20 may 2022

La voz no escuchada

La sociedad está enferma -un hecho irrefutable-; es un cuerpo que sufre de numerosas patologías, una sobre todo resulta terminal, y se llama capitalismo en su forma más salvaje: neoliberalismo.

Una parte importante de la población afirma ser sabedora de este detalle, aparentemente. Reconocemos nuestros males endémicos, eso sí, y notamos, de manera más o menos cierta, la asfixia que produce la etiología de la enfermedad, que en nuestro país no procede de este siglo ni del anterior, el siglo XX. Su origen se encuentra mucho más atrás en el tiempo. La España negra de hoy se inició en las hogueras y truculencias de la Inquisición, verdaderos baluartes del autoritarismo, la intolerancia, la superstición y la ignorancia. Nunca se ha querido reconocer lo nauseabundo de aquel proceder tan nuestro, tampoco lo que vino después; esa herencia pútrida se ha ocultado debajo de alfombras hechas con un patriotismo mentiroso.

Hoy la clase política se rasga las vestiduras ante la barbarie ajena de este o aquel país de más allá de nuestras fronteras; sin embargo, obvia la violencia estructural que nuestro moderno Estado ha ejercido y ejerce sobre la gente que está sometida a él, desde el momento en que se constituyó como tal. Por la fuerza de las armas esa violencia despótica sigue presente, viva, disfrazada de leyes democráticas, pero dispuesta, si es necesario, a sacrificar a la mitad del país por el bien de una fantasía territorial llamada España

Es difícil analizar hasta sus últimas consecuencias la razón de ser de este espíritu de carnicero que dirige a nuestro Estado. Me preguntó si se encuentra motivado por una idiosincrasia grabada a sangre y fuego en nuestro ADN colectivo; o es, simplemente, un afán persistente de los poderes terrenales por seguir controlando la vida de esta nación de naciones; eso sí, con el beneplácito de una parte importante de una población imbuida de un fervor ideológico retrógrado, poco ilustrado y mendicante.

En esta España de reinos de taifas, si queremos progresar, están demás los mesías violentos, los iluminados, los salvadores y los poseedores de la verdad. Mas, ¿cómo librarnos de ellos cuando se encuentran tan arropados por tan numerosa corte de aspirantes a sátrapas?

A veces a algunas personas nos da la impresión de vivir en una cárcel en la que en cualquier momento van a conducirnos al paredón. Puede parecer trágica y exagerada la afirmación, y seguro que lo es, pero lo cierto es que la historia de este país es funesta, porque es deleznable y dramático sufrir las cadenas de lo correctamente político, siempre con la perenne amenaza represiva a cualquier tipo de expresión disidente.

Vivir en la mentira, con miedo, impotentes, hace de este país de charanga y pandereta un esperpento y un espanto; la falta de espíritu crítico y la uniformización de la opinión pública, convierten el día a día en una pesadilla de la que parece va a ser difícil despertar a corto plazo.

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