11 mar 2024

Deconstruyendo la psiquiatría y la psicología



Por Ángel E. Lejarriaga



¿Hasta dónde podemos llegar en psiquiatría y psicología clínica en nuestra relación con la sociedad? La historia de ambas disciplinas es una y la experiencia personal directa de las profesionales otra. ¿Por qué, cómo, bajo qué supuestos hemos decidido en un momento dado de nuestras vidas iniciar el estudio de estas tecnologías? Quizá, en principio, por simple curiosidad; también por una cierta sensibilidad ante los males del individuo. La aproximación, desde luego, ha tenido que ser filosófica y antropológica, pues difícilmente llegamos a comprender el interior humano por el mero estudio; es en el compartir diario donde atisbamos al sufrimiento de ese ser arrojado a la vida que somos. Pero sólo se trata de una aproximación, rozamos el universo interior del individuo sin comprenderlo en su totalidad, porque cada ser humano es un mundo en sí mismo, con su propio procesamiento de la existencia. Además, yendo más allá, cada cultura tiene sus peculiaridades que las diferencian unas de otras, con sus reglas y su simbología particular. Por ello no podemos erigir un saber único y acabado, porque lo que llegamos a conocer es escaso.

Desde esta reflexión de partida, ¿cómo podemos enfocar una intervención clínica sobre una persona que sufre sin convertirnos en una herramienta de opresión? ¿Acaso la psiquiatría y la psicología, situadas al margen del interés común, no se vuelven instrumentos represivos o cuando menos alienantes? La sociedad se desenvuelve en continuas relaciones de dominación, no hace falta indagar lejos de nosotras para constatarlo: el hombre ejerce dominación sobre la mujer, el propietario sobre el desposeído, los padres y madres sobre sus vástagos, los hermanos entre sí, las amistades en sus interacciones intragrupo, en el ejército, en la escuela, en el trabajo. Las relaciones de dominación empapan nuestra vida; esta es una realidad tangible que hay que subvertir. El sostenimiento del orden actual está directamente relacionado con estas relaciones opresivas. Para transformarlas en igualitarias hay que realizar un esfuerzo titánico que trasciende lo material y alcanza a nuestro cerebro, a las formas en las que éste comprende e interviene en la realidad social. Si precisamente el sufrimiento psicológico está derivado de las relaciones de explotación-dominación, el papel de la psiquiatría y de la psicología, como agentes que contribuyen a un cierto alivio de ese malestar generalizado, deben formar parte de ese ariete insurrecto que golpea el muro de la alienación.

Así, esos bloques hegemónicos, que no homogéneos, que conforman las profesionales de la Salud Mentad, tendrían que posicionarse sobre cómo desean intervenir en el mundo de hoy, en este siglo XXI estresante y bárbaro, si como parte del Sistema o como un grupo facilitador de una nueva conciencia transformadora. Entre otras cosas, podríamos empezar por llamar al sufrimiento por su nombre; es decir, definiéndolo desde su etiología, generalmente social; planteando que “sanar las mentes” pasa por cambiar nuestra forma de vida, en sí la sociedad entera.

Es verdad que dentro de las diferentes manifestaciones del cerebro humano, existen algunas que pueden chocar con el análisis racional, por ejemplo la persona que tiene una experiencia en la que ve a la Virgen de Guadalupe. Este tipo de conductas nos sitúan en otro plano analítico. No sabemos por qué se producen tal tipo de fenómenos; tal vez existan mecanismos neurológicos que todavía la ciencia no ha alcanzado a comprender, que los provocan. ¿Cómo actuamos con ellos? Con comprensión, afecto y acompañamiento. Sin basar todo el tratamiento en la represión de la persona que los manifiesta, en última instancia en su enclaustramiento en un centro que antes denominábamos como “manicomio”. En cualquier caso, el contacto con esa persona que vive y sufre una experiencia especial, forma parte de nuestra sociedad, de una comunidad concreta, y debe ser tratada como una más, con sus necesidades específicas, sin estigmatizarla ni medicalizarla de por vida para librarnos de ella, hasta convertirla en un vegetal.



