9 jun 2011

Crisis de salud

Por Ángel E. Lejarriaga


Cuando tocamos el tema de la salud nos surgen numerosos interrogantes que casi nunca son fáciles de responder. ¿Nuestra salud es mejor que hace cincuenta años? ¿Funciona la Sanidad Pública? ¿Es posible seguir financiándola como hasta ahora? Si les hiciéramos estas mismas preguntas a los protagonistas de la política del país, lo catastrófico u optimista de sus respuestas dependería de si se encuentran en el poder o no y de si las elecciones están cerca. Los técnicos y especialistas de la CE tampoco expondrían alternativas claras sobre los procedimientos a seguir. Quizá desde el punto de vista mercantilista nadie sea capaz de presentar ninguna alternativa diferente.
Lo cierto es que entre tanta información, la mayor parte de las veces contradictoria o confusa, el ciudadano de a pie observa con preocupación el futuro de la sanidad y por añadidura el de su salud. Y no es para menos, los datos que florecen en los medios de comunicación así lo confirman. En primer lugar no estamos más sanos que hace veinte años, quizá nos cuesta más morirnos pero esa es otra cuestión. Tanto a nivel físico como psicológico la sensación general es que cada año existen más aspectos de nuestra vida psico biológica que escapan a nuestro control. El siglo XXI a nivel sanitario se caracterizará por la proliferación de los trastornos psicosomáticos, la cronificación de enfermedades antes minoritarias y el resurgimiento de otras hasta ahora erradicadas o de escasa incidencia.
En este contexto, la estructura vigente del Insalud lo tiene difícil. En la actualidad, sin ir más lejos, los hospitales tienen déficits de mantenimiento y las urgencias siguen siendo hospitales de sangre que proporcionan más intranquilidad que seguridad. La lista de espera para ser atendido por un especialista puede cubrir varios meses y algunas intervenciones quirúrgicas se demoran tanto que el paciente muere antes de ser intervenido. No estoy exagerando, las asociaciones de consumidores y afectados por negligencias sanitarias confirman estas opiniones. En lo que respecta a la sanidad privada, mejor no tocarla, aparte del hecho fehaciente de que detrás de ella suelen estar, directa o indirectamente, asociados muchos profesionales del Insalud.
A pesar de estas circunstancias existe un nivel de satisfacción general por parte del público moderadamente aceptable que hace que el sistema vaya saliendo adelante. Pero no quiero ir por este camino sino por otro quizás más genérico que explique un poco por qué las cosas son como son.
Si la salud está en crisis o llegará a estarlo de un modo más severo en los próximos años es, muy probablemente, porque el enfoque médico sanitario de nuestra sociedad se inserta en el modelo capitalista de rentabilidad que obliga tanto a médicos como a usuarios a desarrollar pautas de conducta conflictivas en sí mismas. La medicina se transforma en un negocio en el sentido estricto del término, tecnificada e impuesta a los ciudadanos como un elemento de consumo cotidiano más.
En este engranaje perverso la enfermedad es necesaria, si no existe se debe crear porque sino todo el sistema financiero de las multinacionales farmacéuticas y de tecnología médica se vendría abajo. Necesitan, por tanto, que estemos enfermos para que su negocio se mantenga. De tal manera la salud del ciudadano está indefensa, no existe como entidad propia, de­saparec­e ante el peso del procedimiento médico o el fármaco estrella. No preocupa en absoluto el origen de los trastornos sino el nivel de beneficio que se puede obtener con la eliminación de los síntomas.
La medicina española no escapa, por supuesto, a este entramado sino todo lo contrario; desde el propio gobierno se potencia con argumentos mercantilistas. No intere­sa que mejore la salud del ciudadano sino que el sistema sanitario sea menos deficitario cuando el propio déficit se deriva del mal uso de los recursos. El negocio debe mantenerse rentable a toda costa. En vez de humanizar la medicina se transforma al médico en un ejecutivo financiero con límite de gastos y criterios de rentabilidad.
Por otro lado, la medicina actual se fundamenta en un uso terapéutico masivo de cirugía y fármacos. Su agresiva utilización hace que lo que cura una cosa enferme otras y que los pacientes, de un modo u otro, siempre estén ligados al consumo permanente de servicios sanitarios, por supuesto costosos pero, como decía al principio, necesarios para mantener el entramado especulativo. Es evidente que la práctica médica de nuestros días se interesa más por aliviar los síntomas que por erradicar las causas, potenciando con ello el modelo consumista que antes exponíamos.
¿Qué hacer entonces? Empezando por el gobierno del Estado y llegando hasta el último de los ciudadanos, todos tenemos una misión importante y algo que decir respecto a la salud. La solución no puede venir desde una única dirección, si bien es cierto que cuanto más alto se está en la pirámide social la capacidad de influir en los resultados es mayor. Nuestra libertad individual se construye también con el derecho inalienable a  decidir sobre el propio cuerpo.
Ante esta crisis de ética sanitaria, las medicinas alternativas se presentan como una posibilidad a considerar puesto que sus paradigmas son diferentes, sus costes asumibles y lo que es más importante, devuelve la autonomía al individuo pues actúa sobre las causas de la enfermedad, modifica los hábitos perjudiciales y reduce la probabilidad de que el problema surja de nuevo, excepciones aparte. Esta medicina no sustituye a la oficial, la complementa en sus aspectos positivos. Además, lleva implícito un cuestionamiento ideológico transformador del modelo social vigente que enriquece no solo al individuo sino al colectivo en su conjunto. Como conclusión, deberíamos intentar, en la medida de lo posible, analizar los problemas de la salud y de la sanidad en general, utilizando como método el paradigma ecológico, abandonando aquellos otros basados en el consumismo, el beneficio económico y la atención exclusiva a los síntomas. Se trata de enfocar la salud de un modo global, dando prioridad a lo natural; primando los criterios éticos y humanistas y potenciando de paso los cambios de hábitos en la persona por encima de las terapias de choque. En general, se trata de una trasformación profunda de la actitud ante la enfermedad y ante la vida. Estamos más enfermos porque somos más infelices.

NOTA: Este artículo fue escrito y publicado por el autor en el año 1999


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