La verdad es que Muriel Barbery (1969) lo tenía difícil después de escribir La elegancia del erizo (2006). Su primera obra Rapsodia Gourmet (2000) no la conocíamos hasta que apareció la segunda. Esta tercera La vida de los elfos (2015), yo al menos, la esperaba con avidez, y ahora no sé qué pensar. Como curiosidad diré que ha tardado quince años en escribir las tres. Lo cierto es que ninguna de sus obras tiene nada en común salvo la firma de la autora. Ella la define así: “El placer de jugar con el lenguaje francés y la construcción de un universo más comprometido y político con la humanidad”. Según Barbery esta última novela es verdaderamente lo que quería escribir, mostrar su compromiso con la naturaleza, ofreciendo de paso una visión crítica de la sociedad del siglo XXI. La vida de los elfos tiene una neta inspiración de esa fantasía infantil que vamos perdiendo según crecemos. Una influencia directa, según confiesa la autora, es Tolkien, al que emula en cuanto a ofrecer un enfrentamiento entre dos fuerzas universales y antagónicas: el bien y el mal. Al igual que en El señor de los anillos un pequeño hobbit asume la responsabilidad de salvar la Tierra Media de la oscuridad, en La vida de los elfos le toca el turno a dos niñas especiales, dotadas de poderes sobrenaturales, serán ellas las encargadas, en este caso, de salvar al mundo. Un mundo que históricamente está situado entre la primera y la segunda guerra mundial.
Los comentarios de Muriel Barbery sobre la novela son muy crípticos: “¿Saben qué es un sueño? No es una quimera engendrada por nuestro deseo, sino otra vía por la que absorbemos la sustancia del mundo y accedemos a la misma verdad que desvelan las brumas, acallando lo visible y desvelando lo invisible”.
En cualquier caso, dos niñas, María y Clara, con residencias en puntos muy distantes del mundo, se aproximan desde la distancia que las separa a un punto de encuentro común. No es lo que parece en un principio, pero inevitablemente se encuentran unidas. Ellas están conectadas con los elfos —una raza inteligente que cultiva las artes y están perfectamente fusionados con la naturaleza— y no se pueden ni imaginar la que les espera, pues tendrán que enfrentarse a un enemigo poderoso capaz de acabar con los humanos, cosa, por otro lado, nada reprochable.
La novela es sumamente poética. Quien desee leerla tiene que olvidarse de La elegancia del erizo, en este texto la narración no funciona de igual modo, no es lineal, es mágica, infantil y sensible. Introducirnos en sus páginas es abrir la puerta de la imaginación a ver qué pasa, sin ideas preconcebidas.
Los comentarios de Muriel Barbery sobre la novela son muy crípticos: “¿Saben qué es un sueño? No es una quimera engendrada por nuestro deseo, sino otra vía por la que absorbemos la sustancia del mundo y accedemos a la misma verdad que desvelan las brumas, acallando lo visible y desvelando lo invisible”.
En cualquier caso, dos niñas, María y Clara, con residencias en puntos muy distantes del mundo, se aproximan desde la distancia que las separa a un punto de encuentro común. No es lo que parece en un principio, pero inevitablemente se encuentran unidas. Ellas están conectadas con los elfos —una raza inteligente que cultiva las artes y están perfectamente fusionados con la naturaleza— y no se pueden ni imaginar la que les espera, pues tendrán que enfrentarse a un enemigo poderoso capaz de acabar con los humanos, cosa, por otro lado, nada reprochable.
La novela es sumamente poética. Quien desee leerla tiene que olvidarse de La elegancia del erizo, en este texto la narración no funciona de igual modo, no es lineal, es mágica, infantil y sensible. Introducirnos en sus páginas es abrir la puerta de la imaginación a ver qué pasa, sin ideas preconcebidas.
“Es difícil describir algo que no se puede experimentar, pero es probable que María jugara con las ondas del mismo modo que otros pliegan, despliegan, ensamblan, anudan y desanudan cuerdas. Así, empujaba con la fuerza de su espíritu la curvatura de las líneas en las que estaba presa su percepción de mundo y ello creaba un vivero de palabras mudas que daba cabida a toda la paleta de diálogos posibles.”
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