Javier Pérez Domínguez
Por Ángel E. Lejarriaga
De Javier Pérez Domínguez se sabe poco, tendrá unos cincuenta años, le gusta el rock, el contacto con la naturaleza, la tranquilidad, una buena cerveza, el cine, las palomitas de maíz y la buena compañía. Hay detectados dos libros que llevan su firma: Historias de un Jabalí (2023) y el que reseñamos hoy, Viaje a Eros (2024). De sí mismo hace la siguiente definición: «Aficionado a todo y a nada, porque pase lo que pase, la NADA se impondrá a todo…»
Según la contraportada del libro «Viaje a Eros explora las profundidades del deseo, el amor y la conexión humana desde una perspectiva íntima y evocadora. Con una prosa envolvente y sensible el autor invita a sus lectores a sumergirse en un viaje introspectivo, descubriendo los matices de la pasión y el autoconocimiento que se revelan en cada página». Es una forma de verlo. Desde mi punto de vista, se trata de un libro hilarante, divertido y sabio, con muchísimos apuntes sobre el mundo y sus circunstancias; el autor navega entre dos dimensiones, la interior y la exterior, que interpreta con el lenguaje del día a día, creíble, imaginable, comprensible, con el que básicamente podemos identificarnos sin problemas. Por momentos, seguro que me equivoco, he creído percibir dos evocaciones que he sentido muy físicas, la de Henry «Hank» Chinaski, personaje de Charles Bukowski (1920-1994), que desempeña un papel trascendental en sus novelas Cartero (1971) y Factotum (1975); y la de Ignatius J. Reilly, el personaje principal de La conjura de los necios (1980), de John Kennedy Toole (1937-1969). Quizá pueda parecer que hago una comparación a la baja, es decir, comparo nuestro viajero con perdedores. Muy al contrario, si tuviera que equiparar al protagonista de Viaje a Eros con alguien, lo haría con Ulises o, en última instancia, con Alonso Quijano, si bien Javier, que se sepa, no va desfaciendo entuertos.
Yo diría que como un singular Ulises, Javier inicia un viaje acompañado por Galatea y Nenúfar. Un trío aventurado que se atreve con parajes inexplorados que no parecen peligrosos pero que pueden serlo en cualquier momento. Su periplo parte de la capital del reino de España, pasa por Bilbao, recorre Cantabria, Asturias, Galicia y concluye en Oporto, desde donde regresarán al punto de partida. El viaje es turístico, sin demasiados planes de visitas, aunque tienen prevista una mínima logística sobre todo en cuanto a alojamientos se refiere. La narración está organizada por días, como un diario, comienza con el «Día 1» y termina en el «Día 8».
El viaje tiene muchas connotaciones y visiones, y parte de una sensación onírica, con un despertar abrupto una mañana en la que hay que ponerse en marcha: «había perdido mi ubicación real y mi lugar en el mundo. No sabía si estaba en la habitación de mis abuelos, ya fallecidos, si era la casa del pueblo de mi expareja, la alcoba de alguno de mis deslices sentimentales o una simple fonda donde pasar la noche sin rumbo fijo». Buen comienzo. El viaje atraviesa dimensiones materiales e inmateriales, la vigilia y el sueño se entremezclan, y sobre todo los recuerdos, las rememoraciones de un pasado imperfecto pero que desde luego tuvo su importancia en el momento en que fue vivido. Así, Burgos, su catedral retrotrae a Javier a otros viajes.
El viaje tiene muchas connotaciones y visiones, y parte de una sensación onírica, con un despertar abrupto una mañana en la que hay que ponerse en marcha: «había perdido mi ubicación real y mi lugar en el mundo. No sabía si estaba en la habitación de mis abuelos, ya fallecidos, si era la casa del pueblo de mi expareja, la alcoba de alguno de mis deslices sentimentales o una simple fonda donde pasar la noche sin rumbo fijo». Buen comienzo. El viaje atraviesa dimensiones materiales e inmateriales, la vigilia y el sueño se entremezclan, y sobre todo los recuerdos, las rememoraciones de un pasado imperfecto pero que desde luego tuvo su importancia en el momento en que fue vivido. Así, Burgos, su catedral retrotrae a Javier a otros viajes.
Mas no todo es melancolía, no puede serlo. Hay visitas a restaurantes de precios desproporcionados, y la búsqueda de una silla reparadora donde recuperar el aliento con el apoyo de una cerveza fría —el viaje se realiza en agosto—. La visita al Guggenheim, en Bilbao, no tiene desperdicio, la cabeza del autor procesa lo que ve entre espasmo y espasmo, perplejo, aturdido por el bullicio: «Había más personas que arte. Aunque, visto desde otro punto de vista, todos los allí presentes podíamos formar parte de la exposición sin saberlo. Podríamos ser una obra titulada “La estupidez humana”: cientos de personas desfilando por un museo laberíntico, robándole todo el sentido y protagonismo a las obras exhibidas».
