeres, por supuesto, de nuestras hijas, de nuestras madres, de nuestras hermanas, de nuestras esposas y compañeras, de las trabajadoras, de las intelectuales, de las combatientes, de las investigadoras, de esas personas sacrificadas y anónimas que han estado, y están, siempre ahí, delante de nuestros ojos, y que han sido invisibilizadas salvo para ser utilizadas como objeto sexual, asesinadas, explotadas, vejadas, despreciadas, humilladas o vendidas; en sí, relegadas a un ostracismo que envilece al conjunto de la humanidad. Dijo alguien muy querido para mí que nunca podría ser feliz mientras existiera un solo ser humano que sufriera opresión en el mundo. Si universalizamos esta frase, ¿qué pensamos de la opresión de la mujer antes y ahora? Pues esta obra de teatro va de todo esto que cito.



Durante la función, algunas personas entre el público se reían ante los chascarrillos que hacían las actrices, porque los diálogos por momentos tenían toques divertidos; sin embargo, a mí no me hizo ninguna gracia lo que me expresaba la narración, yo solo percibía dolor, sufrimiento, y un atisbo de esperanza de las protagonistas, que desde luego fue efímero.

El caso es que las mujeres de la fábrica de armamento Doyle & Walker Munittions un buen día decidieron jugar al fútbol durante su tiempo de almuerzo. No tenían grandes proyectos sobre esta actividad, solo querían divertirse un rato, alejándose de las miserias de su vida cotidiana. Las llamaban las “manos amarillas” porque las tenían manchadas de amarillo debido al contacto directo con el trinotolueno (TNT) con el que confeccionaban los explosivos que serían utilizados más tarde en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, para destrozar a los jóvenes de Europa que forzosamente estaban combatiendo en ella. Ellas trabajaban duro, igual que los hombres, y por la mitad del salario que cobraban estos. Además, atendían a sus padres, a sus hijos, cuidaban de sus hogares de los que en una gran mayoría eran responsables.

Esto ocurrió un viernes seis de abril de 1917 una año difícil para el mundo, era el cuarto de guerra, las trincheras se habían convertido en una trituradora de carne, de donde se manufacturaban cientos de miles de muertos y mutilados y EEUU entraba en la guerra al lado de Francia e Inglaterra. Al mismo tiempo, Rusia se convulsionaba ante una agitación popular que concluiría a finales de ese año con el golpe de estado bolchevique, que puso punto y final a las aspiraciones liberales de los reformistas del país, y también puso punto y final a las aspiraciones revolucionarias del pueblo ruso; pero esto es otra historia.

Las mujeres de la Doyle & Walker Munittions se sublevaron a su modo contra la opresión que las asfixiaba, y las trabajadoras textiles del barrio de Vyborg, en Petrogrado, también actuaron a su modo, como podían, como les dictó su conciencia y hastío. El ocho de marzo de 1917, “día internacional de la mujer trabajadora”, se declararon en huelga, abandonaron las fábricas y formaron piquetes para extenderla por otras empresas próximas; enfrentándose a la policía y al ejército, nada las detuvo. Como las compañeras británicas, estaban pésimamente pagadas, cumplían horarios de trabajo de doce horas diarias, sin unas mínimas condiciones de salubridad. Británicas y rusas pedían trascender a su condición de herramienta de usar y tirar, también exigían a los hombres que se solidarizaran con ellas, que las apoyaran; por supuesto, deseaban y pedían el final de la guerra y el regreso de los soldados que estaban en el frente. Ni británicas ni rusas fueron conocedoras en su momento de las sinergias que estaban catalizando. Las británicas tardaron años en constatar el hito que habían conseguido, las rusas provocaron directamente la caída del zarismo.



Las once trabajadoras de la fábrica Doyle & Walker Munittions de Sheffield no emplearon fusiles ni bayonetas para enfrentarse a sus enemigos, ni derribaron gobiernos pero sentaron un precedente liberador que inspiró a generaciones venideras, y que aún hoy día sigue inspirando, porque la lucha de la mujer no ha hecho más que empezar.

Rosalyn, Violet, Olivia, Abigail, entre otras, descubrieron por azar una pelota en el patio de la fábrica en la que trabajaban ―como Newton su manzana ― y se entretuvieron dándole patadas; mas eso no fue suficiente para ellas, otras compañeras se sumaron al juego, y en el corto espacio de tiempo diario en el que corrían y se desfogaban, encontraron un motivo para seguir soportando el día a día, más allá de los muros de aquella prisión llamada fábrica. Sus aspiraciones eran pequeñas, pero se preguntaron con atrevimiento: ¿por qué no crear una liga femenina de futbol? Su revolución particular se había iniciado. Al principio fueron bien aceptadas, suponían un divertimento público en tiempos oscuros en los que hacían falta distracciones. Sin embargo, lo bueno duró poco, las instituciones deportivas, dirigidas por hombres, esperaban su momento para librarse de ellas.



El punto perfecto para hacerlo fue el fin de la guerra, las fábricas cárcel cerraron sus puertas y las mujeres, futbolistas o no, regresaron a cumplir su eterna condena en esa otra cárcel llamada hogar. Desde luego, como refirieron ellas mismas después, aquella experiencia marcó sus vidas, y no les fue fácil desandar los pasos avanzados, aguantar las humillaciones de los hombres, sus sonrisas hirientes y su condescendencia. Habían sido instrumentos útiles para fabricar bombas; sin embargo, no servían para jugar al futbol, no fuera que ensombrecieran el ego patriarcal y le robaran protagonismo. Su lucha fue una más de las muchas que la historia les ningunea; no obstante, por fortuna hoy podemos recordarlas y utilizar su ejemplo como enseña que nos advierte que los derechos una vez conseguidos, no son eternos, hay que defenderlos con uñas y dientes.

MÁS INFORMACIÓN:

Dick Kerr Ladies, pioneras del fútbol femenino (miguelgarciavega.com)






No hay comentarios:

Publicar un comentario