19 abr 2011

Todos podemos ser unos mercenarios a sueldo


Por Ángel E. Lejarriaga


En nuestro país las contradicciones sociales se están agudizando y ya va siendo hora de que cada uno desde su propio criterio decida cuál es su parte de responsabilidad. Tenemos la obligación de elegir entre una ética solidaria y el silencio cómplice ante la injusticia.
Esta semana ha llegado a mis oídos la siguiente historia que me ha dejado consternado por el hecho de que puede estarse generalizando como práctica habitual y ello ante la actitud consentidora y sumisa del estamento médico de los hospitales públicos.
Durante la semana del 21 de marzo de este años a una ciudadana de Getafe embarazada de unas 17semanas, se le practicó una amniocentesis, una prueba prenatal común en la cual se extrae una pequeña muestra del líquido amniótico que rodea al feto para analizarla y conocer posibles deformaciones del mismo. Como consecuencia de dicha prueba el domingo 27 tuvo que acudir al hospital de Getafe, a urgencias, debido a que se le había producido una hemorragia. Esa misma noche fue ingresada en planta para ser tratada de una fuerte infección y de una importante pérdida de líquido amniótico que evidentemente ponía en cuestionamiento la continuidad del embarazo. Las jornadas posteriores la mujer no solo no mejoró sino que durante cuatro días la infección se incrementó pero el corazón del feto seguía latiendo. Oficialmente no se podía hacer nada, salvo administrarle antibióticos, guardar reposo y esperar a que el feto espirara. A mediados de semana apenas tenía líquido amniótico con lo que la salud integral del feto era más que cuestionable pero sin que ningún miembro del equipo médico tomara la decisión de realizar un aborto terapéutico para salvaguardar la vida de la mujer y evitar la continuidad de un embarazo de resultados inciertos. El lunes siguiente una ecografía demostró que aunque el feto seguía vivo apenas se movía y nadie podía asegurar a la madre en qué estado iba a nacer, de sobrevivir. Ninguno de los médicos que la atendieron planteó en momento alguno la opción de extraer el feto; ninguno de ellos tuvo la honestidad de informar a la mujer, a su compañero y a la familia, de la verdadera situación. Alguno hizo comentarios extraoficiales del tipo: «En otros tiempos se hubiera actuado de otra manera pero hoy tenemos las manos atadas. Entre nosotros hay dos miembros del Opus dei». En conclusión no se puede interrumpir el embarazo en un hospital público, sean cuales sean las condiciones de salud de la madre mientras el feto esté vivo.
Lo peor —según mi criterio— estaba por llegar. Ese mismo día le dieron el alta cuando ella apenas podía andar. No pusieron una ambulancia a su servicio. Sus familiares fueron los que se encargaron del desplazamiento. Previamente le habían proporcionado los documentos correspondientes para que solicitara un aborto voluntario. El siguiente paso, tras superar la sensación de impotencia, fue acercarse a un centro de la seguridad social en el que se realizan ese tipo de gestiones. Allí los funcionarios la trataron con frialdad y en algún momento con cierto desprecio, como a una delincuente. El final se desarrolló un día después en una clínica privada donde le realizaron la extracción del feto.
Me pregunto con asombro ¿qué significado tiene para los médicos el código hipocrático y el respeto a la vida del paciente? Los miembros del Opus dei hacen objeción médica, a pesar de trabajar en un servicio público, incluso ante riesgo de malformaciones del nonato y de la vida de la madre y se consiente. Pero los demás miembros del colectivo médico se callan y consienten, no hacen objeción a la objeción; no objetan de tolerar la presencia en la profesión médica de dos sectarios intolerantes y anacrónicos. Se olvidan de la vida de los que son su responsabilidad y se centran en su propia supervivencia económica. Evidentemente no quieren poner en riesgo su posición social. Por encima de sus intereses particulares no hay nada ni siquiera sus responsabilidades como servidores públicos y con la salud de las personas de las que precisamente viven.
Cómo puedo a partir de ahora mirar a los médicos con respeto y admiración al ser consciente de que me atenderán siempre y cuando no entrañe un perjuicio para su estatus. Con esta actitud los médicos se están convirtiendo en mercenarios, en «mandados» que se limitan a cumplir órdenes, independientemente de la ética de las mismas. Al menos los dos miembros del Opus dei actuaron por fe o como quiera llamarse a esa actitud insolidaria y cruel; pero lo otros lo hicieron por miedo a perder sus privilegios.
No sé qué está pasando a nuestro alrededor pero sí sé que es necesario detenerse a reflexionar sobre nuestros principios éticos. Sin ellos nos transformamos en máquinas sumisas, sin criterio. A partir de esa condición de esclavitud mental, se pierde lo mejor del ser humano: la honestidad, la conciencia individual, el espíritu crítico y la solidaridad; aspectos claves para la construcción de un mundo más justo y equitativo.


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2 comentarios:

  1. Es abracadabrante, que te provoquen la pérdida del líquido amniótico pero no resuelvan el conflicto provocado, pasando el problema a la paciente sufridora. Te lo copio y republica-ré, al mes de haberlo hecho tú. Te puse un comentario, recomendación en el blog de carreras.

    Besos: PAQUITA

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  2. Gracias Caminante por tu seguimiento.

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