22 mar 2013

Mickey Sabbath, un pobre Sade jubilado

Por Ángel E. Lejarriaga



Sade hizo lo que pudo, como todos, vivió y fantaseó y quizá imaginó más que vivió. Después de muerto eso ya no importa. En todo caso, la reflexión o la disyuntiva hubiera sido trascendente de plantearse cuando todavía conseguía erecciones duras, capaces de hacerle sentir el giro del planeta con una mujer cabalgándole. El personaje del Philip Roth, Mickey Sabbath, indudablemente no es el insuperable Marqués de Sade pero por momentos juega a suplantarle en la delirante novela El teatro de Sabbath. El autor transgrede e impacta en el lector a través de un hombre al borde de la jubilación, lascivo por excelencia y, según los cerebros bien pensantes, un pervertido. 
Me gusta Sabbath, lo mismo que me gusta Henry Hank Chinasky, alter ego de Charles Bukowski. A los dos se les podría calificar amigablemente de «hijos de puta» por méritos propios, sin embargo, aunque parecidos en sus expresiones groseras y sexuales, poseen modos de enfrentarse al mundo diferentes. Es obvio que los universos de ambos escritores, Roth y Bukowski, son distantes. El primero es un triunfador y el segundo un perdedor, borracho, putero y descarnadamente crítico con el modo de vida norteamericano.
A pesar de las provocaciones de Roth, quizá su puesta en escena no sea más que una impostura de libertino frustrado. Me es indiferente, la verdad. Me resulta más interesante el ir y venir de sus creaciones. En este caso, mi favorito, a día de hoy, es Mickey Sabbath; aunque no olvido a David Kepesh, el glamuroso profesor universitario, perseguidor impenitente de sus jóvenes y agraciadas estudiantes (El animal moribundo, Philip Roth), que también me hizo pasar buenos y lujuriosos momentos. Pero recuperando el hilo del discurso, Sabbath es un eterno adolescente con las hormonas alteradas y una imaginación rica en iconografía que convierte lo oculto de la práctica sexual en un escaparate de normalidad y placer en el que todo es posible. El viejo golfo ha tenido sus oportunidades a lo largo de su existencia y no las ha desperdiciado. Ha manejado su «polla» con la habilidad que ha hecho representar a sus títeres obras que han emocionado al público —es titiritero . Ha tenido admiradoras, y, por supuesto, detractoras, y ha disfrutado mucho. Ha follado como un desesperado de manera insaciable pero algo no ha ido bien porque cuando su amante por excelencia, Drenka —un ángel que provoca orgasmos en la misma medida que los goza, con el único límite del agotamiento— muere, su mundo se desmorona. Los recuerdos, entonces, le torturan, le hieren y le conducen por un camino destemplado y cómico cuyo fin es la autodestrucción. Ella se ha muerto y él extraña su sensualidad, sus gritos de placer cuando la tiene encima, la llaneza con la que le cuenta al detalle cómo en un día se ha acostado con cuatro hombres, uno su marido, y lo que ha hecho con cada uno de ellos. Sabbath necesita a Drenka porque sin ella se ha quedado vacío, no es más que un espasmo húmedo y viscoso en un sórdido cementerio de pueblo, una noche fría y solitaria. Deseaba a Drenka, se deleitaba con ella, dentro de ella o con solo mirarla desenvolverse, incluso le aburría por momentos. Pero ahora muerta la cosa ha cambiado, ha descubierto que no tiene nada, que necesita los maduros pechos ausentes de su amante por encima de todas las cosas. No posee demasiadas opciones. La puede buscar una y otra vez entre las sombras de las lápidas desgastadas que acompañan a la de Drenka. Puede intentar descubrir otros acogedores muslos que le reciban con amor de madre, de amante, de diosa sensual. Siempre tiene la elección de morirse sin más o abrir la puerta de la locura y quedarse ahí, acurrucado en un rincón, encontrando un cobijo gélido en los fantasmas que le amaron y que no volverán.
En Sabbath no se sabe qué parte de sus emociones es deseo, qué un amor desquiciado y qué un desvarío mental fruto de una vida hueca, de corcho a la deriva, que de pronto se detiene, adentrándose en un estado consciente que no es capaz de digerir ni superar.
Cuando gime mientras se masturba, arrodillado en la tierra que cubre el féretro de la imposible Drenka, le observas desde arriba, desde la distancia del omnipotente lector, y te ríes con la suficiencia de quien cree que lo ha visto todo y nada le puede afectar; pero, ¿nos hemos reído también al sufrir esas otras ausencias que a lo largo de los años tenemos que soportar?
Desde luego no somos Mickey Sabbath, no queremos sentir ni vivir como él; sin embargo, después de leer el libro, ¿no habríamos acudido a una cita con Drenka, aunque fuera solo para conocerla?

Lecturas recomendadas:
  • El animal moribundo. Philip Roth 
  • El teatro de Sabbath. Philip Roth

4 comentarios:

  1. Yo habría acudido a una cita con Denka y con Mickey Sabbath, por separado y juntos. También creo que cuando se goza del buen sexo, el único límite debe ser el agotamiento, aunque el agotamiento a menudo llega antes de lo deseado. :) Me ha conmovido esta parte: "él extraña su sensualidad, sus gritos de placer cuando la tiene encima, la llaneza con la que le cuenta al detalle cómo en un día se ha acostado con cuatro hombres, uno su marido, y lo que ha hecho con cada uno de ellos". Comprendo a Mickey ¡Yo también echaría de menos a esta amante inmensa!

    Saludos a l@s pervertid@s de este mundo.

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  2. Vaya, un compañero de placeres ocultos... A much@s nos gustaría poder expresar nuestras sexualidad con libertad pero incluso entre la gente izquierdosa esto no es fácil, tenemos demasiados prejuicios. Lo que escribe Roth supongo que ocurrirá todos los días en la realidad pero aunque nos gustara conocer a Denka y a sus experiencias, y aunque la envidiemos un poco por su enfoque libre y sin tapujos, probablemente todo se quedar, por nuestra parte, en insana envidia.

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  3. Los prejuicios están por encima del placer y el contacto físico entre personas. Tenemos miedo que nos rechacen, tenemos miedo a que nos juzguen, tenemos miedo a decepcionar, a no gustar, tenemos miedo a todo y no nos damos cuenta que la vida pasa deprisa y que de lo que no gozamos ahora no gozaremos nunca. Somos un@s cobardes.

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  4. Siempre he pensado que se le da demasiada importancia al sexo cuando es una parte más de la vida. Todo debería ser más fácil; lo mismo que nos juntamos con personas afines a nuestra manera de ver el mundo, nuestras aficiones, nuestros sentires...pues con el sexo debería ser lo mismo. Cada persona debe disfrutar del erotismo, del deseo, de la sensualidad, de la sexualidad...con quien quiera y como quiera, siempre y cuando sea algo consentido y entre adultos. Lo demás no importa, es asunto de cada cual.
    Lo peor es lo que cuenta Anónimo, que no hablemos de nuestros deseos por miedos y que no estemos disfrutando...a la larga nos sentiremos frustad@s.
    Pero ahí cada un@ tenemos la llave para no sentirnos mal y disfrutar, hay que buscar el bienestar sin tabúes (pienso que la mayor parte de las veces impuestos por nosotr@s mism@s) como en otras parcelas de nuestra vida.

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