14 ene 2013

Durruti en nuestro tiempo


Por Ángel E. Lejarriaga



Durruti es uno de esos individuos que es querido y admirado por los que le conocieron y le conocen hoy en día, debido a su espíritu indómito y sacrificado, siempre en lucha contra la injusticia social. Aunque murió joven, el 20 de noviembre de 1936, a la edad de 40 años, sus vivencias y aportaciones al movimiento anarquista han sido tan ricas que sobre su praxis se han escrito numerosos libros y artículos que no solo muestran el carisma del personaje sino la dimensión de su labor revolucionaria.

Nació en León en 1896, en el seno de una familia numerosa compuesta por ocho hermanos. Su padre era ferroviario y el sueldo que ganaba a duras penas proporcionaba sustento a su prole. A la edad de catorce años, José Buenaventura Durruti abandonó los estudios y comenzó a trabajar como aprendiz de mecánico con Melchor Martínez, un socialista muy popular en León. Hasta los 16 años Durruti aprendió los rudimentos del oficio y se zambulló en la ideología socialista. De ahí pasó a trabajar en otro taller especializado en el montaje de máquinas lavadoras de mineral. Hacia 1912 se afilió al sindicato UGT aunque no estaba convencido de que a través del socialismo moderado que pregonaba se pudiera lograr la emancipación de la clase obrera.

En ese período de formación profesional participó en un conflicto laboral en Matallana y por primera vez llamó la atención de la policía por su radicalismo. Pero no sería hasta la Huelga general revolucionara de 1917 en la que explotaría su genio combativo con la práctica de sabotajes dirigidos a paralizar el transporte ferroviario. Como consecuencia de estas acciones sería expulsado de la UGT.


En 1920, a la edad de 24 años, se instaló en Barcelona y pasó a formar parte de las filas de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Su ideología anarquista había tomado forma; su impulso incontenible, sumado a la situación represiva a la que estaba sometido en ese momento histórico el movimiento obrero, le empujó a la acción armada.

Dos años después formó con García Oliver, Francisco Ascaso y Ricardo Sanz el grupo de acción «Los Solidarios». Este grupo, con la colaboración de otros militantes libertarios, perpetró numerosos atentados y expropiaciones dirigidas a nutrir a la CNT de fondos y a apoyar a los presos de la organización. Una de sus acciones más memorables fue la ejecución del cardenal Juan Soldevilla, uno de los principales financiadores en Aragón de los pistoleros de la patronal, que se dedicaban a asesinar a trabajadores que destacaban en su militancia sindical. Como consecuencia de estas actividades Durruti y otros compañeros tuvieron que escapar a Francia en donde planearon la ejecución del rey Alfonso XIII. Incluso se dice que Errico Malatesta, célebre anarquista italiano, les propuso que viajaran a Italia a eliminar a Mussolini. Evidentemente, ninguno de los dos presumibles objetivos fue logrado. De Francia viajó a Latinoamérica en donde ocupó en numerosas ocasiones la primera plana de los periódicos por sus acciones expropiadoras.

De vuelta a Europa, tras pasar por distintos países del continente, fue apresado por las autoridades francesas junto a Francisco Ascaso y Gregorio Jover. Finalmente fueron liberados gracias a una campaña internacional a su favor.

En el año 1931 regresaron a España y Durruti se unió a la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Desde el primer momento de la proclamación de la II República fue muy crítico con ella; para él solo suponía un cambio de gestores del capital. Aunque auspiciada por una ampulosa declaración de buenas intenciones no dejaba de ser una forma de gobierno burgués que difícilmente iba a hacer justicia con la clase trabajadora, aunque, indudablemente, en algunos aspectos pudiera beneficiarla.

«Ningún gobierno lucha en contra del fascismo para destruirlo. Cuando la burguesía ve que el poder se les escapa de sus manos, alzan el fascismo para mantener sus privilegios.» (Durruti)

Defendiendo el insurreccionalismo, participó en las sucesivas revueltas de Figols de 1932 y 1933. Del fracaso de las mismas se derivó su deportación a Guinea Ecuatorial y a Canarias conjuntamente con otros compañeros libertarios.

