17 jun 2022

La desbandá

LA DESBANDÁ
Norman Bethune

Pepitas de Calabaza (2021)


Desde mi punto de vista este es un libro imprescindible para entender los sucesos acaecidos en la “carretera de la muerte” (carretera de Málaga a Almería), a principios de febrero de 1937, conocidos popularmente como La desbandá.

Todos los textos son del propio Bethune salvo el correspondiente al primer capítulo: “Norman Bethune. Pasión por la humanidad”, escrito de manera impecable por Natalia Fernández Díaz. El resto de capítulos se reparten en tres apartados: el primero referido a La desbandá propiamente dicha; el segundo trata de la sanidad, anticipación de la Sanidad pública en Canadá; y el tercero se centra en su viaje, estancia y muerte en China.

Las personas que huían de Málaga, que lograron cruzar el río Guadalfeo, se encontraron con él. Bethune escribió que lo que había visto en dicha carretera le había dejado impresionado, nunca podría olvidarlo. Dijo que la carretera estaba tan llena de refugiados que era muy difícil avanzar por ella. Su vista se perdía en la lejanía y seguía viendo personas, como un inmenso río que fluía sobre los restos de las que iban desfalleciendo o muriendo. Cuando se encontró con ese escenario, en un principio, no entendió lo que estaba sucediendo. La gente les gritaba, les pedían que les ayudaran. Pero cómo hacerlo con los escasos recursos de que disponían.

El grupo de Bethune había llegado el 10 de febrero a Almería, con una camioneta refrigerada cargada de sangre que traían de Barcelona. Tenían constancia de que Málaga estaba sitiada; entonces, él y sus compañeros, decidieron acudir a ayudar en la medida de sus posibilidades. Pero al pisar Almería la primera noticia que recibieron fue que el frente malagueño había caído. Les sugirieron que se quedaran en la ciudad a esperar acontecimientos, mas quisieron conocer de primera mano lo que estaba sucediendo con la evacuación de los heridos. Sobre las seis de la tarde de ese día partieron hacia Málaga. 

Recorridos pocos kilómetros se encontraron con los primeros huidos. Siguieron adelante, hasta que ante sus ojos se representó el infierno en la tierra. Apenas podían progresar; como pudieron se mantuvieron en movimiento, metro a metro. Habrían recorrido unos ochenta y cinco o noventa kilómetros cuando los refugiados les informaron que los italianos habían cortado la carretera. No se sabía si avanzaban o no; no obstante, estaban cerca, y decidieron detenerse. Evidentemente, se encontraban desbordados por lo que veían.
“Sentía el cuerpo tan pesado como el de los propios muertos. Pero vacío y apagado. Y en mi cerebro ardía una rabiosa llama de odio.”
¿Qué hacer? ¿A quién socorrer? Lo primero que se les ocurrió fue recoger niños, de los que había miles. Vaciaron la camioneta y acomodaron a todos los que cabían en su interior. Durante cuarenta y ocho horas estuvieron llevando gente hasta Almería, unas treinta o cuarenta personas por viaje; sin descanso. La figura de Norman Bethune es la que más ha transcendido en la historia, pero aquel inagotable esfuerzo lo hicieron también Hazen Sise ―el autor de las primeras fotografías sobre la catástrofe humanitaria― y Thomas Worsley. Ambos se fueron turnando para conducir la ambulancia. Cuando no podían más, porque el agotamiento les vencía, dormían en cualquier lugar de la carretera donde era posible detenerse. Su alimentación durante aquellas dramáticas horas estuvo basada en pan y naranjas. Al concluir esos viajes, ya en Almería, vivieron otra matanza, en esta ocasión en el puerto; aviones rebeldes arrojaron bombas sobre las miles de personas concentradas en él.


Bethune era prodigioso, en lo personal y en lo que se refiere a la medicina. Estuvo unos seis meses en España y durante ese tiempo realizó cerca de seiscientas transfusiones. Instaló su primer banco de sangre en la calle Príncipe de Vergara, en Madrid. Publicaba anuncios en los periódicos para que el pueblo de Madrid donara sangre. La respuesta ciudadana fue impresionante, masiva. La sangre que recogía era distribuida en los centros sanitarios de la capital o dirigida hacia los hospitales de campaña del frente.

