12 dic 2011

No hay libertad en la miseria (III)

Los invisibles


Por Ángel E. Lejarriaga



Hace frío aunque no como otros años. Este diciembre es diferente, extraño. El clima también se encuentra confundido, como nosotros, como el mundo. Una niebla gris cubre la ciudad con un tinte melancólico que acentúa mi tristeza. No quiero estar triste, no puedo permitírmelo, pero de mi corazón no surge ni un hálito de ilusión. La vida no nos va bien. Manuel no encuentra trabajo, yo tampoco, y con lo que cobramos de subsidio apenas tenemos para comer. Cualquier día nos quitarán a la niña porque según los asistentes sociales no disfruta de las condiciones nutricionales y de salubridad adecuadas. Me hacen gracia sus exigencias y remilgos, se muestran muy preocupados por nuestro bienestar. Hipócritas. Como si nosotros no supiéramos el modo en que transcurren nuestros días. En vez de lanzarnos continuas amenazas, que nos hieren como balas, podrían ayudarnos, tal vez proporcionándonos un trabajo digno o al menos algo más de dinero. Si vivimos en una casa ocupada no es por capricho sino porque no podemos pagar un alquiler. Nos sentimos indignos por soportar este tipo de existencia. Ellos se limitan a cumplir sus reglas, pulcras e insensibles a nuestro padecer. Nos examinan con frialdad. Nos hablan correctamente sin embargo no impiden que nos hundamos más y más en la miseria. Les suplicamos que nos ayuden de verdad, y nos responden irritados que no pueden hacer más de lo que hacen porque no tienen recursos. Estamos condenados a nuestra perra suerte.
Manuel se desespera, yo también. Nunca imaginamos que llegaríamos tan abajo en nuestra pobreza, que nos quedaríamos sin piso y sin un pedazo de pan que llevarnos a la boca. Hemos luchado e implorado, incluso ocupado un piso vacío, no nos ha quedado otro remedio: eso o vivir en la calle como mendigos. Cada día nos parecemos más a ellos.
Ya no podemos aguantar más, en pocas horas nos echarán de aquí también; qué va a ser de nosotros entonces. Manuel está muy deprimido, se pasa el día en busca de trabajo de lo suyo, la electricidad; como no lo encuentra va de oficina en oficina del Ayuntamiento en pos de una ayuda que no le dan, nadie le escucha. Es como si al hundirnos en la necesidad más absoluta hubiéramos dejado de existir, de tener derechos en el universo de los vivos.
Él era fuerte pero ya no puede más. Se toma los antidepresivos que le ha recetado el médico y llora en silencio, a escondidas, para que la niña no le vea; pero ella se da cuenta y me pregunta por las lágrimas de ese hombre alegre que era su padre. Qué le puedo responder. Tampoco entiende por qué debemos irnos de esta casa ni por qué la policía nos expulsó de la otra. No comprende por qué no tenemos luz ni agua corriente; a sus compañeros de colegio no les sucede nada de esto. La escucho y me trago el dolor que me rompe por dentro. Miro al frente en busca de una imagen que me reconcilie con la existencia y no veo más que una espesa oscuridad que ciega mis pupilas.
Me gustaría que Manuel estuviera ahora conmigo y me abrazara, solo le tengo a él y a la niña; no nos pueden negar también este amor. En ocasiones pienso que hasta eso nos ha quitado la violencia cruel de esta crisis económica mil veces maldita.
Ojalá no tarde mucho Manuel, ojalá venga pronto y me diga que nos dejan quedarnos un poco más en esta casa. Ojalá que algo cambie y podamos recobrarnos de tanto sufrimiento. Ojalá que todo lo que nos está sucediendo sea solo un mal sueño del que despertaremos en cualquier momento. Ojalá las puertas que nos rodean dejen de cerrarse y brazos amigos nos acojan e impidan que caigamos aún más.


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2 comentarios:

  1. Conozco la historia a que te refieres. El relato es dramático pero comparado con la realidad me resulta contenido. Por mi trabajo en asuntos sociales te aseguro que la situación de muchas personas que nos piden ayuda es límite, desesperada.

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  2. Todos tenemos nuestra parte de responsabilidad en los desahucios. Unos colaboran, como los policías, los guardias municipales, los cerrajeros que abren las puertas, los que hacen las mudanzas, los jueces, los funcionarios de los juzgados, los representantes de los bancos, los abogados. Otros son los máximos responsables: los bancos y la clase política. No me olvido de lxs ciudadanxs que permanecen impasibles ante el drama de su vecino.

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