26 may 2022

"Somos hijos del tiempo"


LOS DESPOSEÍDOS 
Ursula K. Le Guin

Dentro de la obra de Ursula K. Le Guin (1929-2018) esta novela, Los desposeídos (1974), es fundamental. Quizá me exceda en esta afirmación y todas sus obras lo sean, como piezas de un conjunto global. Es posible. El escenario es común en todas ellas. La clave de gran parte de su narrativa de ciencia ficción se centra en un pueblo, los hainish, que en Los desposeídos están poco presentes. Los humanos somos descendientes de ellos, y tanto la Tierra como Urras son antiguas colonias fundadas por esta antigua raza en el pasado. Lo cierto es que los habitantes del planeta Tierra o del planeta Urras desconocen este origen.

La novela se desarrolla en un momento histórico en el que el pueblo hainish ha entrado en escena, y contactado con los planetas que en su día colonizaron, después de un largo periodo de tiempo en paradero desconocido. En el trasfondo de la narración hay un intento por construir una federación de planetas.

¿Quiénes son los desposeídos, esos que dan título a la novela? Pues veinte millones de personas que habitan una luna del planeta Urras. Digamos que la lucha de clases en Urras llegó a tal extremo que se facilitó a los anarquistas, provocadores directos de un enfrentamiento sin cuartel, su salida del planeta, y solucionar así el problema. Estos, una vez en Anarres, un lugar árido, poco fértil, desolado, con escasos recursos en materias primas y pobre en agua, organizaron una sociedad sin clases, sin relaciones de dominación, sin propiedad privada, sin ejército, sin patriarcado, en la que no hay distinción entre sexos, sin dinero, sin religiones. Desde ese momento hasta la actualidad narrativa han transcurrido casi dos siglos. Viven en la pobreza, pero es una pobreza que es de todos sus habitantes; se podría considerar que tienen lo suficiente para vivir con dignidad, aunque han pasado por graves periodos de hambruna. Es cierto, son pobres, pero son libres.
“―Nadie nunca sin trabajo, allá. (Anarres) ―Había un leve dejo de ironía, o de duda, en la voz de Efor.
―No.
―¿Y nadie pasa hambre?
―Nadie pasa hambre mientras otro come.
―¡Ah!
―Pero hemos pasado hambre. Hambre verdadera. Hubo una hambruna, sabe, hace ocho años. Conocía una mujer entonces que mató a su bebé; ella no tenía leche y no había nada más, nada que pudiera darle al bebé. No todo es…, no todo es miel sobre hojuelas en Anarres, Efor.
―No lo dudo, señor ―dijo Efor en uno de sus curiosos retornos a la dicción culta. Continuó con una mueca, separando los labios de los dientes―: De cualquier modo, ¡allí no hay ninguno de ellos!
―¿Ellos?
―Ya sabe, señor Shevek. Lo que usted dijo una vez. Los amos.”
Anarres es un mundo sin “posesiones” ni en la lengua que hablan, de ahí el nombre “desposeídos”. Inventan un idioma porque consideran que es imprescindible modificar el lenguaje, así modificarán a su vez las rémoras del pensamiento. Este idioma es el právico. En dicha lengua nadie dice “esto es mío o eso es tuyo”; se dice: “yo uso esto y tú usas eso”. Hay que añadir que en Anarres no existe el matrimonio, ni hay cárceles y la progenie es cuidada y educada por la comunidad. Cada individuo estudia lo que le apetece o para lo que está más dotado, según su elección, y trabaja, si quiere (está mal visto no colaborar en el mantenimiento de la sociedad), en lo que le gusta, si bien es imprescindible que cada diez días se asuman labores duras, desagradables, o menos edificantes, pero imprescindibles para la supervivencia colectiva.

Shevek, el protagonista de la novela, es anarresti de nacimiento, ha estudiado Física y en esta materia es una eminencia, tanto en Anarres como en Urras. Ha elaborado una teoría sobre el tiempo que puede revolucionar los viajes espaciales una vez sea desarrollada en la práctica. Quiere intercambiar conocimientos con Urras, para avanzar en cuanto a saberes se refiere, pero la sociedad de Anarres teme la contaminación ideológica y social del planeta origen, y le pone obstáculos para viajar hasta él, e incluso contactar con ellos. A pesar de esto, se arriesga y realiza el viaje. Así comienza la novela.

Ursula K. Le Guin abre un debate muy interesante al final de la obra sobre el mismo Anarres. Argumenta que no existe una sociedad perfecta; por muy anarquista que sea, debe estar en constante cambio, debe superar las contradicciones que se van generando con el tiempo, y necesitará siempre, una nueva revolución.

