30 dic 2011

Utopía (I)

María



Por Ángel E. Lejarriaga



Mi vecina, María, tiene 80 años y vive sola en un piso pequeño de cuarenta metros cuadrados. En ese aspecto es afortunada, tiene superficie suficiente para darse un paseíto sin que nadie la incomode. Mi casa posee el mismo tamaño que la suya y somos cuatro los que vivimos en ella. No gozamos de mucho sitio libre pero nos organizamos bien. Eso sí, conseguir intimidad es tan difícil como llegar a fin de mes con nuestros salarios; pero no importa, una intimidad mal entendida aísla. Vaya una cosa por la otra. Hay ocasiones en que echas de menos un rincón en el que perderte un rato con tu fantasía, aún así no nos quejamos. En estos pocos metros cuadrados tenemos todo lo que necesitamos para vivir. Se puede decir que somos felices. María tiene más espacio para ella sin embargo carece de compañía. Esto no es del todo cierto, nos tiene a nosotros y al resto de los vecinos.
Nuestra comunidad es especial. Al principio, cuando nos vinimos a vivir a este piso, éramos unos perfectos desconocidos; pero después de todo lo que ha sucedido y está sucediendo, con la crisis económica, el paro y la miseria en la que se ha hundido el país, hemos sabido entender que nuestra vida es más fácil si estamos unidos que si la afrontamos de manera individual, cada uno encerrado con sus propios problemas.
Todo empezó un día en que mi compañero, Luis, se enteró de que un vecino tenía dificultades para cubrir sus necesidades básicas. Nos pusimos de acuerdo con una pareja sin hijos que vive en el segundo piso y convocamos una asamblea de la comunidad de propietarios. No colocamos un papel en el portal, avisando a la gente, sino que fuimos casa por casa a explicar la situación y lo importante que era reunirnos y sumar esfuerzos para entre todos contribuir a la solución del problema. Para nuestra sorpresa el día de la convocatoria, a la hora en punto, acudió la totalidad de los habitantes de la casa, niños incluidos. Como los más pequeños alborotaban y nos distraían decidimos, sobre la marcha, organizar una improvisada guardería en uno de los pisos. Dos personas jóvenes se ofrecieron voluntarias para encargarse de ellos durante el tiempo que durara la asamblea. Lo que parecía imposible estaba tomando forma espontáneamente. Habíamos dejado de ser unos extraños que se saludaban indiferentes al cruzarse por las escaleras, convirtiéndonos en personas hermanadas en un proyecto colectivo: aunar esfuerzos y poner en común nuestra paupérrima riqueza; así todos éramos menos pobres. Ahora que estamos juntos y formamos un único cuerpo, somos más ricos.
Por eso, por lo que hemos hecho, hacemos y haremos, he dicho al principio que María no está sola si bien, de momento, no comparte con nadie su piso, lo cual le vendría bien. Está bastante impedida para bajar las escaleras —no tenemos ascensor— y vive en un tercero; además le cuesta mucho hacer las tareas domésticas. Los problemas de María no son un inconveniente para la comunidad, sino todo lo contrario, son un acicate. Todos los días una persona del colectivo vecinal le lleva una ración de alimentos de lo que cocina. Por riguroso turno cuidamos de ella. Su puerta está siempre abierta y cualquiera puede entrar y salir de su casa, prestándole la ayuda que pueda necesitar o simplemente haciéndole compañía. Hasta los niños se han comprometido en el cuidado de nuestra compañera, sin que nadie se lo sugiera, y pasan a verla cuando suben o bajan. María es la abuela de todos. Ella les ayuda en las tareas escolares. No he dicho que María tiene la cabeza bien puesta y no ha olvidado todavía el oficio de maestra del que vivió hasta su jubilación.
No, María no está sola y ninguno de nosotros tampoco. Ella nos tiene a nosotros y nosotros a ella. A partir del día en que constituimos esta pequeña y solidaria comuna vecinal ya nadie está solo y desamparado.




5 comentarios:

  1. Es curioso como somos, solo nos hacemos conscientes de que los problemas de los demás son relevantes cuando a nosotros también nos golpea la vida. La utopía sería no ser nunca extraños, y fijarnos en lo que necesita el otro, en especial cuando la vida nos sonrie y no solo en tiempos de crisis.

    Aquí contigo tambien estamos un poco menos solos. Gracias por darnos a conocer tu pequeño gran mundo utópico.

    ResponderEliminar
  2. Necesitamos las utopías para dirigirnos en alguna dirección esperanzadora.

    ResponderEliminar
  3. Si cada persona cree en sí misma, entonces podrá empezar a pensar por sí misma. A partir de ahí seguramente se dará cuenta que existen alternativas que van más allá de este modelo social opresivo.

    ResponderEliminar
  4. Bello espacio de encuentro, gracias por las palabras, la esperanza, la luz al final del corredor. No dejempos de andar... no hay nada mas que perder, es central ser Todos uno solo.. hasta siempre desde la Patagonia Argentina

    ResponderEliminar
  5. Esto lo he vivido en algún tiempo, hace años la vida en mi comunidad en Getafe, no se distanciaba tanto, por lo menos en cuanto a la cercanía y solidaridad entre vecinos. Es triste que un recuerdo tan bonito se convierta en una utopía. ¿Podría volver algún día a vivir así?

    ResponderEliminar