A partir del levantamiento militar del 18 de julio de 1936 Durruti formó parte del comité revolucionario encargado de la defensa de Barcelona. Reducidos los facciosos, Durruti contribuyó a la formación del Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña, en el que estaban incluidos representantes de diversas fuerzas progresistas y de izquierdas. Este comité, durante un tiempo, tuvo en sus manos la revolución social que se estaba gestando en Cataluña.

«Existen sólo dos caminos, victoria para la clase trabajadora, libertad, o victoria para los fascistas lo cual significa tiranía. Ambos combatientes saben lo que le espera al perdedor. Nosotros estamos listos para dar fin al fascismo de una vez por todas, incluso a pesar del gobierno Republicano.» (Durruti)

Un hecho constatado es que entre los propios anarquistas había dos puntos de vista diferentes a la hora de enfocar la guerra contra el fascismo. Para unos era prioritario ganarla, para otros hacer la revolución simultáneamente. Durruti era partidario de esta última postura y tenía numerosas disputas con los máximos representantes de la CNT. Así las cosas, organizó la Columna Durruti y se marchó al frente de Aragón, con el máximo objetivo de liberar Zaragoza. El paso de la columna por aquellas tierras supuso de manera inmediata la proclamación del comunismo libertario, la colectivización de los campos, la autogestión y la eliminación de la propiedad privada.

«¿Habéis organizado ya vuestra colectividad? No esperéis más. ¡Ocupad las tierras! Organizaos de manera que no haya jefes ni parásitos entre vosotros. Si no realizáis eso, es inútil que continuemos hacia adelante. Tenemos que crear un mundo nuevo, diferente al que estamos destruyendo.» (Durruti)

Las vicisitudes por las que pasó la columna fueron incontables. Se le negó o escamoteó tanto avituallamiento como armas de grueso y pequeño calibre. Había muchas fuerzas interesadas en el fracaso de Durruti: el gobierno republicano, cabezas visibles de la CNT y, por supuesto, los comunistas instigados por Moscú para boicotear todo logro revolucionario que se alejara de su línea táctica.

Unos meses después, en noviembre del mismo año, Durruti y parte de la columna que llevaba su nombre, viajó a Madrid para contener a los fascistas en el frente de la Ciudad Universitaria. El 19 de noviembre de 1936, mientras visitaba las posiciones de dicho frente, una bala, cuyo origen hasta el día de hoy se desconoce, segó su vida.

Albert Boadella en el inicio de la película Buenaventura Durruti. Anarquista, dirigida por Jean-Louis Comolli cita lo siguiente:

«Durruti no poseía nada, absolutamente nada. Tras su muerte su amigo Ricardo Rionda tuvo que encontrarle ropa para poder enterrarle. Solo tenía una vieja maleta en la habitación de su hotel en Madrid. Su amigo abrió la maleta y encontró: unas gafas, una vieja gorra de cuero, una camiseta, unos prismáticos, un par de zapatos agujereados y dos pistolas.»

Ha pasado mucho tiempo desde que un día, siendo niño, mientras hurgaba en un viejo arcón cubierto de polvo y telarañas que había en una cámara en la casa de un familiar, descubrí un página de periódico amarillenta que contenía la imagen de un hombre y un titular: «Durruti ha muerto». La hoja era antigua, de 1936. De esas mismas fechas eran algunos periódicos de izquierdas que también encontré y que en su tiempo bañaron a sus lectores con consignas de esperanza, en un momento dramático en el que el pueblo español resistía con las armas en la mano el empuje del fascismo: «¡No pasarán!».