Javier tiene diversas formas de analizar lo que le rodea, desde la admiración, desde la sinrazón y el olvido, o desde un criticismo sarcástico y corrosivo, que por momentos despierta carcajadas. Rodeado de ruido, de un bullicio insoportable, añora la soledad: «Bendita soledad, pensé, regresa cuanto antes a mí, llévame». Pero no hay tregua si eres un turista más, tienes que soportar interminables colas, porque para eso has ido en esas fechas y a esos lugares: «la vida es una sucesión de colas».
La relación con Galatea, su compañera sentimental, y la hija adolescente de ésta, Nenúfar, es cordial y llevadera «las dos eran una simple performance de madre e hija». El juicio crítico del protagonista del relato no deja títere con cabeza a la hora de enjuiciar lo que ve y lo que vive, parte del hecho fehaciente de que se las va a tragar dobladas. En el coche escuchan una playlist y es consciente de que «la colonización lingüística anglosajona no tiene límites; si este imperio dura mucho más, acabaremos hablando inglés en la intimidad».
La relación con Galatea, su compañera sentimental, y la hija adolescente de ésta, Nenúfar, es cordial y llevadera «las dos eran una simple performance de madre e hija». El juicio crítico del protagonista del relato no deja títere con cabeza a la hora de enjuiciar lo que ve y lo que vive, parte del hecho fehaciente de que se las va a tragar dobladas. En el coche escuchan una playlist y es consciente de que «la colonización lingüística anglosajona no tiene límites; si este imperio dura mucho más, acabaremos hablando inglés en la intimidad».
Por supuesto, reflexiona sobre el mundo digital y el poder de la banca: «No hace falta ser economista para saber que si todos los ciudadanos de España decidimos sacar todo nuestro dinero de las respectivas cuentas bancarias, a la vez, no habrá billetes para todos, entre otras cosas, porque no existe tanta cantidad de dinero físicamente. El día que fallen esos sistemas informáticos debido a un fallo mundial que colapse todo indefinidamente, estaremos ante una catástrofe de dimensiones estratosféricas». También repasa a los dispositivos móviles, «adictivos y adoctrinadores». Por cierto, cada noche tiene un sueño o pesadilla de lo más original. Qué decir de la búsqueda de un lugar para comer donde las colas de «veraneantes obreros, que se creen clase media y libres, colapsan todos los restaurantes». Claro, la alternativa era el bocadillo de mortadela pero Instagram y Facebook le habían incrustado en el cerebro un modelo de vacaciones que estaba muy por encima de la mortadela con aceitunas por un euro. Al final, le queda la resignación más abyecta: «permitidme disfrutar de una ración de sepia o de gambas al año, en agosto, aunque lo pague con la tarjeta de crédito revolving». No falta el sarcasmo político y climático: «mi capacidad pulmonar era tan limitada como la de Carrillo a sus noventa años (sí, el político socialista liberal, que jamás fue comunista». Ante un «moñigo flotante» en la playa se queda pasmado y espantado porque entiende perfectamente la cadena trófica: «[alguien caga] los peces se comen la mierda, nosotros nos comemos a los peces, y así, la cadena de la vida continúa».
También hay un baño de nostalgia, sobre todo al recorrer ciertos lugares por los que ya había transitado en otros tiempos: «cuando pienso en mi ex pareja, con la cual estuve dieciséis años, sólo vienen a mi mente los últimos encuentros íntimos que tuvimos cuando ya nos estábamos separando. Esa fase en la que entiendes que todo ha terminado, pero todavía hay cariño, miedo a la incertidumbre; donde seguimos apoyándonos o manipulamos mutuamente […] cada relación es un mundo».
La novela en general, reflexiones sesudas aparte, es atrevida y chispeante, digamos que exorciza la pesadilla de unas vacaciones con poco dinero en temporada alta, con una forma de entender el mundo totalmente distante a la práctica que el protagonista realiza. No sé si el relato es una representación aleccionadora para no imitarla o un simple purgante.
También hay un baño de nostalgia, sobre todo al recorrer ciertos lugares por los que ya había transitado en otros tiempos: «cuando pienso en mi ex pareja, con la cual estuve dieciséis años, sólo vienen a mi mente los últimos encuentros íntimos que tuvimos cuando ya nos estábamos separando. Esa fase en la que entiendes que todo ha terminado, pero todavía hay cariño, miedo a la incertidumbre; donde seguimos apoyándonos o manipulamos mutuamente […] cada relación es un mundo».
La novela en general, reflexiones sesudas aparte, es atrevida y chispeante, digamos que exorciza la pesadilla de unas vacaciones con poco dinero en temporada alta, con una forma de entender el mundo totalmente distante a la práctica que el protagonista realiza. No sé si el relato es una representación aleccionadora para no imitarla o un simple purgante.