6 may 2011

Asumir lo inasumible

Por Ángel E. Lejarriaga


Este fin de semana hablaba con mi padre sobre el devenir del mundo y se quejaba porque las cosas no han cambiado mucho con respecto a lo que él vivió en su infancia. Se quejaba… Me hablaba de su padre, de mi abuelo, y me contaba que también se quejaba. Mi madre también se quejaba de lo injusto del mundo, de que los pobres siempre han sido y serán pobres y de que los ricos siempre han sido y serán ricos.  Y añadía con un gesto de tristeza: «Desgraciado aquel que se atreva a enfrentarse a ellos.»
Si nos damos cuenta, la queja se hereda como se hereda el color del cabello o una predisposición genética a padecer una enfermedad. Nos quejamos por hábito; quizá así nos desahogamos y de alguna manera exteriorizamos la frustración de nuestras vidas. Mi abuelo se quejaba, como mi padre, mi madre, mis hermanos y yo mismo; no me gusta lo que veo. Me asquea que el Estado me suelte la cadena a su conveniencia para hacerme sentir más libre. No soporto la conmiseración de los poderosos.
Creo que nos equivocamos al quejarnos. El problema es que no asumimos nuestra condición, la que nos ha tocado por la «ley de la herencia». Hemos nacido en el bando de los derrotados, de los asalariados, de aquellos que tienen que «ganarse la vida». No tenemos nada que hacer y nos cuesta reconocerlo. No podemos influir en las decisiones importantes del planeta. No podemos dirigir nuestras vidas. ¿Por qué entonces, sabedores de todo esto, no aceptamos de una vez nuestro estatus de esclavos modernos? No me lo pregunto con ironía, no. Lo siento así. Nos iría mucho mejor si nos relajáramos y asumiéramos que formamos parte del engranaje más bajo de la escala social. Podemos tener apellidos y nombre pero ese detalle apenas posee significado, del mismo modo podrían habernos bautizado —cristianamente por supuesto— con un número impersonal. Nuestra misión en la existencia es ser productivos y consumir, nada más. El voto que emitimos periódicamente no es más que un subterfugio, un puro trámite, un terrón de azúcar generoso que pretende hacernos sentir importantes durante unos segundos. En realidad no se trata más que de una representación banal, sin valor. Nosotros mismos nos ponemos el collar al aceptar su juego y nos reímos satisfechos como lo que somos: pobres idiotas dormidos a todo lo que no sea el discurso de nuestros amos.
Yo a partir de hoy voy a dejar de quejarme, ya no es necesario. Beberé y me emborracharé para olvidar mis penas, o pegaré a mi mujer, maltrataré a mis hijos, robaré a mis compañeros, seré insolidario, repudiaré a los extranjeros, me convertiré en un racista sin que se note demasiado y me iré de putas. Me convertiré en un ciudadano modelo que vota cuando le toca y recicla la basura ordenadamente; haré lo que se espera de mí: que sea un perfecto «hijo de puta» pero dentro de unos límites admisibles, políticamente correcto. Mientras no cuestione ni al rey ni a la dictadura blanda llamada democracia burguesa, ni al ejército, ni a la iglesia, ni tire piedras a la policía ni queme bancos, todo va bien. Eso sería subversión, terrorismo, la ley de la selva. Eso nunca. Jamás cuestionaré el orden constitucional, refrendado soberanamente en las urnas.
Ya me siento mejor. Aceptar que se es una puñetera mierda descerebrada reconforta. Ya soy normal, no necesito quejarme, ni maldecir, ni cuestionar a mis opresores. Ellos me ayudan con sus carismáticos consejos, deciden lo que es mejor para mí y son tolerantes con mis pequeñas faltas, propias de mi baja casta. Por fin soy libre en mi estupidez. Saber que no tengo futuro, y que no me importa, me libera de la carga de tener que resistir. Alabada sea mi clarividencia; la asunción de mi esclavitud económica y moral me ha reconciliado con el presente. Ya no es necesario que luche, ni tan siquiera que me resigne, solo tengo que ser obediente y sonreír, sobre todo sonreír, hasta que se me parta la mandíbula y sus huesos me perforen el encéfalo. Entonces habré triunfado en la vida.

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8 comentarios:

  1. David Vallejo Pavón8 de mayo de 2011, 13:15

    Angel... te has superado, me encanta cuando dices "Aceptar que se es una puñetera mierda descerebrada reconforta."
    jeje ya ves que no me he podido resistir a leerlo!

    Desde luego que me ha hecho mucha gracia, ahora en lo de que nos quejamos por hábito...tienes razón, se llega a un momento en que ves que se critica hasta lo que no hace daño a nadie y eso no puede ser bueno ni individual ni colectivamente hablando, como dices en el texto lo mejor es aceptar la condición que tenemos, con la que hemos nacido, aunque resulte difícil hacerlo.

    Bueno Angel! ya hablamos! saludos!!

    DAVID

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  2. El contenido del texto va dirigido a hacernos reaccionar. No tenemos por qué plantearnos grandes cambios en nuestras vidas. Con que dejemos de gastar energía en la queja y nos centremos en construir felicidad en nosotros y con los otros, es suficiente. La sociedad posee su propia dinámica y la Historia es muy larga pero nuestras vidas son cortas. Quizá vendría bien que nos apoyáramos en los afines y definiéramos qué tipo de vida deseamos llevar.

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  3. Estoy de acuerdo básicamente con el contenido del artículo. Solo tengo que hacerte una sugerencia, Ángel. Ya que posees el don de la palabra, o de la letra, ¿por qué no escribes sobre las alternativas que ves a este modo de vida embrollado que sobrellevamos?

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  4. Tienes razón pero hay momentos en que me dejo llevar por la negatividad y parece que mi cabeza solo se centra en lo más nauseabundo. Por supuesto tengo que cambiar esta actitud. Gracias por el comentario, Anónimo.

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  5. Ángel, yo creo que cada uno debe de escribir lo que lleva en su interior, sea bueno o malo. La creación es así.

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  6. Yo creo que debes escribir lo que se te ocurra y sientas. La expresión literaria tiene que ser libre y sin cortapisas.

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  7. Angel no cambies. Uno de tus grandes valores es que siempre vas de frente.

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  8. He de felicitarte por este texto que has escrito, Ángel. No por tu evidente dominio de la expresión escrita, ni tampoco porque haya leído algo nuevo que no supiera; sino porque me alegra que aún siga habiendo alguien con las ideas comunes a las mías.

    Me recuerda al cuento de Tolstoi de "Iván el tonto". La moraleja que saqué tras leerlo me lleva directamente al texto que has escrito tú. Solo que tú has optado ya por "aceptar que te sientes una puñetera mierda descerebrada".

    Como conclusión, creo que ambos tienen la finalidad de hacer reaccionar a la sociedad actual.

    Yo, en particular, me siento despreciada, utilizada y manejada como una marioneta que baila al son de la música que ellos quieren sin poder coordinar los hilos a mi antojo y amarrada por los mismos.

    Supongo que si no tenemos escapatoria ante esta situación, la única manera de sobrellevarlo y no aceptar esta condición es ayudarnos entre nosotros, y al menos, que eso nos reconforte.

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