Después de abandonar Almería marchó a los EEUU para contar en diversas conferencias las atrocidades que estaban sucediendo en España.
“Tus manos están manchadas de sangre inocente, las de todos los que dormís beatíficamente esta noche. Vuestros hijos vagarán en su propio salvajismo de muerte y terror, todos los que oís la angustia de España y os quedáis callados esta noche…”
De allí viajó a China donde colaboró con Mao Tse Tung; era el año 1938 y Japón había invadido el país. Organizó la atención sanitaria del octavo ejército, formó al personal sanitario y ejerció como cirujano de campaña hasta 1939, año en el que murió de septicemia.
“¿Cuál es la razón de esta crueldad, de esta estupidez? Un millón de obreros llegan de Japón para matar o mutilar a un millón de obreros chinos. ¿Por qué debería atacar un obrero japonés, a su hermano obrero que se ve obligado a defenderse? ¿Se beneficia el obrero japonés de la muerte de los chinos? No. ¿Qué habría de ganar? ¿Quién es el responsable de enviar a estos obreros japoneses a su misión asesina? ¿Quién saca provecho de ello? ¿Cómo fue posible persuadir a los obreros japoneses de que atacasen a los obreros chinos, sus hermanos en la pobreza, sus compañeros de miseria?”
“¿Son, por lo tanto, las guerras de agresión, las guerras de conquista, únicamente un gran negocio? Sí, así parece, aunque muchos perpetradores de tales crímenes nacionales intentan esconder su verdadero propósito bajo pancartas de pomposos ideales y abstracciones. Hacen la guerra para ganar mercados asesinando, para obtener materias primas violando. Les resulta más barato robar que intercambiar, más fácil masacrar que comprar. Tal es el secreto de la guerra. Beneficio. Negocio. Dinero ensangrentado. “
Hasta que llegó a España tuvo alguna iniciativa política en su propio país, Canadá, para mejorar las condiciones de vida de los más débiles; por ejemplo, la creación de un sistema de salud gratuito. No tuvo éxito. 

Sobre España escribió: “España es una herida en mi corazón que nunca cicatrizará. El dolor permanecerá siempre conmigo, recordándome las cosas que he visto”. Era un idealista pero consciente de dónde estaba viviendo.

“Hace 25 años era deleznable ser tildado de socialista. Hoy es absurdo no serlo.”
Tras superar una tuberculosis, de la que pensaba iba a morir, logró fama dentro de la medicina y hacer dinero. Tenía una reputación como cirujano pulmonar extraordinaria. Era polifacético: pintaba, escribía, daba conferencias e incluso coleccionaba arte. Su personalidad gustaba a la clase alta canadiense. Sabía perfectamente el tenso momento histórico que estaba atravesando el mundo, con el auge belicista del fascismo y el nazismo. Pensaba que el estado de salud de una persona se encontraba directamente relacionado con sus condiciones de vida. Propuso que el Estado asegurara la salud de la ciudadanía a través de una sanidad pública. Al principio creyó que con tener razón y proponerlo era suficiente para cambiar el rumbo de los acontecimientos; sin embargo, su propia experiencia le demostró que para lograr una profunda transformación social era necesario acabar con el sistema económico vigente.
“La mejor forma de asegurar la protección de la salud sería cambiar el sistema económico que produce una salud enferma, y acabar con la ignorancia la pobreza y el desempleo.”
“La protección de la salud de las personas debería ser reconocida por el Gobierno como la primera obligación y servicio a sus ciudadanos.”
“¡Qué vergüenza enriquecernos a expensas de las miserias de nuestros semejantes!”

“La salud del pueblo es el principal capital de un país. […] Creo que los médicos somos servidores públicos y que los cuidados que ofrecemos deben ser gratuitos y cubiertos por el Estado.”
Como peculiaridad relevante, Bethune era capaz de adaptarse a cualquier situación, hacía instrumental médico con cualquier material que tuviera a mano. Llegó a acceder a algunos puntos del frente de Madrid con una mula sobre la que cargaba su aparato para realizar transfusiones.


La historia de estos brigadistas canadienses es memorable. Eran gente adinerada, que llevaba vidas cómodas, que de la noche a la mañana, impulsados por un ideal de justicia universal, decidieron cruzar el océano y embarcarse en una aventura que les condujo a combatir el fascismo en España.

En sus cuadernos de notas, Bethune dejó algo escrito que tendría que ser el mantra de la humanidad entera: 
“Me niego a vivir sin rebelarme contra un mundo que engendra crimen y corrupción”.