La estancia de Shevek en Urras es excepcional; pero esto, cada persona que lea la novela debe descubrirlo por sí misma. Cuando llega a este planeta el físico anarresti está francamente ilusionado:
“Nosotros los ignoramos a ustedes, ustedes nos ignoran a nosotros. Ustedes son nuestra historia. Nosotros somos quizá el futuro de ustedes. Yo deseo aprender, no ignorar. Este es el motivo de mi venida”.
Al final, ya no lo está tanto:
“Nos destruirán antes de admitir nuestra realidad, ¡antes de admitir que hay alguna esperanza! No podemos ir hacia ustedes. Solo podemos esperar que ustedes vengan hacia nosotros.”
Añadiré algo más. Shevek en un momento dado habla con un embajador de la Tierra en Urras, y este describe cómo el planeta ha quedado ecológicamente destruido, y la población se ha reducido a quinientos millones. Toda una premonición, dada la fecha en la que fue escrita la novela, 1974.

Me llama la atención cómo las denostadas ideas anarquistas, sin embargo, para Le Guin son viables, y una oportunidad de construir las relaciones interpersonales y con el medio ambiente de un modo distinto al conocido, que no nos ha llevado precisamente a un presente paradisiaco. Una cosa sabemos, y es que el mundo de hoy día marcha hacia la catástrofe climática y humanitaria. Más nos valdría preguntarnos cómo pensamos la vida y sí podríamos hacerlo de otra forma. Es una simple cuestión de imaginación primero y luego de experimentación; eso pensó la autora hasta su fallecimiento.

A veces nos cuesta menos movilizarnos por conceptos vagos como una patria o una bandera concreta, y mucho hacerlo por la justicia social.
“En Anarres no tenemos nada más que nuestra libertad. No tenemos nada que daros excepto vuestra propia libertad. No tenemos leyes excepto el principio único de la ayuda mutua. No tenemos gobierno excepto el principio único de la libre asociación. No tenemos naciones, ni presidentes, ni ministros, ni jefes, ni generales, ni patronos, ni banqueros, ni propietarios, ni salarios, ni caridad, ni policía, ni soldados, ni guerras; tampoco tenemos otras cosas. No poseemos, compartimos. No somos prósperos. Ninguno de nosotros es rico. Ninguno de nosotros es poderoso.”
Esta novela no solo es recomendable para gente aficionada a la ciencia ficción sino también para personas con un espíritu crítico educado que deseen recapacitar sobre la variedad de aspectos que condicionan nuestras vidas, entre ellos, el patriarcado, la obediencia a la autoridad, la familia, la educación, el afán insaciable de consumo…
“Es nuestro sufrimiento lo que nos une. No el amor. El amor no obedecer a la mente, y cuando se lo violenta se transforma en odio. El vínculo que nos une está más allá de toda posible elección. Somos hermanos. Somos hermanos en aquello que compartimos. En el dolor, en ese dolor que todos nosotros hemos de sufrir a solas. En la pobreza y en la esperanza reconocemos nuestra hermandad. La reconocemos porque hemos tenido que vivir sin ella. Sabemos que para nosotros no hay otra salida que ayudarnos los unos a los otros, que ninguna mano nos salvará si nosotros mismos no tendemos la mano. Y la mano que vosotros tendéis está vacía, como lo está la mía. No tenéis nada. No poseéis nada. No sois dueños de nada. Sois libres. Todo cuanto tenéis es lo que sois, y lo que dais.”
La obra fue galardonada con premios como el Nébula (1974), el Hugo (1975) y el Locus (1975).

Ursula K. Le Guin tocó variados géneros literarios: ficción especulativa, ficción realista, fue guionista, ensayista, poeta y crítica literaria. Desde luego, ha pasado a la historia de la literatura por sus novelas de ciencia ficción. Hay quien la ha considerado en su país como “una de las principales figuras de la literatura estadounidense”. A lo largo de su vida como escritora recibió numerosos premios y reconocimientos, tanto a nivel nacional como internacional.

Publicó su primer poema en 1959: Folksong from the Montayna Province. Dos años después hizo lo propio con su primer relato corto: And die Musik (1961). Luego, llegaría el primer trabajo remunerado, el cuento April in Paris, en 1962, y su primera novela en 1966, El mundo de Rocannon. Escribió hasta el final de sus días. Después de su muerte se publicó la recopilación de poemas So far so good: Final Poems 2014-2018.
“No podéis comprar la revolución, no podéis hacer la revolución, solo podéis ser la revolución. Ella está en vuestro espíritu o no está en ninguna parte.”
“[…] habrá gente que querrá acompañarnos. Fundaremos una nueva comunidad si nuestra sociedad se encasilla en la búsqueda de la política y el poder, entonces nos iremos. Haremos una red más allá de Anarres, un nuevo comienzo […]”

 

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