10 jun 2024

El abismo del olvido


EL ABISMO DEL OLVIDO (2023)

Paco Roca y Rodrigo Terrasa




Por Ángel E. Lejarriaga

El valenciano Francisco Martínez Roca (1969) desde pequeño tuvo una gran afición por los comics, leyó los tebeos de su tiempo: Blueberry, Tintín, Astérix, a Richard Corben o a Carlos Giménez ―éste último ha supuesto para él una gran fuente de inspiración―, no me olvido de Mortadelo y Filemón. Comenzó a dibujar en Kiss Comix y El Víbora. En 2001 publicó El juego lúgubre que tuvo resonancia fuera de España. Luego vendrían Las aventuras de Alexandre Ícaro (2003) y El faro (2004). En 2007 se edita Rides en Francia y es un gran éxito. También lo es en nuestro país de la mano de Astiberri Ediciones y bajo el título Arrugas. Desde entonces su trabajo ha sido incesante, y ha obtenido numerosos galardones como el Premio Eisner en 2020.

Rodrigo Terrasa Gras (1978), también valenciano, es periodista y trabaja en el diario El Mundo desde el año 2001. Es un todo terreno en el periodismo, lo mismo escribe una columna deportiva que realiza entrevistas, hace reportajes o escribe una crónica política. En 2021 publicó su primer libro La ciudad de la euforia.

Estos dos creadores, dibujante y guionista, Roca y Terrasa, son los responsables de esta impresionante obra: El abismo del olvido (2023). Una narración ilustrada que nos sitúa ante un drama que llevamos arrastrando ochenta años y que parece no tener fin porque los partidos políticos de este país, de distinto signo, lo han obviado cuando no negado o tapado, unos por simple cobardía otros por arrogancia, la propia de los hijos y nietos de los responsables de un genocidio que las páginas de este libro reviven.

Esta obra gráfica nos habla de las personas, republicanas, socialistas, comunistas y anarquistas, que fueron asesinadas por los sublevados contra el régimen republicando durante y después de la Guerra Civil, cuyos cuerpos fueron negados a sus familiares para que pudieran enterrarles, según los cánones de nuestra cultura, con el respeto merecido. Sus restos han flotado en el limbo de las fosas comunes, unas bien localizadas en nuestra geografía y otras no. Hasta hace poco ha faltado voluntad política para resolver este tema, y como cuenta perfectamente la narración, los familiares no han encontrado más que obstáculos para la exhumación, identificación y entierro de los cuerpos perdidos pero no olvidados.

La historia que Paco Roca y Rodrigo Terrasa nos cuentan es abrumadora, emocionante y admirable; es la lucha de una mujer, Pepica Celda, por recuperar los restos de su padre José Celda, fusilado el 14 de septiembre de 1940 por el régimen surgido del golpe de estado de 1936. Junto a él ejecutaron a otros 11 hombres en el cementerio de Paterna. Sus cuerpos fueron a parar a una fosa común del propio cementerio. El caso de Pepica tuvo relevancia periodística porque fue el último que recibió financiación antes de la llegada al poder de esa figura de la política sin parangón que es Mariano Rajoy, que desde luego cumplió con su promesa electoral de eliminar cualquier tipo de financiación para la exhumación de cuerpos, que la Ley de Memoria histórica de Zapatero había establecido.

La narración nos describe los hechos de aquellos fusilamientos (muchos), la labor de los arqueólogos por encontrar e identificar los restos, y también la bravura del sepulturero Leoncio Badía, republicano represaliado que sobrevivió a lo peor de la represión franquista y fue condenado a enterrar a los “suyos”, a los "rojos" que eran fusilados en el cementerio de Paterna. Cada asesinado tenía su biografía, su historia, al igual que sus esposas, sus madres y sus hijos e hijas; lo mismo se puede decir de Leoncio que arriesgó su vida durante años para ayudar a los familiares de los asesinados no solo a conservar algún recuerdo de ellos (un mechón de pelo, un trozo de chaqueta, un pañuelo), también, indicándoles dónde estaban enterrados. La vida de Leoncio es una historia dentro de la otra historia, una muestra de arrojo y compromiso, ignorante de los peligros que le rodeaban. Cada individuo, incluso en situaciones muy difíciles, siempre tenemos una oportunidad, por pequeña que sea, para manifestar nuestros valores y ejercer resistencia. Recuerdo ahora al farero de Torre del Mar, Anselmo Vilar, que por las noches apagaba el faro para que los barcos y aviones fascistas no bombardearan la carretera de Málaga a Almería por donde escapaban los huidos de Málaga durante la “desbandá”. En cuanto su pueblo fue tomado por las fuerzas rebeldes, Vilar fue ejecutado. Una historia más de honestidad que se suma a la de Leoncio Badía; historias que se pueden unir a otras que merecen también un reconocimiento, aunque sea tardío.

A pesar de los años transcurridos, muchas personas en este país no hemos olvidado la ignominia, el genocidio represivo de los militares traidores a la II República. Hoy se quiere acallar todo aquello, lavar las manos a los asesinos cuando no negar sus criminales actos que han quedado impunes.

Paco Roca en los últimos años, a través de comics como Los surcos del azar, Regreso al Edén y El invierno del dibujante, logra con acierto y éxito convertirse en cronista de esa historia de España popular y contestataria que se quiere olvidar. Intenta dejar testimonio de una memoria robada que es necesario exponer en el presente y transmitir como legado a las generaciones futuras. Su trabajo hace justicia a las víctimas, aunque ésta no sea suficiente, a todas esas personas valientes que murieron por un ideal, y a sus descendientes que en ningún momento les olvidaron. Hay que destacar en El abismo del olvido la gran labor de documentación e investigación que ha realizado Rodrigo Terrasa sobre la historia de Pepica Celda y lo sucedido en el cementerio de Paterna en los primeros años de la posguerra.

Esta obra gráfica no es más que la punta del iceberg de una reflexión que trasciende los años terribles de la represión franquista. Lo que nos dice es que somos lo que somos porque tenemos un pasado del que aprender. Porque han existido miles de personas antes que nosotras que han sacrificado sus vidas por conseguir una vida mejor para todos los seres humanos, no para ellas ni para unas pocas, sino para todas. O nos salvamos todas o perecemos todas, esa debería ser la consigna a la hora de pensar el mundo. Para afrontar los tiempos presentes en los que el la sombra oscura del fascismo vuelve a cabalgar por el planeta, es más necesaria que nunca la memoria, recordar la obra y las ideas que realizaron nuestros antepasados, inspiradoras de un horizonte de esperanza, que desgraciadamente nunca llegaron a ver, pero por el que lucharon con firmeza y valor. Si queremos un futuro de progreso y justicia social, empecemos a construirlo en el presente con nuestras acciones diarias; éstas deberían estar inspiradas en las lecciones y herramientas que ya han sido utilizadas en el pasado. Aunque parezca un tópico manido, para conseguir algo, la lucha y el esfuerzo constantes son el único camino. Tenemos mucho que aprender de esta época en la que vivimos y sufrimos, pero no obviemos la experiencia de nuestros ancestros; su recuerdo y su obra debería estar presente en nuestras conciencias y en nuestro ánimo a la hora de definir cómo y dónde queremos vivir.



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