13 mar 2018

Un largo silencio

Por Ángel E. Lejarriaga



La autora, Ángeles Caso, nació en Gijón en 1959. De pequeña ya destacaba por aficiones de lo más creativas: estudió idiomas (habla por lo menos cinco: español, portugués, francés, inglés e italiano), también música y danza. A sus padres les pareció claro que su hija estaba dirigida de manera natural hacia el mundo de las letras. Tras superar el bachiller con calificaciones brillantes, estudió Geografía e Historia con la especialidad en Arte. Los padres no se equivocaron, desde luego, en su vaticinio. Pero la vocación de Ángeles Caso estaba por destaparse y lo hizo cundo tuvo la oportunidad de dedicarse al periodismo a través del programa «Panorama regional», en Asturias. Después vendrían el «Telediario» de TVE y el programa «La Tarde». Pero aún le faltaba algo más, el periodismo si bien le gustaba, no acababa de llenarla por completo, así, antes de los cuarenta años, inicia una prolífica carrera literaria que ha sido muy laureada.

Con Un largo silencio (2001) ganó el premio Fernando Lara de novela; ya había sido finalista del premio Planeta en el año 1994 con otra, El peso de las sombras. Al final conseguiría el Planeta en 2009 con la novela Contra el viento. Evidentemente, la fortuna y su buen hacer han sido generosos con ella pues le han permitido dedicarse de lleno a la literatura sin las preocupaciones pecuniarias que esta suele llevar implícita, y si no que se lo digan a Roberto Bolaño, sin ir más lejos.

Desde el primer momento que comienza a escribir se ha sentido muy atraída por el tema «mujer» en la Historia, nuestra o universal, convirtiéndose en muchas de sus obras en el eje central.

Haciendo un repaso rápido a su trabajo publicado citaré Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría o el hada (1993), El mundo visto desde el cielo (1997), El resto de la vida (1998), El verano de Lucky (1999), Giuseppe Verdi, la intensa vida de un genio (2001), Las olvidadas, una historia de mujeres creadoras (2005), Donde se alzan los tronos (2012), Rahima Begum (2013), Todo ese fuego (2015), Ellas mismas. Autorretrato de pintoras (2016), Grandes Maestras. Mujeres en el Arte Occidental (2017).

Un largo silencio cuenta una de las muchas historias trágicas que contiene la Guerra Civil Española y la postguerra. Un grupo de mujeres de una misma familia, en la que el padre y el hermano lucharon en el bando republicano, regresan a su pueblo de origen del que tuvieron que escapar durante la contienda. El regreso es tenebroso pero aún lo es más el pozo de podredumbre y oscuridad que se encuentran. Todas ellas, menos la niña pequeña, han sufrido catástrofes personales durante la guerra, pero aún les queda la secreta ilusión de que si no pueden recuperar algo de lo perdido, al menos reconstruir sus vidas; mas no hay tregua. Los vencedores y sus secuaces, más de los que nos creemos, no les perdonan haber pertenecido a un bando que quería libertad, justicia y progreso; no, tienen que pagar por su rebelión, los muertos habidos no son suficientes, su desgracia y sufrimiento, como en el mito de Sísifo, tiene que ser ejemplar y eterna.

Cada mujer tiene una historia que contar. Son distintas pero unidas por un hilo conductor, la condena a la que se ven sometidas por un mundo de luto, crucifijos, falangistas, militares corruptos y odio, mucho odio, más del que se puede imaginar. El coronel Kurtz se reafirmaría aquí también en su visión del horror, un horror que lo embadurna todo, impregnado en la piel, que roe los huesos de las protagonistas y que les enseña que no hay esperanza posible.

Esta novela tiene varias virtudes, dice lo que quiere decir sin extenderse demasiado, en una especie de «ven y mira» sin concesiones; otra, nos presenta a los verdugos como lo que fueron antes, durante y después (hoy día siguen estando ahí, a la espera de que llegue su momento para volver a castigarnos por la osadía de pensar por nosotros mismos); la tercera es el grito que inspira de reivindicación, de defensa de una revolución que fue posible y que podría haber conducido a nuestro país hacia el futuro sin oscurantismos, ni ignorancia, superando un caciquismo cruel en el que no caben medias tintas: o lames la mano que te da de comer o mueres.


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