27 oct 2022

Poetas

 
A Luis García Montero

Nuestros pasos sudan prisa 
cuando el poeta espera cristalino 
en una mesa tan pequeña
que no acoge su cuerpo de fauno.

La tarde está abierta, 
herida por el frío,
con los ojos destemplados 
de un sol de febrero, 
apretamos los dientes 
hasta casi romperlos,
y abandonamos nuestras calaveras 
sobre asientos lacerados por el tiempo, 
incómodos pero suficientes.

Suspiramos satisfechos,
este atardecer que podría ser madrugada,
con apetito de las palabras sabias
del hombre sencillo
cuya sonrisa abriga las almas heladas 
por la necesidad de saber y compartir.

Su mirada alegre nos redime 
de nuestro devenir gimiente 
colmado de cloacas sucias, 
calles desoladas
y astros asesinados.

Él habla atrayente
en tanto soñamos con Granada 
y con el Darro
y con la sierra vigilante,
y ponemos alas a la imaginación 
para embriagarnos de literatura
y de la vida de ese otro poeta amado,
patrón de poetas,
perdido en una de las cunetas de la Historia.

Cierro los ojos
y el corazón me late descompuesto
ante la imagen firme de la torre de la Vela, 
señora de la Alhambra,
iluminada por las pupilas de fuego de Federico, 
que armado con pluma y papel,
escribe un poema universal.

Al despertar del ensueño
me encuentro con el poeta vivo 
que no es Federico,
que se llama Luis, 
dulce y amargo,
que con su hambre de sentimientos 
me invita a cambiar el mundo
con el embeleso de sus versos.

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