4 mar 2025

Vidas de mierda


Por Ángel E. Lejarriaga


Vivimos en una sociedad cruel, poblada por individuos sin juicio, desregulados emocionalmente. En cualquier momento un gato muerto puede provocar un intenso drama familiar, los veinticinco mil menores asesinados por Israel en Gaza, simplemente se ignoran, no son importantes, parece no haber punto de comparación entre ambos sucesos. Eric Fromm dijo en su momento que los seres humanos resolvemos el miedo y la incertidumbre con sumisión a la autoridad, porque dicha sumisión nos ahorra asumir responsabilidades frente al mundo. Hoy en día nos desarrollamos emocionalmente a través de Tinder o apadrinando perros —para mayor gloria de ellos—, sin olvidarme de los teléfonos iPhone y demás fetiches de consumo. El miedo nos convierte en seres huecos, vacíos de contenido, que vivimos en los extremos, bien dominados por un continuo lamento por lo desgraciados que somos, bien extasiados por una nueva y efímera experiencia, póngasele el nombre que se quiera. Hay quien tiene hijos, por ejemplo, para realizarse como persona —que en más de una ocasión le harán la vida difícil—, quien se busca novios, novias o ambos, simultáneamente, de manera incesante, para sentirse más seguro, con una mayor percepción de confort; también quien se compra un coche carísimo al que adora como a un tótem, aunque tal adoración le cueste llegar a fin de mes, o quien tiene pobres animales «prisioneros» en su casa ―aparte del perro adoptado― para dulcificar su desamor; quizá no tenemos a nadie que escuche nuestros melodramas pueriles pero al menos poseemos un perro, un gato, peces, tortugas o un caimán, que nos hacen compañía, por qué no. Guy Debord habló de la «sociedad del espectáculo», la nuestra lo es; nada de lo que sucede a diario es del todo creíble, y todo, al mismo tiempo, parece posible; después de Debord, Manuel Toharia nos habló de la «sociedad del despilfarro»; Bauman de la «sociedad líquida»; otras autoras han reflexionado sobre la «sociedad narcisista». ¿Por qué no juntar todas las definiciones en una sola y hablar de una «sociedad infantilizada» en la que el día a día se vive como un eterno juego en el que se espera ganar, si bien pocas personas lo logran. Desde luego, siempre tenemos a mano premios de consolación en forme de perro, de gato, de tortuga, de IPhone, de BMW, de Audi, de vacaciones en Japón o de sexo fácil y sin compromiso en Tinder.

Formamos parte de una sociedad capitalista fatua, ignorante, infantil y sin curiosidad alguna salvo para lo superfluo y banal. Vivimos en un mundo sin horizontes de cambio entre otras cosas porque estamos embrutecidas o alienadas, que se decía antes. Es cierto que se quiere ganar la partida como sea, esa que se supone estamos jugando. Cada persona desde que nace tiene la suya. En algunos casos sólo se trata de llegar a fin de mes, de pagar el alquiler, de conseguir una beca de comedor, de que alguien te escriba unas líneas cariñosas en wasap, o en última instancia, si no hay otra cosa, una visita a un caro «musical» —algo muy de moda— o a Primar si no se tienen más de cincuenta euros en el bolsillo. Por supuesto, la clase pudiente, la que tiene mayor poder adquisitivo, mientras tanto, navega en yates de lujo, celebra cenas espectaculares y se desplaza en los últimos modelos de coche, muy satisfecha de sus logros siempre con un sentido claro de su estar en la existencia; esta clase siempre gana. Mientras tanto, un despertador suena a las seis de la mañana en un piso de mierda, y alguien acaricia a un perro, a un gato o a ambos, se despide de sus compañeras de piso durante doce horas, se mete en hora punta en un transporte público abarrotado que le lleva a un trabajo de mierda, eso sí, se entretiene por el camino con la pantalla de su teléfono que le muestra playas exóticas, yates, coches de lujo, ropas elegantes, destinos turísticos lujosos, casas espléndidas, en sí bienes materiales e inmateriales que nunca tendrá, pero que sueña poseer algún día. Dramáticamente el objetivo de la partida que juega es resistir la repugnante jornada que le espera; eso sí, feliz y agradecida por sobrellevar unas horas más una vida de mierda.

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