Por Ángel E. Lejarriaga
Historia de un padre forma parte del poemario El circo de los necios (2017).
Cuando la puerta se abre hiriente
el silencio se hace en mi casa
como si cayera un telón gigante,
invernal,
indefinido y espeso,
que pretende ocultar la oscuridad terrible
que tapiza las paredes envenenadas.
Mi madre se esconde turbada,
se vuelve etérea,
extraña,
sus pies,
casi muñones,
recorren el pasillo solitario
sin emitir un perentorio sonido.
Mi padre es la imagen desesperada
del hombre acabado,
ebrio de dolor,
un cuenco vacío,
un mueble viejo y marchito,
corroído por la carcoma;
es todo eso y lo sabe
y le arde la sangre del toro bravo que fue.
El trabajo derrite
su voluntad de hombre humilde,
le arrebata la escasa energía
que aún le queda;
con su quebrado sueldo nos mantiene
a duras penas,
de continuo al borde del abismo.
Está solo,
abandonado en un vacío helado,
herido de muerte en vida,
se reconoce en el engaño de su condición,
de sus orígenes,
esto ha sido su existencia,
esto va a ser,
hasta el final,
hasta que la muerte le libere.
Maldice el nauseabundo instante
de su nacimiento.
Alguna vez fue niño
y
tal vez
incluso
fue feliz
y risueño
y confiado
y abierto a las mentiras
que le transmitieron
su padre y su madre:
¡estudia y tendrás un buen trabajo!,
¡trabaja bien y ascenderás!,
colabora,
asiente,
adula al jefe,
al maestro,
al guardia,
al médico,
al militar,
al funcionario,
respeta el orden,
obedece,
sobre todo obedece;
esa es la fórmula mágica: obedecer;
así serás feliz,
obtendrás los frutos de la tierra,
tendrás pareja,
formarás una familia,
serás dichoso,
como en los cuentos de hadas.
¡Mentiras esculpidas sobre mentiras!,
palabras falsas,
enterradas en un mar de ignorancia,
sobre las que se levanta odioso
un muro de segregación e ignominia.
¡Mentira!
La gran mentira.
sus mentiras,
mis mentiras,
tormenta de mentiras,
baldosas desiertas
bajo mis pies descalzos,
hechas de un barro que adormece,
que se asumen como una tormenta inevitable.
Veo sufrir a mi padre,
taciturno,
apenas un latido tenue,
prisionero de sus sueños marchitos,
que nunca verán la luz,
porque está fuera del mundo,
como lo está mi madre,
como lo estoy yo,
de sus cúpulas falaces de bienestar ilimitado.
Podría pensar que le han engañado,
que le han vendido una vida fallida,
que el camino a seguir era otro,
sin embargo, esa idea es demasiado dolorosa,
prefiere creer que algo ha hecho mal,
que no ha cumplido bien el plan,
su plan de vida,
determinado por la máquina infernal;
elige creer que se ha equivocado
y que ahora debe pagar el alto precio de su error,
muy caro.
Mientras tanto,
sus poros agresivos siembran la zozobra,
atenazan el corazón de su compañera
y el de sus hijos,
porque su dolor hiede
y se contagia
y arrolla
y lacera
y destruye
y rompe el poco amor que aún nos queda.
Cuando la puerta se abre hiriente
el silencio se hace en mi casa
como si cayera un telón gigante,
invernal,
indefinido y espeso,
que pretende ocultar la oscuridad terrible
que tapiza las paredes envenenadas.
Mi madre se esconde turbada,
se vuelve etérea,
extraña,
sus pies,
casi muñones,
recorren el pasillo solitario
sin emitir un perentorio sonido.
Mi padre es la imagen desesperada
del hombre acabado,
ebrio de dolor,
un cuenco vacío,
un mueble viejo y marchito,
corroído por la carcoma;
es todo eso y lo sabe
y le arde la sangre del toro bravo que fue.
El trabajo derrite
su voluntad de hombre humilde,
le arrebata la escasa energía
que aún le queda;
con su quebrado sueldo nos mantiene
a duras penas,
de continuo al borde del abismo.
Está solo,
abandonado en un vacío helado,
herido de muerte en vida,
se reconoce en el engaño de su condición,
de sus orígenes,
esto ha sido su existencia,
esto va a ser,
hasta el final,
hasta que la muerte le libere.
Maldice el nauseabundo instante
de su nacimiento.
