Esta novela fue la segunda de Luis Landero (1948) después de la genial Juegos de la edad tardía (1989), tardó cinco años en aparecer pero desde luego siguió la estela de la anterior y en absoluto decepcionó, más bien el contrario pues consiguió sorprender aún más si cabe a propios y a extraños. Muchos lectores y lectoras se preguntaron asombrados quién era ese tal Landero que había encadenado dos novelas magníficas sin darse demasiada importancia. Pues nuestro querido escritor tardío estaba ahí, presente con su nueva obra, presentando unos personajes admirables y por momentos sobrecogedores, que podían haber compartido párrafos y universo con el gran Faroni.
Si tengo que halagar a Landero lo puedo hacer primero por su talento a la hora de escribir pero es que además construye unas historias entre el humor y el drama que te atrapan desde la primera hasta la última página. No creo que nadie le pueda acusar de hacer concesiones al «gran público», que es como decir la tabula rasa que presume de cultura en este ignorante país que es el nuestro y en el que vivimos y convivimos como buenamente podemos.
El título Caballeros de fortuna (1994) le viene al pelo pues en realidad es lo que cuenta. Unos cuantos personajes aspiran a trascender de una manera o de otra la mediocridad de sus vidas, y no lo hacen como Augusto Faroni, a través de la imaginación, pero lo rozan mucho. Es indiscutible que el inefable Faroni sentó escuela en los hijos literarios de Luis Landero. Cada personaje tiene su historia: Luciano Obispo, Amalia Guzmán, Julio Martin Aguado más conocido como El pacificador, Belmiro Ventura, Esteban Tejedor (el lechero) y los padres de este, Manuel y Leonor. Cada uno de ellos es un prodigio de ingenio pero cuando se entrecruzan sus vidas conforman un tejido que es una mezcla de esperpento, anhelo de fortuna, de pasiones humanas elementales, de frustración, de soledad y de amor.
En la primera parte de la novela los personajes son presentados de manera detallada, cada uno en un capítulo. Luego van apareciendo y desapareciendo hasta la apoteosis final. El deambular de todos ellos es observado diariamente por un grupo de vecinos laxos que miran sin intervenir, sin juzgar, como piedras milenarias a las que nada puede sorprender. Son estos observadores singulares los que cuentan lo que ven. Como un narrador más, las historias son completadas por documentos que toman forma según la necesidad de la narración para aportarle intensidad. También algunos conocedores de los actores principales con los que se relacionaron en su momento, cuentan lo que vivieron y compartieron con ellos.
La novela sería poco más que un cuento de individuos anodinos y sombríos si no fuera por la vitalidad de su determinación y sus sueños, sobre todo sus sueños. Son individuos arrojados al mundo en busca de sentido, cada uno peculiar e intransferible, asumiendo lo que les rodea con un cierto escepticismo. Los cuatro varones citados quieren superar su presente, ser reconocidos como lo que no son pero podrían llegar a ser si su voluntad y el azar se pusieran de acuerdo y les favorecieran.
Julio Martín a pesar de su mediocre empleo de comerciante de tejidos, después de leer La rebelión de las masas de Ortega y Gasset, concibe la idea de que posee una capacidad innata para dirigir a las masas porque no hay otra opción: dirigir o ser dirigido. Con sus colaboraciones periodísticas en La Voz de Gévora pretende influir en el pensamiento de los ignorantes para abrirles los ojos hacia una nueva Arcadia. Julio no desea ser un cronista influyente más, quiere llegar lejos: funda un partido, la Unión Moderada Independiente, se convierte en alcalde y avanza inexorable en su fantasía hacia un puesto en el parlamento y, por qué no, hasta la misma presidencia del gobierno.
Belmiro Ventura es un individuo oscuro, taciturno, apartado, que no ha vivido nunca en el pueblo y que se incorpora a su vecindario tras su jubilación. Se le presupone descendiente directo del Conquistador, don Quintín de Vargas y Ventura, muy presente en toda la novela, al que la leyenda adjudica una ingente fortuna enterrada precisamente en un lugar ignoto del pueblo. Su único interés en el mundo es el conocimiento, la erudición, hasta que conoce a Amalia Guzmán. Hasta ese momento sus mejores amigos han sido sus libros y eso a pesar de haberse dedicado a la enseñanza de la historia durante toda su vida y haber estado siempre rodeados de muchas personas.