Para llegar a estos estándares de atención, la psiquiatría y la psicología, de momento, deberían ser absolutamente públicas, esto lo primero; y en segundo lugar, sobre todo la psiquiatría debería desplazar su centro de atención hacia la persona que sufre. Es otro hecho constatado que él o la psiquiatra están ante los pacientes —en realidad clientes, pues pagan vía directa o indirecta por un servicio—, pero, ¿realmente los ven, los escuchan, interiorizan sus quejas, intentan reflexionar sobre su forma de pensar, sobre su sistema de creencias? Es un suceso poco probable, primero por el gran volumen de trabajo que acumulan, y segundo por simple actitud negativa hacia esas personas internadas, incapacitadas o simplemente disminuidas en sus capacidades volitivas. Este es el terrible significado de la institución psiquiátrica. La psicología al ser básicamente privada, da margen al profesional para realizar una labor más próxima y centrada en la persona que reclama su ayuda; eso sí, siempre que pueda pagarla.

Ser una persona enajenada, deprimida, estresada, desquiciada, perdida, desorientada, desesperada, psicótica o bipolar no es algo que inspire solidaridad, comprensión o empatía, al contrario, esos estados se observan en muchos casos como pruebas de debilidad de carácter o de personalidad. Una actitud darwinista social corre por las calles contaminándolo todo. No hay escucha activa, no hay confrontación de sentimientos, solo ocultación, tapar el problema bajo cualquier alfombra, física o cognitiva, para eso están las pastillas, los hospitales y esas habitaciones siniestras que existen en todos los hogares donde se esconde nuestro Gregorio Samsa de turno.

He empezado hablando de psiquiatría y de psicología, y he pasado, sin pretenderlo, a romper esa cuarta pared que nos separa del escenario para incorporar al público espectador. Ahora resulta, así lo pienso, que cuando hablamos de Salud Mental lo hacemos con un cierto desprecio hacia las personas inestables, incómodas, molestas, que al ser diferentes alteran el buen orden de la convivencia. De hecho, considerarlas como iguales, relacionarlos con ellas, se puede considerar como un exceso inapropiado y desconcertante para una parte de los espectadores.

El discurso oficial es que la psiquiatría se ocupa de personas consideradas defectuosas. Comunicarse o establecer lazos con ellas puede verse como una humorada, y en el mejor de los casos como simple labor social; como si cada una de nosotras estuviéramos libres de padecer algún desequilibrio emocional debido a la agresión de un estresor vital, en algún momento de nuestra existencia. Tal vez no sea bueno relacionarnos con las personas que sufren, porque podríamos, a través de ellas, entender los males que aquejan las interacciones sociales y su orden injusto.

¿Qué conclusiones podemos extraer de todo lo dicho? En primer lugar, la psiquiatría y la psicología no son ciencias exactas, sino tecnologías que deberían estar al servicio de la comunidad, y no es así; establecen relaciones de dominación, características en todos los ámbitos de la sociedad. En segundo lugar, la persona diferente, aquella que en un momento dado padece un trastorno emocional de origen físico o psíquico, no es alguien extraño, sino un ser humano que sufre, que atraviesa por un estadio de su vida en el que lo pasa mal. Es obvio que necesita ayuda, tal vez la ayuda de la psicología y de la psiquiatría, no el sometimiento autoritario a unas prerrogativas médico sanitarias en las que no tiene ninguna capacidad de decisión. En tercer lugar, las personas somos vulnerables en cuanto que durante nuestra corta vida siempre estamos aprendiendo, ni somos extremadamente listos o inteligentes, ni tampoco absolutamente estúpidos e incapaces, categorías artificiales e imprecisas que forman parte de un continuo experiencial que tiene su representación según el momento vital biológico por el que circulamos. En cuarto lugar, no sé qué es la locura ni a quién llamar loco; tampoco tengo una buena relación con la cordura ni sé a quién denominar como cuerdo, es de suponer que nuestra posición dentro de la escala va a depender del nivel de poder que acumulemos. Alguien, hace años, en una entrevista sobre este tema puso el ejemplo de Hitler y de Truman, hoy podríamos poner el de Trump. ¿Estaban o están enajenados estos personajes? Pensemos en cada uno de ellos, dirigentes de naciones poderosas, con gran capacidad destructiva. ¿Dónde se encuentra entonces la cordura si ellos son los que gobiernan las sociedades?

Reflexionar sobre la psiquiatría y la psicología clínica actual pasa por poner el foco de análisis en el autoritarismo que caracteriza las relaciones humanas, desde el contexto más pequeño hasta la gestión de las naciones, y por tanto actuar en consecuencia. Luchar por acabar en todos los ámbitos con las relaciones de dominación es un buen cambio en nuestra estructura psicológica que se proyecta en nuestro estar en el mundo.

Publicado en Rojo y Negro, número 379 de Junio de 2023.

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