Alguna vez fue niño
y
tal vez
incluso
fue feliz
y risueño
y confiado
y abierto a las mentiras
que le transmitieron
su padre y su madre:
¡estudia y tendrás un buen trabajo!,
¡trabaja bien y ascenderás!,
colabora,
asiente,
adula al jefe,
al maestro,
al guardia,
al médico,
al militar,
al funcionario,
respeta el orden,
obedece,
sobre todo obedece;
esa es la fórmula mágica: obedecer;
así serás feliz,
obtendrás los frutos de la tierra,
tendrás pareja,
formarás una familia,
serás dichoso,
como en los cuentos de hadas.
¡Mentiras esculpidas sobre mentiras!,
palabras falsas,
enterradas en un mar de ignorancia,
sobre las que se levanta odioso
un muro de segregación e ignominia.
¡Mentira!
La gran mentira.
sus mentiras,
mis mentiras,
tormenta de mentiras,
baldosas desiertas
bajo mis pies descalzos,
hechas de un barro que adormece,
que se asumen como una tormenta inevitable.
Veo sufrir a mi padre,
taciturno,
apenas un latido tenue,
prisionero de sus sueños marchitos,
que nunca verán la luz,
porque está fuera del mundo,
como lo está mi madre,
como lo estoy yo,
de sus cúpulas falaces de bienestar ilimitado.
Podría pensar que le han engañado,
que le han vendido una vida fallida,
que el camino a seguir era otro,
sin embargo, esa idea es demasiado dolorosa,
prefiere creer que algo ha hecho mal,
que no ha cumplido bien el plan,
su plan de vida,
determinado por la máquina infernal;
elige creer que se ha equivocado
y que ahora debe pagar el alto precio de su error,
muy caro.
Mientras tanto,
sus poros agresivos siembran la zozobra,
atenazan el corazón de su compañera
y el de sus hijos,
porque su dolor hiede
y se contagia
y arrolla
y lacera
y destruye
y rompe el poco amor que aún nos queda.
Mi padre no tiene trabajo
y si lo consigue
le pagan tan escaso salario
que poco podemos hacer con él.
Mi padre no es un hombre libre,
ha perdido su condición de entidad pensante.
Mi padre retrocede,
se envilece,
se retuerce,
aplasta su rostro contra el suelo,
estrangulado por un catálogo de promesas,
incumplidas,
como un objeto de deseo nublado.
Mi padre fue un necio,
mi madre también,
yo lo soy a mi vez.
Ocupamos esa categoría
que no figura en los mapas de la sociología,
la de los cadáveres necesarios e insepultos
que aguardan que el corazón se detenga
para dejar de penar
y sufrir una vida estéril,
seca y quebradiza,
que nada conoce de historia,
ni de saberes científicos,
ni de utopías,
ni de amor,
ni de flores
ni de brisas corsarias
que alegran las praderas
donde se gestan los hechos heroicos
que conmueven las eras;
ni de esas voces sabias
que hacen llamadas de alerta
para preparar la siguiente acometida.
Mi padre no lucha en batallas,
se arrastra,
golpea la pared
con sus nudillos desollados,
y cuando no le vemos
llora por el tiempo pasado
y por el que todavía le queda,
vacío,
como un libro en blanco.
20-7-17
y si lo consigue
le pagan tan escaso salario
que poco podemos hacer con él.
Mi padre no es un hombre libre,
ha perdido su condición de entidad pensante.
Mi padre retrocede,
se envilece,
se retuerce,
aplasta su rostro contra el suelo,
estrangulado por un catálogo de promesas,
incumplidas,
como un objeto de deseo nublado.
Mi padre fue un necio,
mi madre también,
yo lo soy a mi vez.
Ocupamos esa categoría
que no figura en los mapas de la sociología,
la de los cadáveres necesarios e insepultos
que aguardan que el corazón se detenga
para dejar de penar
y sufrir una vida estéril,
seca y quebradiza,
que nada conoce de historia,
ni de saberes científicos,
ni de utopías,
ni de amor,
ni de flores
ni de brisas corsarias
que alegran las praderas
donde se gestan los hechos heroicos
que conmueven las eras;
ni de esas voces sabias
que hacen llamadas de alerta
para preparar la siguiente acometida.
Mi padre no lucha en batallas,
se arrastra,
golpea la pared
con sus nudillos desollados,
y cuando no le vemos
llora por el tiempo pasado
y por el que todavía le queda,
vacío,
como un libro en blanco.
20-7-17
No hay comentarios:
Publicar un comentario