Esteban Tejedor desciende también del Conquistador y gracias a su padre conoce la historia y se llena de esperanza porque la fortuna de su antepasado puede cambiar su vida radicalmente. Antes ha vislumbrado la opulencia en la que viven los ricos, y la belleza que les rodea; él también quiere participar de esa gloria material y pretende casarse con la hija del latifundista del pueblo, Celestino Sánchez. Pero Sofía Sánchez no es para él. A partir de ahí el tesoro del Conquistador se convierte en el objetivo más halagüeño que le hará grande, entre otras cosas porque ha descubierto que trabajando nunca se hará rico.
Luciano Obispo es otro de los personajes centrales de la obra. Su origen es misterioso. En el pueblo se dice —cosa que su madre le ha confirmado— que es el hijo de San Luciano. Hay también quien comenta que es el hijo de un viajante de comercio. Luciano tiene muchas virtudes: guapo, inteligente, cara angelical y unos atributos sexuales de un tamaño digno de admiración, que según la mayoría de las opiniones son la herencia de su padre. Cuando Amalia, la maestra, llega a ejercer al colegio del pueblo, Luciano se queda deslumbrado por ella primero de una manera platónica, después la pasión abre puertas que ninguno de los dos quiere cerrar.
Por último, en lo que respecta a Amalia Guzmán, una atractiva mujer de mediana edad, es maestra y toca el piano. Nada se sabe de ella. El pueblo tiene poco que ofrecerle salvo una paz deseada o indeseada, en cualquier caso, la que puede tener en ese momento. Mientras interpreta Mirando al mar sueña con estremecimientos sensuales que parece le están negados por la vida.
Si tengo que halagar a Landero lo puedo hacer primero por su talento a la hora de escribir pero es que además construye unas historias entre el humor y el drama que te atrapan desde la primera hasta la última página. No creo que nadie le pueda acusar de hacer concesiones al «gran público», que es como decir la tabula rasa que presume de cultura en este ignorante país que es el nuestro y en el que vivimos y convivimos como buenamente podemos.
El título Caballeros de fortuna (1994) le viene al pelo pues en realidad es lo que cuenta. Unos cuantos personajes aspiran a trascender de una manera o de otra la mediocridad de sus vidas, y no lo hacen como Augusto Faroni, a través de la imaginación, pero lo rozan mucho. Es indiscutible que el inefable Faroni sentó escuela en los hijos literarios de Luis Landero. Cada personaje tiene su historia: Luciano Obispo, Amalia Guzmán, Julio Martin Aguado más conocido como El pacificador, Belmiro Ventura, Esteban Tejedor (el lechero) y los padres de este, Manuel y Leonor. Cada uno de ellos es un prodigio de ingenio pero cuando se entrecruzan sus vidas conforman un tejido que es una mezcla de esperpento, anhelo de fortuna, de pasiones humanas elementales, de frustración, de soledad y de amor.
En la primera parte de la novela los personajes son presentados de manera detallada, cada uno en un capítulo. Luego van apareciendo y desapareciendo hasta la apoteosis final. El deambular de todos ellos es observado diariamente por un grupo de vecinos laxos que miran sin intervenir, sin juzgar, como piedras milenarias a las que nada puede sorprender. Son estos observadores singulares los que cuentan lo que ven. Como un narrador más, las historias son completadas por documentos que toman forma según la necesidad de la narración para aportarle intensidad. También algunos conocedores de los actores principales con los que se relacionaron en su momento, cuentan lo que vivieron y compartieron con ellos.
La novela sería poco más que un cuento de individuos anodinos y sombríos si no fuera por la vitalidad de su determinación y sus sueños, sobre todo sus sueños. Son individuos arrojados al mundo en busca de sentido, cada uno peculiar e intransferible, asumiendo lo que les rodea con un cierto escepticismo. Los cuatro varones citados quieren superar su presente, ser reconocidos como lo que no son pero podrían llegar a ser si su voluntad y el azar se pusieran de acuerdo y les favorecieran.