Unos años después, en mi adolescencia, también por azar, volví a reencontrarme con aquel nombre misterioso y con su imagen impresa en la portada de un libro cuyo autor no recuerdo. Mi curiosidad me llevó a profundizar más allá de las pupilas del hombre rudo que me miraba con una cierta fiereza no exenta de candor. Lo que ocurrió después es difícil de explicar. Devoré las páginas que hablaban de su vida con un ansia enfermiza. Tras el colapso final del último párrafo, descubrí un universo de héroes y villanos que hasta ese instante solo había podido intuir entre los susurros de mis allegados mayores. Los villanos continuaban viviendo pero los héroes habían sido enterrados en un afán de olvido de una lucha épica de hombres y mujeres valientes en pos de una libertad que no llegaron a degustar con plenitud. Entonces no comprendí el porqué de esa desmemoria interesada. Ahora lo sé. La experiencia y el conocimiento acumulado me ha proporcionado la respuesta. Vivimos en un sistema social y económico basado en la explotación de unos seres humanos sobre otros. Aquellas condiciones de vida que padecieron nuestros abuelos vuelven a instaurarse, como si hubiéramos estado dando vueltas alrededor de un círculo en el que siempre se llega al mismo sitio: a la precariedad y a la miseria de los desposeídos. A aquellos que se encuentran en el punto más alto de la pirámide del reparto de poder, no les interesa que se recuerde que una vez en la historia de las revoluciones de los sometidos a la esclavitud del trabajo asalariado, se construyó un mundo sin Estado. Todo un hito en el desarrollo de la Humanidad.

Indudablemente, el superhéroe de mi adolescencia no fue «Spiderman» sino un leonés de origen humilde llamado Buenaventura Durruti. No quiero ensalzar más su figura —a él no le hubiera gustado— pero sí su lucha y las ideas que defendió hasta el momento de su muerte. Unas ideas que a pesar de los silencios cómplices siguen vivas y ahora mismo con más sentido que nunca.

La palabra «anarquismo» infunde pánico a ricos y a plebeyos. A los primeros porque el objetivo libertario es suprimir la acumulación de riqueza y por tanto a aquellos que hacen de dicha acumulación su motivo esencial de existencia.

«Con el capitalismo no se discute, se le destruye.» (Durruti)

A los plebeyos porque les exige autodisciplina, responsabilidad, voluntad de poder, es decir, la autodeterminación de sus vidas. Es más fácil ser esclavo que un individuo libre. La Iglesia también la teme, sabe lo que significa su fuerza moral y su acción. Dios es incompatible con la idea de libertad individual. La religión es un atentado contra la razón. El anarquismo combate todas las miserias materiales e intelectuales que envilecen al ser humano y lo reducen a la condición de siervo, sea de amos o de creencias irracionales.

«La única iglesia que ilumina es la que arde.»
(Durruti)

Conceptos como dios, patria, Estado, reyes o ejército, tienen que ser necesariamente sustituidos por otros edificantes y definitorios de un nuevo orden social: razón, internacionalismo, municipios libres, federalismo, autogestión social, antimilitarismo o coacción moral.

«Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones.»
(Durruti)

Es obvio que el anarquismo y con él los millares de hombres y mujeres como Durruti que han luchado por unas ideas de cambio universal, debe permanecer tapado por mil insidias y descréditos de los que le temen. La derecha política y económica sabe que su esencia es la lucha sin cuartel contra las desigualdades sociales y la injusticia, y mira sus brotes con recelo. Por otro lado, a las izquierdas institucionalizadas, mojigatas y posibilistas tampoco les beneficia su existencia puesto que la utopía ácrata atenta contra el centro neurálgico del poder, el autoritarismo, y por tanto contra ellos mismos por su propia forma de concebir la organización de la vida.

En resumen, Durruti ha sido y es un representante fiel, en sus principios y en su práctica, del ideario anarquista, imbuido desde su juventud por un espíritu de lucha indomable, donde la derrota o el sometimiento no eran una opción.

«La solidaridad entre los seres humanos es el mejor incentivo para despertar la responsabilidad individual.»
(Durruti)

Material de consulta adicional:




1 comentario:

  1. Durruti ha sido un personaje entrañable. No solo significó fuerza y temeridad sino también amor. Todos los que le conocieron íntimamente hablan de él como de una persona próxima, con la que podías compartir todo. Era un hombre duro pero a la vez afectuoso.

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