24 nov 2017

El pirata

Por Ángel E. Lejarriaga



Vamos a hablar brevemente sobre, quizá, la mejor novela —según mi gusto— del escocés Walter Scott (1771-1832), El Pirata, publicada en 1821. A este escritor prolífico se le encuadra dentro del Romanticismo británico; desarrolló gran parte de su obra en el género histórico. Y, desde luego, se puede decir, que a pesar de que en su tiempo no había Internet ni facebook ni wasap, fue el autor vivo más conocido a nivel internacional. Sus obras se leyeron de manera masiva y se siguen leyendo hoy en día; algunas de ellas tienen incluso película como Ivanhoe (1819), dirigida por Richard Thorpe en 1986 y que contó con la actuación de Robert Taylor, Elizabeth Taylor, Joan Fontaine, George Sanders y Finlay Currie; o Rob Roy (1818), llevada a la gran pantalla en 1995 por Michael Caton-Jones y protagonizada por Liam Neeson, Jessica Lange, John Hurt y Tim Roth.

La idea de El pirata se le ocurrió a Walter Scott partir de un viaje que hizo durante el verano de 1814 por las costas de Escocia. Su misión era revisar el funcionamiento de los faros de la zona. En ese ilustrativo viaje conoció a una especie de bruja o adivina que entre otros cuentos, le narró uno que le impresionó, la historia de Gow, un pirata bastante conocido por aquellos lugares.

A partir de este personaje, al que acompañaba mucho de leyenda, Walter Scott elaboró una hermosa historia, de héroes y villanos, y sobre todo de amor, porque en esta obra hay mucha poesía y mucho amor. Pero es que, además, convierte la novela en una perfecta guía turística de las islas Shetland y las Orcadas. Nos cuenta cómo viven, su cultura, su folclore, sus casas, lo que comen, los paisajes que forman parte de su esencia ancestral. El escritor nos describe todo esto y mucho más que no voy a descubrir, solo a esbozar, dando una estructura a la novela muy moderna; tal vez esta obra sea un buen ejemplo de lo que va a ser después la novela contemporánea. Así, el mar, la tierra, el romance más tierno, la violencia, el paisaje, historias dentro de historias, recorren unas páginas rebosantes de fantasía. La novela en sí está llena de detalles minuciosos, incluso en los aspectos que normalmente pasarían inadvertidos.

Digamos que el enfoque que se puede hacer sobre el libro es diferente según el punto de vista desde el que lo leas. Si te centras en la historia pues tienes ante ti un cuadro propio del romanticismo con sus valores típicos. Si miras desde el contexto cultural e histórico en que está situado ves otra cosa. Es como comprobar qué hay debajo de la alfombra; como cuenta el dicho popular «No es oro todo lo que reluce».

Entre los personajes puedes encontrar de todo: enamoradizos, inteligentes, activos, idealistas, duros, valientes, melifluos, místicos, herméticos, supersticiosos…

La novela empieza con la llegada a la isla de Mainland de Mertoun y su hijo Murdaunt. Mertoun es un tipo bastante taciturno, reservado, en ocasiones violento que oculta un pasado turbio. Se regocija en la soledad quizá para ocultar las sombras que le atormentan. Su hijo le sigue pero no es cómo él, ni siente como él. Las hermanas Troil, Brenda y Minna, cambian su vida positivamente y le alejan del tufo maléfico de su padre. En ese transcurrir florido de risas y alegría de vivir, un buen día se produce un naufragio que va a modificar el rumbo de los acontecimientos; más que el naufragio en sí, el superviviente que alcanza a duras penas la playa. El resto de la historia le toca al lector descubrirla.

«[…]Mi país natal, por salvaje que os parezca y oprimido que esté, tiene para mí encantos que ningún otro lugar del mundo puede ofrecerme. En vano me esfuerzo para formar una idea de esos árboles y de esos bosques de que me habláis y que mis ojos no han visto jamás. Mi imaginación no acierta a concebir espectáculo más sublime en toda la Naturaleza que el mar enfurecido por la tempestad y con más majestad que la de esas olas cuando, empujadas por la marea, se adelantan hacia la orilla en calma profunda, como en estos momentos. Los más bellos parajes de una tierra extraña, el más brillante rayo de sol sobre el paisaje más risueño y apreciado no podrían apartar el pensamiento ni un solo instante de estas rocas majestuosas, de estas montañas que se pierden en las nubes y de estos vastos mares. Las islas de Hiatland son la patria de mis antepasados, que han muerto en ellas; mi padre vive en ellas aún, y en ellas quiero vivir y morir yo […]»

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