Julio Martín a pesar de su mediocre empleo de comerciante de tejidos, después de leer La rebelión de las masas de Ortega y Gasset, concibe la idea de que posee una capacidad innata para dirigir a las masas porque no hay otra opción: dirigir o ser dirigido. Con sus colaboraciones periodísticas en La Voz de Gévora pretende influir en el pensamiento de los ignorantes para abrirles los ojos hacia una nueva Arcadia. Julio no desea ser un cronista influyente más, quiere llegar lejos: funda un partido, la Unión Moderada Independiente, se convierte en alcalde y avanza inexorable en su fantasía hacia un puesto en el parlamento y, por qué no, hasta la misma presidencia del gobierno.
Belmiro Ventura es un individuo oscuro, taciturno, apartado, que no ha vivido nunca en el pueblo y que se incorpora a su vecindario tras su jubilación. Se le presupone descendiente directo del Conquistador, don Quintín de Vargas y Ventura, muy presente en toda la novela, al que la leyenda adjudica una ingente fortuna enterrada precisamente en un lugar ignoto del pueblo. Su único interés en el mundo es el conocimiento, la erudición, hasta que conoce a Amalia Guzmán. Hasta ese momento sus mejores amigos han sido sus libros y eso a pesar de haberse dedicado a la enseñanza de la historia durante toda su vida y haber estado siempre rodeados de muchas personas.
Esteban Tejedor desciende también del Conquistador y gracias a su padre conoce la historia y se llena de esperanza porque la fortuna de su antepasado puede cambiar su vida radicalmente. Antes ha vislumbrado la opulencia en la que viven los ricos, y la belleza que les rodea; él también quiere participar de esa gloria material y pretende casarse con la hija del latifundista del pueblo, Celestino Sánchez. Pero Sofía Sánchez no es para él. A partir de ahí el tesoro del Conquistador se convierte en el objetivo más halagüeño que le hará grande, entre otras cosas porque ha descubierto que trabajando nunca se hará rico.
Luciano Obispo es otro de los personajes centrales de la obra. Su origen es misterioso. En el pueblo se dice —cosa que su madre le ha confirmado— que es el hijo de San Luciano. Hay también quien comenta que es el hijo de un viajante de comercio. Luciano tiene muchas virtudes: guapo, inteligente, cara angelical y unos atributos sexuales de un tamaño digno de admiración, que según la mayoría de las opiniones son la herencia de su padre. Cuando Amalia, la maestra, llega a ejercer al colegio del pueblo, Luciano se queda deslumbrado por ella primero de una manera platónica, después la pasión abre puertas que ninguno de los dos quiere cerrar.
Por último, en lo que respecta a Amalia Guzmán, una atractiva mujer de mediana edad, es maestra y toca el piano. Nada se sabe de ella. El pueblo tiene poco que ofrecerle salvo una paz deseada o indeseada, en cualquier caso, la que puede tener en ese momento. Mientras interpreta Mirando al mar sueña con estremecimientos sensuales que parece le están negados por la vida.
El contexto histórico está situado en la Transición española aunque se hacen muchas referencias a la Guerra Civil.
El amor es un eje transformador en la novela, capaz de movilizar lo que parece inmovilizable. Está imbuido, en un principio, de un romanticismo cortés, sin buscar el contacto de la carne. Pero claro, una cosa es proponerse conductas en base a ideas abstractas, y otra muy diferente es encontrarse con la tensión sexual que produce la experiencia real. El azar está presente también —no podía ser de otro modo—, unas veces tiene un signo y otras el contrario por lo que poner demasiadas expectativas en él no deja de ser algo ilusorio. La mesa está servida.
El amor es un eje transformador en la novela, capaz de movilizar lo que parece inmovilizable. Está imbuido, en un principio, de un romanticismo cortés, sin buscar el contacto de la carne. Pero claro, una cosa es proponerse conductas en base a ideas abstractas, y otra muy diferente es encontrarse con la tensión sexual que produce la experiencia real. El azar está presente también —no podía ser de otro modo—, unas veces tiene un signo y otras el contrario por lo que poner demasiadas expectativas en él no deja de ser algo ilusorio. La mesa está servida.
Corregir lo del padre de Esteban, Manuel y no Antonio. Muy buen comentario y análisis de personajes de esta buena novela, gracias.
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